Mateo 28. 8-15.
Las mujeres se fueron rápidamente del sepulcro, con miedo y mucha alegría a la vez, y corrieron a llevar la noticia a los discípulos. En eso, Jesús se presentó ante ellas y las saludó. Ellas se acercaron a Jesús y lo adoraron, abrazándole los pies, y él les dijo: —No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea, y que allá me verán.
Mientras iban las mujeres, algunos soldados de la guardia llegaron a la ciudad y contaron a los jefes de los sacerdotes todo lo que había pasado. Estos jefes fueron a hablar con los ancianos, para ponerse de acuerdo con ellos. Y dieron mucho dinero a los soldados, a quienes advirtieron:
—Ustedes digan que durante la noche, mientras ustedes dormían, los discípulos de Jesús vinieron y robaron el cuerpo. Y si el gobernador se entera de esto, nosotros lo convenceremos, y a ustedes les evitaremos dificultades.
Los soldados recibieron el dinero e hicieron lo que se les había dicho. Y esta es la explicación que hasta el día de hoy circula entre los judíos.
Contemplo la escena ...
a las mujeres, ...
sus miedos, su reacción ante el encuentro con Jesús. ¿qué sienten?.
Reciben una misión ...
¿cuál? ...
¿la cumplen?
Ahora imagino que Jesús sale a mi encuentro...
en mi vida ...
con mis temores ...
con mis problemas cotidianos ...
y me dice: “¡Alégrate! No temas ...
Cuéntale a tus hermanos que me has visto, que me has sentido” ...
Me dejo inundar por la alegría de que Cristo resucitado se atraviesa en mi vida ...
¿Qué hago? ...
¿cómo exteriorizo la alegría del cristiano a quien Jesús se le aparece resucitado?...
¿A quien le cuento esto? ...
¿A quien más puedo contarle?
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