Vergüenza es lo que siento. Estoy de acuerdo con Franco Farttini, el ministro italiano: “Un resultado decepcionante”. La cumbre de la FAO ha dejado con un palmo de narices a 854 millones de personas hambrientas y otros 100 millones más en riesgo de serlo. Incapaz de afrontar el escándalo del hambre la FAO ha gastado varios millones de euros en reunir a representantes de 183 países. ¿ Resultado? Una decepcionante declaración de intenciones que obvia los problemas de fondo.
Los intereses nacionales impidieron el acuerdo. Sobre todo la resistencia de los países ricos a condenar las barreras comerciales y los subsidios, mientras Brasil y Estados Unidos ganaron la batalla de los biocombustibles y evitaron toda alusión negativa.
La declaración final, consensuada por todos, se saldó con palabritas: “Luchar por todos los medios para erradicar el hambre”, “buscar un comercio más justo”. El objetivo: reducir a la mitad el número de hambrientos. Magnífica la reacción de la iraní Maryam Rahmanian, de la ONG Cenesta: “Esa declaración no llenará ningún plato”-
Roma deja múltiples incógnitas sin resolver: La especulación que azota el mercado de alimentos, los monopolios de la distribución, el cambio climático, el proteccionismo y las barreras al comercio, los efectos reales de los biocombustibles y la creación de un nuevo modelo de ayuda.
Resulta ser una enorme contradicción que una revolución agrícola está en marcha en el sector privado, por lo que se viene encima, mientras ni la FAO ni la comunidad internacional parecen dispuestas a tomar medidas contra el hambre que mata a millones de personas y sólo beneficia a empresas, especuladores y campesinos subvencionados.
No es sólo una vergüenza, es una insensatez. A la larga ellos y el mundo acabará pagando esta locura.
Pedro Miguel Lamet SJ
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