jueves, 12 de junio de 2008

Aparecida, un año después


Vida Nueva) Un año después de la gran cita episcopal en Aparecida (Brasil), no pocos se preguntan qué queda en la Iglesia de aquel impulso misionero. Dos representantes de la Iglesia latinoamericana reflexionan esta semana sobre ello en Vida Nueva.

La conversión es el camino de la esperanza

+ Baltazar Enrique Porras Cardozo- Arzobispo de Mérida ,Venezuela, y vicepresidente del CELAM) Los antiguos decían tempus fugit; hoy afirmamos que el tiempo vuela a velocidades supersónicas. A un año de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe celebrada en Aparecida (Brasil), nos tenemos que preguntar por el acontecimiento. ¿Está presente o pertenece al pasado? ¿A qué ritmo marcha?

Más allá de las intuiciones y los puntos discutibles del Documento de Aparecida, hubo una recepción inicial positiva en el continente. Las posibilidades para un relanzamiento de la evangelización bajo la consigna de discípulos y misioneros, pasando por un análisis de la realidad pastoral que nos situara en el justo medio, parecía un escenario posible.

La responsabilidad de su puesta en marcha quedó en manos de las iglesias particulares. Al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) se le pidió que ofreciera pistas e insumos, dentro de su papel de ser un organismo al servicio de las conferencias episcopales. Materiales, encuentros, reuniones de expertos, propuestas han abundado. El despegue ha sido lento. Los obispos latinoamericanos y caribeños asistentes al santuario mariano brasileño representamos escasamente el 10% del millar que está diseminado desde el Río Grande hasta la Patagonia. Se programaron en la mayoría de los episcopados jornadas para conocer e internalizar el Documento y adaptarlo a la realidad concreta de cada ­país, diócesis o región. De allí había que bajarlo a las demás instancias pastorales para su puesta en acción.

El tema de la misión continental ha requerido un itinerario que ha tardado un poco más en ofrecerse. Si bien hay fecha de lanzamiento (17 de agosto) y algunas orientaciones, percibo que no hay suficiente claridad de una misión que no sea lo que tradicionalmente se ha entendido por misión popular. Hace falta socializar mejor lo que se está haciendo en cada rincón del continente. No es la comunicación fluida y el intercambio de experiencias algo fácil en nuestra región. Si bien se avanza en la confección de páginas electrónicas, no se cuenta en todos los lugares con la infraestructura necesaria ni con la cultura subyacente que la haga más rápida y efectiva.
A mi modo de ver, Aparecida está caminando, pero se requiere imprimirle un mayor dinamismo. Los tiempos apremian y las circunstancias cambian sin permitir la asimilación del presente. Podemos señalar varias causas.

La primera, el convulsionado escenario político y social de la mayor parte de los países. Se vive bajo la presión de conflictividades, de ansias de cambio en todos los órdenes. Elecciones van y vienen. Escándalos surgen y aparecen nuevas acusaciones. Necesitamos observatorios que ayuden a discernir con mayor celeridad. Las infraestructuras eclesiales son insuficientes, con contadas excepciones.

En segundo lugar, me parece que poner el énfasis en que Aparecida es responsabilidad primera de las iglesias particulares se presta a equívocos. No hay duda de que debe ser así. Pero en un mundo globalizado, querámoslo o no, los procesos necesitan la animación y los insumos de alguna instancia. Sólo una media docena de las 21 conferencias episcopales tiene la posibilidad de diseñar por sí mismas planes y acciones. Se requiere una plataforma común que ilumine el camino.

En tercer lugar, Aparecida es exigente en la propuesta de conversión pastoral. Es, sin duda, uno de los aspectos más novedosos y proféticos del Documento. No se trata de retoques. El peso de la inercia no se vence fácilmente. Nacionalmente todos estamos convencidos de que debemos cambiar, pero cómo, cuándo, con qué medios. Es un problema de mentalidad, de conversión interior y humildad sincera. Aquí debemos poner la mayor carga de atención para evitar frustraciones o dar palos de ciego.

La conversión es el camino de la esperanza, y Aparecida sigue siendo el plan de ruta de la Iglesia en el continente de los contrastes y de la fe, contra toda esperanza. En las próximas semanas, tendrá lugar en Bogotá (Colombia) la reunión de coordinación del CELAM. Buen momento para evaluar y relanzar. Seguimos necesitando un nuevo Pentecostés y salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo (Documento de Aparecida, 548).

