domingo, 29 de julio de 2018

ASAMBLEA MUNDIAL: El don de los 50 años de la CVX





Magdalena Palencia es miembro de la CVX de México. Nació en Tacubaya, D.F. Fue Secretaria del ExCo Mundial de 1976 a 1982. Congregante desde la infancia, vivió el proceso de cambio y optó convencida por CVX. Realizó el Compromiso Permanente en 1953.  Participó en numerosas Asambleas: en Augsburgo como delegada de México, en Manila como Ponente, en Roma ’79 y Providence como miembro del Exco.  También en Guadalajara ’90 y Nairobi 2003 como traductora.  Ha mantenido contacto permanente con el Secretariado apoyando con traducciones. 

El Buen Espíritu ha guiado nuestro proceso de preparación.  Hoy, como Abraham al subir el monte, estamos dispuestos y dispuestas a entregarlo todo, con total confianza, abandonados en la promesa, en libertad de afectos, de apegos, indiferentes, “Dios proveerá”,  buscamos y deseamos solamente lo que más nos conduzca a Dios como centro y como todo:  “Danos Señor tu amor y tu gracia que eso nos basta”. 

Invitamos a leer y rezar la ponencia de Magdalena, sintiendo y gustando de este recorrido histórico.

Inicio este compartir con un recuerdo especialmente caro para mí y presente en mi corazón, que me ha acompañado muy gratamente a lo largo de algo más de treinta y siete años y que se me hizo muy vivo cuando fui invitada para estar hoy aquí: 

Me refiero a la última ocasión en que tuve la oportunidad de encontrarme con el Padre Arrupe, durante la Semana Santa del año de 1981: Como en otras ocasiones, llegamos para nuestra reunión del Exco a la Villa Cavalletti, y allí coincidimos durante varios días con un grupo de provinciales recientemente nombrados que celebraban, junto con el Padre General y varios de sus asistentes, algo semejante a una sesión de iniciación; en este caso, la sesión era en inglés y todos los provinciales provenían de Asia. También como en otras ocasiones, habíamos tenido un encuentro formal en el que intercambiamos con los provinciales sobre la Comunidad Mundial y su estrecha relación con la Compañía, y varios encuentros y charlas informales al terminar las comidas o a las horas del café. Ellos darían por terminada su reunión antes que nosotros, y nos invitaron a que celebráramos juntos la Eucaristía antes de que partieran.

Correspondió leer, de acuerdo a la liturgia del tiempo, la narración del libro del Génesis (Cap. 17) que hace referencia al pasaje en el que Yahvé establece la alianza con Abram, le confirma su misión como padre de una muchedumbre de pueblos y le promete la posesión de la tierra; y prometida la fidelidad divina, le pide la de los suyos a través de las generaciones. Esta alianza entre Abram y Yahvé, queda sellada por la circuncisión y por un cambio de nombre; a partir de entonces el nombre del patriarca será: Abraham.

Presidía la eucaristía el P. Provincial de Corea, quien en su momento reflexionó e hizo algunos comentarios sobre el profundo significado que tiene, aún hoy, un cambio de nombre en el mundo oriental y sobre lo que esto representó también durante muchos años para muchos religiosos y religiosas, haciendo énfasis en cómo el nombre identifica no sólo a la persona sino a su misión; en la fuerza de la renuncia que este cambio significa a la previa identidad y en que supone la aceptación de una misión y de una nueva o renovada identidad... entonces fuimos invitados a hacer algunas peticiones al Señor...

Se habían expresado ya algunas peticiones, cuando el Padre Arrupe hizo la siguiente reflexión: -no puedo asegurar que fueran éstas textualmente sus palabras, pero sí estoy segura de la coincidencia de cuando menos algunas de ellas y nunca he olvidado su contenido -: "Hace algunos años, las Congregaciones Marianas fueron llamadas por Dios a un cambio de identidad, a una nueva manera de ser. Como Abram, respondieron con generosidad dejando todas sus seguridades, aceptando incluso la muerte que significó el dejar su propio nombre... y como a Abraham el Señor les dio un nuevo nombre: “Comunidades de Vida Cristiana”, que implica también en sí mismo el significado de la Misión a la que son llamadas... y pidió por la Comunidad Mundial, por su crecimiento y consolidación, por su fidelidad a la Misión y porque su servicio al mundo y a la iglesia fuera siempre el mejor servicio"

Al despedirnos de los que se iban después de comer, yo me acerque al Padre Arrupe, pudimos conversar algunos minutos y mientras tomábamos el café, le agradecí de manera personal la petición que había hecho y por todo lo que en ella había expresado sobre el ser y el quehacer de la CVX; él me respondió: "qué así sea".

