Por José María Maruri, SJ
1.- No sé si sabéis el último chiste que contó en su vida don Pedro Muñoz Seca, literato y humorista, cuando lo llevaban a fusilar, allá en los años treinta del siglo pasado, durante la Guerra Civil española. Les dijo a sus verdugos: “me lo podéis quitar todo, pero hay una cosa que nunca me podréis quitar”. Y al preguntarle qué era eso que no le podían quitar contestó: “el miedo que tengo”.
En nuestra vida cristiana nos puede atacar el miedo en muchas circunstancias, aunque San Lucas y San Marcos posponen las persecuciones a los últimos tiempos, San Mateo, hombre más práctico, quizá por su antiguo contacto con el dinero, nos habla de las persecuciones, y del miedo a ellas, en la vida común de cada día.
Que en aquellos años de la guerra y de la persecución religiosa, en las circunstancias en que moría Muñoz Seca tener miedo era lo más natural porque una medalla, una estampa o simplemente haber estudiado en un colegio de religiosos podía significar el “paseo”
Pero yo creo que en la vida de cada día nos puede acosar el miedo a presentarnos como católicos practicantes y yo creo que esa definición actual de soy creyente, pero no practicante, en no poca parte ha nacido de los que sienten vergüenza y miedo de presentarse como católicos en un ambiente que o es totalmente hostil, o muestra una congeladora indiferencia.
Entre nosotros hay –o habemos—un gran número de católicos vergonzantes. Que hasta los curas nos avergonzamos de presentarnos como somos, mostrando en público nuestros títulos académicos para ocultar nuestro sacerdocio o pertenencia a una orden religiosa. Y vamos por las calles vestidos como verdaderos fontaneros en faena… y no tengo nada contra un oficio tan digno y tan necesario
2.- Que si uno es cristiano de verdad y lo muestra en su vida, aparecerá, al menos, como un bicho raro o un tonto. Creo que es experiencia de todos cada día. Un joven, o una joven, que quiera vivir alegre sin probar el porro inoportuno, o sin darse el más inoportuno revolcón, quedará con amigos y conocidos como una reliquia de otros tiempos: desfasado, antediluviano, carroza.
El que quiera en sus negocios no mancharse las manos con “bufandas” o sobres bajo la mesa, o porcentajes de comisiones indebidas, es un tonto, posiblemente ante su misma familia, que ven que mientras otros viven mucho mejor que ellos tienen que contentarse con el exiguo sueldo de cada mes.
Antiguamente se hablaba de que no hay que dejarse llevar del qué dirán o del respeto humano. Hoy no se habla de eso porque nuestra vida es tan igual y parecida a la de los que no creen que nadie dice ya nada, ni nos señalan con el dedo. Es decir, que hemos dejado de ser de la tierra que siempre escuece y duele.
3.- “No tengáis miedo a los hombres” y el que se quita de encima el miedo a los hombres es el que es verdaderamente libre. Y es que ni porque me alaben, ni porque me critiquen cambio yo nada, lo que soy ante Dios, eso soy, ni más menos.
Lo que no podemos olvidar es que si somos católicos de verdad se reirán de nosotros, porque del Señor Jesús no solo se rieron y le tomaron por loco, sino que le llamaron borracho y comilón, pues no va a ser mayor el discípulo que el maestro.
Si nos encontramos con que todo el mundo nos alaba y aplaude, ¡malo!, nuestra sal ya no sala, o nuestra agua oxigenada no cura.
Betania
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