Más de lo que se esperaba, menos de lo que se necesita

José María Arnaiz, sm- Colaborador de Amerindia y ex secretario general de la USG) Eso es Aparecida para la Iglesia de América Latina. Nadie duda de que la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe superó las expectativas que se tenían; el Documento es un gran paso al frente. Esos 20 días de encuentro dieron fruto. Las personas que condujeron actuaron con lucidez. Pero, ¡cómo cuesta descubrir lo que está detrás del texto, y entrar en una primavera eclesial, y hacer surgir un gran movimiento misionero en el Continente!
Decir esto es presentarse como un entusiasta de Aparecida; y lo soy, porque vi cómo lo que se plasmaba en documento era la vida. Pero espero que mis reticencias sirvan también a los muy entusiastas; confío en que se conviertan en una voz de alerta para los que no hacen nada para pasar ese Documento a la vida. En estos meses de post-Aparecida, más de una vez me he sorprendido a mí mismo pensando que de no mediar una fuerte experiencia kerigmática de Cristo resucitado y un cambio eclesial estructural, la tradición católica en el Continente seguirá disminuyendo y puede terminar por desaparecer. Por tanto, hay que poner urgencia en el post-Aparecida para que no sea una desaparecida. Para ello, “esta firme decisión pastoral debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de las diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera y abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe” (Documento de Aparecida, 365).
La conversión pastoral es de vida o muerte. ¿Se está dando? No se ve mucho. Para confirmarlo, he aquí varias constataciones:
Creo que el proceso del post-Aparecida apenas se ha iniciado, y donde se ha hecho no se ha comenzado por el principio. Como se ha dicho, en la Iglesia todo empieza con la mística y termina en la política. Algunos creen que 500 años de modernidad no requieren ningún cambio en la Iglesia. La renovación estructural es el primer e imprescindible paso que la Iglesia tiene que dar en el Continente. La Conferencia pidió una transformación radical de la pastoral. Se trata de pasar de una pastoral de conservación encarnada en las instituciones eclesiales a una evangelización en medio del mundo animada por los laicos (Documento de Aparecida, 362).
Para ello se necesitan cambios radicales; y si éstos no se dan, todo quedará en papeles. Pero eso no está ni en el horizonte ni en el punto de partida.

¿Quién está detrás de la puesta en práctica de Aparecida? ¿El CELAM, las Conferencias Episcopales, los movimientos eclesiales, la vida consagrada? Se echa de menos un liderazgo más claro en la puesta en práctica de Aparecida. Y más preguntas: ¿dónde y cómo se va a iniciar el proceso? ¿Cómo adaptar el Derecho Canónico para hacer posibles determinados cambios y reformas en la Iglesia?

Aparecida no tiene enemigos ni grandes rechazos, pero tiene muchos indiferentes. Se han hecho pocas objeciones al Documento y ha provocado pocos conflictos. Sin embargo, no es tan liviana la propuesta de Aparecida. No es fácil lo que pide: relanzar la misión, redefinir la identidad del cristiano y renovar las estructuras de la Iglesia; no es poco exigente ni poco revolucionario. Todo esto supone un cambio de paradigma. Las nuevas respuestas, además de depender de las nuevas preguntas, implican la osadía de lo nuevo.

Teología débil. Las debilidades del Documento están en la cristología y en la eclesiología. Sin embargo, los obispos fueron valientes en la praxis eclesial propuesta. Pero para seguir convenciendo más y mejor a la gente, se precisa más teología. Más de uno pensó que la teología vendría después, pero por ahora no llega. Al Documento no le falta entusiasmo y piedad, sí motivaciones bien armadas.

No hay duda de que el Espíritu Santo no quiere imponer; espera hasta que los responsables asuman las tareas exigidas por los signos de los tiempos. ¿Qué pasa con la gran misión para todo el Continente? Ha pasado un año y nada se mueve. Es verdad que lo que es de Dios sobrevivirá; hay, también, una paciencia histórica que nos lleva a concluir que los procesos profundos son muy lentos, pero hay que comenzarlos para que se puedan proseguir. Necesitamos de la madrugada en nuestra Iglesia:

“Es tarde, pero es nuestra hora. Es tarde, pero es todo el tiempo que tenemos a mano para hacer futuro. Es tarde, pero somos nosotros esa hora tardía. Es tarde, pero es madrugada si insistimos un poco”. (P. Casaldáliga).

Vida Nueva

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