Como ya lo dije, ese martes de semana santa fue la última oportunidad que tuve de platicar con el Padre Arrupe. Unos meses después nos llegó la noticia del ataque sufrido al regreso de su último viaje a las Filipinas, siempre en fidelidad a la Misión y en servicio al mundo y a la iglesia. Yo he conservado siempre en mi corazón esta anécdota, he podido compartirla en alguna ocasión -incluso en alguna publicación de Progressio- y para mí tiene la fuerza de su testamento para la CVX.

Y fue el recuerdo de este encuentro y legado el que me llevó, una vez más, a releer la historia de Abraham para desde ella releer también, comparar e iluminar el caminar de nuestra Comunidad de Vida Cristiana…

Todo itinerario, todo discernimiento en búsqueda de la voluntad de Dios, se inicia con un sueño. Una utopía que al retirarse de nuestro alcance un par de pasos, por cada uno que nosotros damos, nos invita a proseguir el camino, a mantener la búsqueda. ¿Qué es si no el Principio y Fundamento con que alimentamos nuestro sueño, o confirmamos nuestra utopía, cada vez al iniciar nuestros Ejercicios?

El sueño de Abraham es el cumplimiento de la promesa, una descendencia tan grande que nadie podrá contarla y la posesión de una tierra. Los diez capítulos del Génesis [12-22] van desde la mención de los ancestros y del sitio en el que Abram vivía hasta el sacrificio de Isaac. Recorrerlos nos lleva a introducirnos nuevamente en la historia de la llamada y el deja tu tierra... la bendición de Dios que se amplía a todas las naciones; los peligros que afronta... ; las tentaciones... ; las caídas y las levantadas…; las inevitables separaciones o aparentes divisiones, las no posibilidades de caminar juntos … [en el 15] la renovación de la promesa, Agar e Ismael , … y viene Mambré [en el 18]... el encuentro con Dios Trinidad, con el extranjero a quien recibe, acoge y sirve... de quien recibe nuevamente la promesa ahora renovada desde la ancianidad, la aparente esterilidad de Sara y su falta de fe... el nacimiento de Isaac ... No pases delante de tu siervo, sin detenerte ... [en el 22] el sacrificio de Isaac … todo lo que hay que entregar, dejar; la confianza y total abandono en la promesa, en Dios que nos propone caminos que no son los nuestros, o nuestras maneras de realizar las cosas, pero que nos va llevando en libertad de afectos, de apegos, con indiferencia, hasta el “Dios proveerá…” al solamente Dios como centro y como todo...

Las Congregaciones Marianas inician su proceso comunitario de búsqueda de la voluntad de Dios, como Abraham inicia el suyo, sin saber a dónde van… viven un tiempo como un extranjero, habitando en tiendas, medio desconcertadas,… en lo temporal, no en lo definitivo… de manera itinerante... esperan una ciudad de cimientos fuertes... y más que una ciudad se les dará un camino… serán peregrinas, como los sucesores de Abraham, Isaac, Jacob y su descendencia.... en movimiento, en escucha, atentos a las promesas...

La llamada, empieza a escucharse desde 1948, cuando el 27 de septiembre el papa Pío XII promulga la Constitución Apostólica Bis Saeculari, en la que hace grandes elogios de las Congregaciones y las invita a mirarse a sí mismas … y desde esta auto contemplación el Señor hace nacer LA MOCIÓN: revisarse, volver a sus fuentes, disponerse a actualizar en muchos sitios su servicio, casi cuatro veces centenario, a la Iglesia … los primeros pasos llevan a los primeros encuentros internacionales, a una nueva manera de articularse y a la constitución de la Federación Mundial que es aprobada oficialmente por la Santa Sede en julio de 1953.

