El Sínodo de los obispos, que concluyó ayer, ve en su exclusiva interpretación histórica un problema para la Iglesia.
La Iglesia Católica se encuentra ante un enrevesado problema. La Biblia, su principal patrimonio, su vehículo de transmisión, puede ser, paradójicamente, una de las mayores fuentes de distorsión de su mensaje, al menos del oficial. Benedicto XVI teme que la crítica científica e histórica de las Escrituras, tanto en las universidades pontificias como por teólogos disidentes, eclipse su dimensión espiritual. Ha sido una de las cuestiones centrales del sínodo dedicado a la Biblia que terminó ayer en Roma, con la participación de 253 obispos de todo el mundo.
El Papa se ha referido a este problema candente en varias ocasiones durante el sínodo. Ayer volvió a hacerlo en la clausura y en la plaza de San Pedro. Es una de sus grandes preocupaciones. Él mismo dio un ejemplo concreto: la corriente crítica actual en Alemania niega que «el Señor haya instituido la Eucaristía y dice que el cadáver de Jesús se quedó en la tumba, pues la resurrección no sería un acontecimiento histórico, sino una visión teológica». «Para la vida y la misión de la Iglesia, para el futuro de la fe, es absolutamente necesario superar este dualismo entre exégesis y teología», insistió el Pontífice. Ayer repitió que la Biblia «no puede ser despojada del elemento divino».
«Historiografía»
Este asunto es el que ocupa más espacio en las proposiciones finales, cinco de 55, no vinculantes, que el sínodo presenta al Papa. Benedicto XVI responderá dentro de unos meses con un documento. No obstante, ya calcan las reflexiones de Ratzinger. Para la Iglesia existe el riesgo de que, sin el apoyo teológico y sin insertar la lectura en «la tradición viviente de la Iglesia», la Biblia se convierta «en un libro sólo del pasado, pura historiografía». Desemboca en una interpretación «secularizada, positivista, con la convicción de que lo divino no aparece en la historia humana».
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