jueves, 6 de agosto de 2009

El Evangelio de hoy

Marcos 9, 2-11
Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente. Incluso sus ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
- Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aterrados. En eso se formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube llegaron estas palabras:
- Este es mi Hijo, el Amado, escúchenlo.
Y de pronto, mirando a su alrededor, no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. Cuando bajaban del cerro, les ordenó que no dijeran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron el secreto, aunque se preguntaban unos a otros qué querría decir eso de "resucitar de entre los muertos" Entonces le preguntaron:
¿No dicen los maestros de la Ley que Elías ha de venir primero?


Contemplo la escena ...
Jesús resplandeciente ...
El Padre presentándolo ...
“Escúchenlo” ...
¿qué habría sentido yo allí?.

Recuerdo los momentos en que he sentido la presencia divina de Jesús ...
Recuerdo lo que he sentido en esos momentos con Jesús presente....
Me quedo un rato con esos recuerdos en mi corazón ...
¿No me dan ganas de hacer esos momentos eternos?

¿Qué le puedo decir a Jesús ahora, con esos recuerdos?

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