Estos primeros pasos, titubeantes al inicio y firmes después, nos hablan de la respuesta a esa PRIMERA MOCIÓN. El primer Exco elegido en Roma’54 formulará pronto el mandato recibido como: “el Congreso de Roma debe ser punto de partida para una renovación universal” y en Newark’59 se decidirá comenzar sin demora la elaboración de las nuevas reglas, dando así el primer paso hacia los Principios Generales; por primera vez se habla de apostolado internacional y se insiste en la promoción de los Ejercicios hechos “en forma integral, o cuando menos durante el máximo de tiempo.” 

Al cumplir sus primeros diez años la Federación Mundial cree tener clara la confirmación de la llamada, pero los cómos se hacen esperar. Aún hay que discernir, hay que esperar los tiempos del Señor que no siempre son nuestros tiempos; la celebración del Concilio que renovará la vida de la Iglesia nos pide, en fidelidad a ella, no definir nuestros pasos sin contar con sus orientaciones más precisas. En la asamblea de Bombay’64 ya se habla de cambiar el nombre de Congregaciones Marianas, pero aún hay una pequeña mayoría que lo rechaza… aún hay que discernir.

El P. Paulusen describió alguna vez a la Asamblea de Roma 67 como: “casi una nueva fundación”. Y hay que tener presente que no sólo las Congregaciones Marianas renunciarían a sus seguridades o privilegios; previamente el P. Janssens, había renunciado, en favor de los laicos, al derecho de autoridad que limitaba al General de la Compañía el ‘dar o cambiar reglas a las Congregaciones Marianas’; y había impulsado y animado la larga consulta que –por los antiguos medios del correo que podía tomar semanas y aun meses para cada intercambio a través del Secretariado– se realizó antes de esta asamblea en la que por primera vez en nuestra historia una “asamblea constituyente” mundial formuló sus propios documentos –la memoria dice: “una reunión plena de dinamismo, de testimonios conmovedores de una creciente unidad en la diversidad y sobre todo de grande caridad. Días llenos de espíritu y de acción”–. Como para Abraham la aparición en la que el Señor hace alianza con él, para la CVX la asamblea de Roma 67, que da origen al jubileo que ahora celebramos, fue un momento de Alianza y un nuevo punto de partida: Nuevos Principios de base, nuevos estatutos, nueva estructura jurídica, un nuevo nombre y una nueva misión común: “combatir la pobreza y la injusticia”

No es mi intención hacer ahora un comentario detenido de cada una de las Asambleas Generales, sobre las cuales hay suficiente documentación; voy a fijarme, más bien, en algunas MOCIONES, las que considero MÁS RECURRENTES, con las que el Señor nos ha mostrado su fidelidad, renovando su llamada e iluminando nuestro caminar. Por eso sólo recuerdo y enumero las asambleas hasta la fecha, con algún breve apunte

Del entusiasmo ‘fundacional’ de Roma’67 pasamos a la prueba de fuego. Nuestra asamblea en Santo Domingo nos hizo comprender la necesidad de prepararnos para que, como ya lo decíamos en nuestros documentos, la deliberación común fuera realmente nuestro método específico para encontrar la voluntad de Dios. Allí fuimos confrontados por la TRETA o “moción del mal espíritu”, el tema propuesto “La crisis en la Iglesia” repercutió también en nuestra propia crisis, que vivimos profunda y dolorosamente, cuando la Asamblea estuvo a punto de disolverse por diferencias personales, el retiro de algunas delegaciones, las tensiones y titubeos al buscar las soluciones y el cambio radical del programa previsto.  

