No puedo, no debo omitir una última palabra.
San Ignacio, hablando del General de la Compañía de Jesús, dice que son muchas las cualidades necesarias para dicho cargo. Pero, aun cuando faltaren todas las demás, una no debe faltar: la bondad.
Por tanto, les digo: Sean buenos.
Sean buenos. Buenos en su rostro, que deberá ser distendido, sereno y sonriente; buenos en su mirada, una mirada que primero sorprende y luego atrae. Buena, divinamente buena, fue siempre la mirada de Jesús. ¿Lo recuerdan? Cuando Pedro fue alcanzado y traspasado por aquella mirada divina y humana, lloró amargamente.
Sean buenos en su forma de escuchar. De este modo experimentarán, una y otra vez, la paciencia, el amor, la atención y la aceptación de eventuales llamadas.
Sean buenos -y también esto ha sido sabiamente sugerido- en sus manos. “Manos que dan, que ayudan, que enjugan las lágrimas, que estrechan la mano del pobre y del enfermo para infundir valor, que abrazan al adversario y le inducen al acuerdo, que escriben una hermosa carta a quien sufre, sobre todo si sufre por nuestra culpa; manos que saben pedir con humildad para uno mismo y para quienes lo necesitan, que saben servir a los enfermos, que saben hacer los trabajos más humildes”.
Sean buenos en el hablar y en el juzgar; sean buenos, si son jóvenes, con los ancianos; y, si son ancianos, sean buenos con los jóvenes
Mirando a Jesús -para ser imagen de Él- sean, en este mundo y en esta Iglesia, contemplativos en la acción; transformen su actividad en un medio de unión con Dios; estén siempre abiertos y atentos a cualquier gesto de Dios Padre y de todos sus hijos, que son hermanos nuestros.
De un retiro a sacerdotes dado por el P. Pedro Arrupe
en Cagliari Italia, el 11 de marzo de 1976.
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