Por José Maria Maruri, SJ
1.- Esta parábola siempre ha tenido en mí malos efectos. Me produce una sensación de “depre”, y creo que es por no haber sabido enfocarla bien. Siempre se queda uno con aquello de las piedras, del camino de las zarzas. Como pasa con la parábola del Hijo Pródigo que siempre hemos hecho el centro de ella al hijo cuando en realidad es el Padre el importante al que Jesús quiere retratar.
Pues también en este caso habría que pintar al óleo un magnífico campo, todo bien arado, con montones de piedras que aquí y allá ha dejado el dueño en el suelo, que con esmero las ha ido quitando, zarzas quedan en una línea estrechísima a los lados del camino. Y en aquel amplísimo cuadro del campo del sembrador el camino es una estrechísima senda, que sirve de linde con el campo del vecino.
Lo que resalta es el inmenso campo, y caminando por él con la ilusión de una gran cosecha, el labrador, que tira a boleo la semilla, con tanta generosidad, con tanta alegría y optimismo, que, naturalmente, algunas semillas, algunos granos de trigo saltan a la tierra dura del camino, o se pierde entre las zarzas, o cae en aquellos montoncitos de piedras. No le importa al sembrador esa poca semilla que se pierde, como al otro dueño del campo no le importó la cizaña nacida entre el trigo.
El buen labrador ama si tierra, él la ha limpiado con esmero, la ha arado en líneas paralelas que se pierden en el horizonte y confía en esa tierra que ama su semilla.
2.- Con tanto cariño hace el divino labrador las cosas que también ha elegido entre mil sus semillas. Y su semilla es su palabra y nos ha dicho la primera lectura que su palabra es como agua fecundadora de la lluvia o la nieve que cae sobre el campo, que no queda baldía, sino que produce siempre fruto. Empapa, fecunda, alimenta, hace crecer la semilla y la espiga, y al fin da una maravillosa cosecha. Esa es la semilla que el generoso labrador está sembrando a voleo en su inmenso campo.
Muchas veces nos parece que lo que se hace por la educación de los niños y de los jóvenes es tiempo perdido, que lo que se escribe y mal vende es dinero perdido, que predicamos en el desierto o a sordos de nacimiento. Y sin embargo el Señor nos dice que lo que ha sembrado dará su fruto, aunque no lo veamos nosotros, algún día germinará la semilla.
3.- Y las últimas palabras de la parábola son un gran consuelo para los que venimos muchos años caminando a gatas por el camino hacia Dios. Y es que no todos darán el 100 por 100, sino que ya está en los cálculos del Buen Labrador que cada uno dará conforme a lo que es y puede. Y los habrá que con dar el treinta por ciento de fruto… De todas maneras dejarán contento al labrador, porque Él nos hizo a todos iguales
Y no olvidéis que el mismo cariño habla de la tierra que da el cien por cien que la que da el sesenta o el treinta. Para el Buen Labrador toda ella es tierra buena. También nosotros somos mirados por el Señor como tierra buena y muy querida por Dios.
Betania
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