Una crisis saludable sin embargo, que nos hizo conscientes de nuestra vulnerabilidad y que llevó al Exco, finalmente elegido, a afrontar sus consecuencias y concretar las reacciones de Santo Domingo en los puntos siguientes: “Los Ejercicios Espirituales como la base común, la absoluta aplicación de los Principios Generales, nuestra Misión Común” 

La aceptación de la necesidad de prepararnos mejor para la nueva realidad a la que nos reconocimos llamados llevó a diferentes ensayos y encuentros y movió a los responsables a proponer un nuevo tipo de ‘encuentro mundial’. Las experiencias primero en Roma-Augsburgo en el 73, y después en Manila el 76, fueron la respuesta a lo vivido en Santo Domingo, las ‘asambleas’ quedaron enmarcadas por los Ejercicios Espirituales y Cursos de Formación. Estas experiencias se prolongaron además por todos lados con la multiplicación de jornadas semejantes, en el espíritu y el método, a niveles nacional, regional y continental. Se cambió el desarrollo del proceso de nuestras Asambleas, procurando siempre tiempo suficiente para la oración y la reflexión personales y para la deliberación común en pequeños grupos, mientras que se redujo el tiempo para los ‘asuntos’. 

En Augsburgo perfilamos nuestro servicio como “liberar a todo hombre y a todos los hombres”. Pronto nos sentimos movidos a comprometernos en el apostolado internacional e incluso con la pertenencia que pediría en adelante una presencia nuestra en alguna de las instancias de las Naciones Unidas. Y en Manila, al reafirmar nuestro estilo de vida “pobres con Cristo”, enfatizamos nuevamente nuestra opción “para un mejor servicio; la vocación CVX en la misión de la Iglesia”. En Roma’79 nos hicimos conscientes del don de la comunidad reconociendo también que somos “Una Comunidad Mundial al servicio de un único Mundo”; lo que confirmamos en Providence’82 al repetirnos como “Una Comunidad en Misión para promover la Justicia”, que renovó nuestra preferencia por los pobres y marginados y asumió la importancia del estudio de los análisis sociales.

Loyola’86 fue una asamblea enfocada totalmente a la Misión, contemplando a “María como Madre y Modelo de nuestra Misión”. Guadalajara’90 identificó ciertos énfasis para “Un mejor servicio al Reino”, aprobó los nuevos Principios Generales y nos envió a dar fruto como un cuerpo apostólico.

En Hong Kong’94 planteamos que nuestra respuesta ha de ser “la mejor repuesta al llamado de Cristo desde el mundo en que vivimos”, deseosos de llevar a todos ese fuego que ya está ardiendo, desde nuestro entorno y hacia el que somos enviados. En Itaici’98, en el contexto de un mundo en vigilia por el cambio de milenio, descubrimos tres áreas de Misión Común y un conjunto de medios necesarios para realizarla.

Por primera vez en África, en Nairobi’2003 compartimos nuestros sentimientos y mociones deseosos de madurar como Comunidad Apostólica, “enviados por Cristo y miembros de un sólo cuerpo”. Y con ese deseo de “avanzar como un cuerpo apostólico”, en Fátima’2008, en presencia de María, y reunidos alrededor de Jesús para contarle lo que hemos hecho, enseñado y aprendido, recibimos el desafío para “vivir como una comunidad profética”.

Finalmente, hace apenas cinco años la Asamblea se realizó en Líbano, no sólo para ampliar nuestro peregrinaje alrededor del mundo haciéndonos presentes en el Medio Oriente, sino también para mostrar nuestra solidaridad con los que sufren en esa tierra bíblica, y nos trazamos cuatro “fronteras a las que hemos de llegar, desde nuestras raíces”. 



En cada Asamblea, cada reunión del Exco, cada encuentro continental o nacional, el Señor, fiel en su amor, nos ha confirmado el llamado, la misión y la identidad… las MOCIONES con las que cariñosamente toca nuestros corazones siguen alimentando el sueño y guiando nuestros pasos; pero el camino del Reino siempre sufre la violencia de las TRETAS y del deseo del mal espíritu de dividir, de hacer dudar, de atemorizar… y en más de una ocasión nosotros titubeamos y dilatamos la respuesta.

