sábado, 23 de febrero de 2008

Congregación General 35: Blogs

A los Pies de Pedro
Rafael Velasco, sj

A los Pies de Pedro, de donde nunca nos fuimos. Una crónica particular de la visita de la CG al Papa Benedicto XVI

Fue como hacer un viaje: entrar por la puerta de bronce y la espera, la sala de espera para entrar luego a la Sala Clementina, allí, bajo los frescos íbamos a ver al Papa, pero no sabíamos que el viaje sería tan apasionante.

Luego de las palabras de agradecimiento del P. General, el Sucesor de Pedro comenzó su alocución y allí fuimos llevados por su mano a las fronteras: allí donde la fe y la cultura están llamadas a dialogar; donde la fe y la justicia entran en duro combate con estructuras injustas; fuimos acompañados por compañeros ilustres, ya en la Compañía Gloriosa: Mateo Ricci y de Nobili, citados por el Papa en alusión al inestimable servicio de la Iglesia allí en las fronteras, que Pablo VI había descrito ya inolvidablemente.

Fuimos enviados a los pobres, a trabajar con ellos y a vivir con ellos, a atender a los refugiados, los más pobres entre los pobres, dijo Benedicto XVI, citando al P: Arrupe.
Se nos invitó, luego, a entrar en los difíciles caminos de la investigación y el diálogo con un mundo que ha adquirido el hábito de olvidar a Dios, un mundo que presenta grandes desafíos a la Fe y a la teología.

El recorrido era entusiasmante, era el lenguaje de la Misión: pasamos por los Ejercicios y el Cuarto voto, que nos une efectiva y afectivamente al sucesor de Pedro, y fuimos animados a ser fieles al Espíritu que impulsó a Ignacio y los primeros compañeros……

Y volvimos; volvimos al lugar del que nunca nos habíamos ido (aunque algunos –con mala intención- quisieran afirmar lo contrario): a los pies de Pedro, en el corazón de la Iglesia. Donde siempre hemos estado los jesuitas, aún estando en las fronteras, en los lugares difíciles, aún cuando nos encontramos, también, con nuestras propias deficiencias y pecados.

Y volvimos junto a la sede de Pedro, agradecidos al Santo Padre por su confianza. En verdad, nunca nos habíamos ido. Siempre hemos estado aquí: en la Iglesia, nuestra casa.

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