viernes, 22 de febrero de 2008

Reconfirmados en la Misión

22/02/2008] ¡Qué regalo tan grande nos tenía el Señor guardado! Ninguno de los 225 congregados podíamos imaginárnoslo cuando desde las 10:15 de la mañana, en ambiente alegre y fraterno, hacíamos fila en el lado derecho de las columnatas de San Pedro, entre peregrinos y turistas.


Cada uno tejiendo en su corazón las posibles palabras del P. General al Papa a nombre nuestro, y del Papa al P. General y a nosotros, Compañeros de Jesús. Ya en el salón, de pronto, me di cuenta que estábamos como Ignacio y los primeros Compañeros a la espera de que el Vicario de Cristo nos diera nuevamente la misión que la Iglesia requería de nosotros hoy para mayor servicio de Dios y de la humanidad.


Nuestros aplausos a su llegada quisieron marcar todo el cariño que queríamos expresarle a él y a la Iglesia. Él respondió repetidas veces con el mismo gesto de cada uno de sus saludos al Pueblo de Dios, con las manos entrecruzadas y en un movimiento desde el corazón hasta nosotros. Se sentó y se volvió a levantar, mientras seguíamos aplaudiendo, y su sonrisa tímida y cariñosa se hacía más tierna. Adolfo Nicolás le presentó nuestro agradecimiento por su afectuosa carta al P. Kolvenbach y a la Congregación y los desafíos que en ella nos indicaba. Colocó con amor a la Compañía al servicio incondicional de él y de la Iglesia, sabiéndonos pecadores y llamados.

Ilusionados oíamos ahora a nuestro Papa Benedicto XVI, en un italiano transparente y dulce, reconfirmarnos en el envío a las fronteras sociales y culturales, de la justicia y de la fe, de la ciencia y del Evangelio, del diálogo con las religiones y la construcción de la paz; recordarnos, como en Aparecida, el primado de los más pobres en la Buena Nueva de Jesús; enfatizarnos el servicio de los Ejercicios Espirituales; animarnos a continuar el desafío del P. Arrupe en la atención a los refugiados; pedirnos como cuerpo reforzar este vínculo a la Iglesia y su Vicario en todos nuestros servicios. Reconociendo humildemente lo grande que siempre le queda esta oración, concluyó, y cada uno en su interior con él: Toma Señor y recibe… que esto me basta.


Jesús Zaglul, SJ

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