Desde en el texto de la Constitución Apostólica de Pío XII, y en cada una de nuestras asambleas, nos hemos sentido llamados –MOVIDOS– a abrevar de nuestras fuentes; a reconocer a la Espiritualidad Ignaciana laical como el carisma con el que hemos sido regalados y a considerar a los Ejercicios Espirituales como el instrumento específico de esa nuestra espiritualidad. No faltó LA TRETA que en los primeros años hizo evidentes algunas objeciones, había quienes consideraban que los Ejercicios eran ‘exigencias inoportunas’, o quienes mostraban sus resistencias con el argumento de que ahora que nos reconocíamos pública y oficialmente como una asociación laical, ‘resultaba discordante’ la exigencia de algo que de alguna manera había sido y habría de seguir siendo reservado para quienes optaban por la vida religiosa o para los presbíteros; ni tampoco faltaban entre ‘los guías o directores de Ejercicios’ quienes consideraban que la mayoría de los laicos no éramos ‘sujetos’ sino para las experiencias más suaves que Ignacio sugiere para ‘los simples y rudos’. Hoy, gracias a Dios, el reconocimiento de la importancia y del fruto de los EE en nuestras vidas personales y en toda la Comunidad, hace que en muchos lugares y en las más distintas circunstancias todas y todos los miembros de la Comunidad los procuren y los promuevan, cada vez más laicos y laicas se preparan para ayudar a otros en la experiencia de los mismos, en la vida de las pequeñas comunidades y en toda la Comunidad hay una convicción de aprender a discernir y de mantener la libertad al orientar todo nuestro ser y quehacer al servicio del Reino.

La Asamblea de Manila, por las condiciones de carencias en que se celebró, nos hizo experimentar de manera muy especial algo de la sencillez que ha de caracterizar nuestro estilo de vida. La situación que allí vivimos lo que nos tocó compartir con hermanos y hermanas de los barrios de Manila, al igual que cuando varios años después en Nairobi pudimos visitar la zona de Kibera, nos han llevado a expresar en voz alta la MOCIÓN de querer imitar a Cristo pobre; viviendo un estilo de vida sencillo que nos haga parecernos a Él en el modo como Él vivió. Tenemos testimonios muy vivos y edificantes de opciones de entrega total y de acciones comprometidas con enfermos, con migrantes, con algunos campesinos y otros grupos excluidos; o con un compromiso radical y decidido por la defensa del medio ambiente. Creo sin embargo, que la TRETA aún se hace presente; tanto en que muchas veces nuestra acción se inscribe todavía en un ‘por o para’ los pobres sin poder llegar al ‘con y junto con ellos, unidos en sus luchas y esperanzas’, como también en un cierto elitismo al interior de nuestra comunidad, que en muchas ocasiones nos impiden acabar de dar el paso para que ese deseo de imitación y seguimiento de Jesús y nuestra manifestación de verdadera solidaridad con los más débiles se expresen no sólo en nuestro actuar a favor de ellos, sino más bien en compartir su suerte lo más cercanamente posible y en recibirlos entre nosotros dándoles la bienvenida, y considerando como un regalo y una bendición especial de Dios para nosotros que el Señor llame a hermanos y hermanas más pobres a ser parte de nuestra Comunidad. 

Personalmente, identifico como la MOCIÓN MÁS RECURRENTE expresada de diversas maneras y quizá desde diversas maneras de escuchar el llamado, la MOCIÓN al servicio. Una MOCIÓN que nos ha sido confirmada incluso por la autoridad de la Iglesia. En su intervención durante la Asamblea de Roma’79, el Padre Arrupe hizo una acotación, que quiero citar completa porque, una vez más, hace alguna referencia al aniversario que estamos celebrando: “Cuando en 1967 se pidió a la Santa Sede la transformación de las Congregaciones Marianas en Comunidades de Vida Cristiana, y la aprobación de los Principios Generales que habían de reemplazar a las Reglas Comunes de 1910, el motivo que justificaba la petición no era otro que este: "el mejor servicio" a la Iglesia y la renovación conforme al espíritu y normas del Concilio Vaticano II. Se alegaba que la transformación que se solicitaba, permitiría a los miembros de las nuevas Comunidades "consagrarse, econ mayor simplicidad y eficacia al servicio de Dios y de los hombres en el mundo de hoy" [Carta de aprobación del Cardenal Cicognani, 23.03.68]. Y -enfatizaba el P. Arrupe- “porque la Iglesia entendió que esa promesa era sincera y realizable, dio su aprobación”.

Con distintos nombres, el servicio -como concreción de la Misión-, ha sido identificado siempre como una MOCIÓN en nuestras asambleas. No repito la enumeración de los lemas, textos o conclusiones de cada una de ellas, ya mencionados anteriormente y de los que hay abundante documentación. Para ejecutarlo nos hemos esforzado en crear comisiones, establecer grupos de trabajo y desarrollar diferentes metodologías, como el DEAE que hasta hoy nos ayuda de manera privilegiada a discernir nuestras actividades apostólicas. Hemos reconocido que siendo nosotros una Comunidad Mundial nuestra responsabilidad ha de atender a los grandes conflictos o confrontaciones de intereses internacionales, mientras que por nuestra condición de laicos no podemos descuidar las tareas que por medio de nuestra actividad económica, política e ideológica se orientan a la transformación de las estructuras sociales, por aquellas que propicien la dignidad y la igualdad de todos los hijos e hijas de Dios.

Como criterio nacido de nuestro carisma ignaciano hemos de responder siempre a las necesidades más urgentes y preferir los servicios más universales y definitivos; sin perder por ello la consciencia de la importancia y definitividad de lo cotidiano. 

No quiero alargarme de más describiendo otras cualidades o expresiones de nuestro servicio; más bien apunto como una TRETA que en ocasiones nos distrae del cumplimiento de ese mismo servicio, o de que verdaderamente sea ‘el mejor servicio’, el no releer y discernir de nuevo a la luz de los resultados, logros o dificultades y no deliberar juntos cómo continuar, qué retomar o qué dejar … hay servicios que se quedan en planes o en la aprobación de una asamblea y no se realizan, o se interrumpen sin evaluar o revisar lo vivido; y es TRETA o acción del mal espíritu, porque no retomamos el camino hecho y la presencia de Dios en él: ‘Recuerda Israel’

Y cuando perdemos de vista que nuestro servicio es consecuencia de la Misión, y no de nuestra propia iniciativa, perdemos también un inmenso regalo trinitario: con el que el Padre nos asocia a su obra creadora en el progreso y conservación del mundo y de nuestra casa común, en el que nos pone con el Hijo, que nos invita a ir con él como compañeros y compañeras; y que sólo podemos realizar atinadamente si nos dejamos conducir abiertos al Espíritu a través de una “encarnación” para hacer redención; que se concreta, se discierne y se relee, con la libertad de tercer binario… y con el deseo hondo de vivir en el esfuerzo cotidiano del tercer camino de amor-humildad. 

El nuevo nombre que el Señor nos dio hace cincuenta años implica vocación, misión e identidad: Comunidad de Vida Cristiana. 

Comunidad, porque lo que nos reúne como cuerpo no es un impulso personal o el deseo de agruparnos de una manera arbitraria; lo que hace a la comunidad ignaciana es el compartir vocaciones personales que nos han llevado a cada quien a ser amigo o amiga de Jesús y es esa relación personal con Él la que nos agrupa – al igual que a los compañeros de París– como amigas y amigos en el Señor. Comunidad de Vida, porque lo que en ella compartimos es la vida verdadera, la que Dios nos comunica por su Espíritu.

Comunidad de Vida Cristiana, porque compartimos nuestra vida cristiana, la que Jesús nos comunica y que nos lleva con alegría también a la comunión en la Iglesia, en la queremos sentir verdaderamente. Porque cristianos se llamó por primera vez a las y los discípulos comprometidos en un estilo de vida que anuncia la buena noticia a todos -judíos o no- y este anuncio tiene consecuencias sociales. (Hechos 11, 26).

Al hacernos conscientes y darnos cuenta que los lazos entre nosotros eran, y son, mucho más profundos que los que se dan en una Federación, experimentamos fuertemente la MOCIÓN a reconocer nuestra esencia comunitaria no solamente en nuestras pequeñas células, sino a nivel mundial. Descubrimos, con alegría y gratitud, que el Señor nos ha llamado a formar una única comunidad laical, ejercitada en los ejercicios con que Dios regaló a la Iglesia por medio de Ignacio de Loyola; en la que –como Jesús– reconocemos a María por madre nuestra, en la que nos acompañamos con cariño respetando la singularidad de cada uno, compartimos la vida verdadera buscando respuestas nuevas a las nuevas situaciones y somos enviados a continuar la misión universal de Cristo, enviado por el Padre como servidor suyo al servicio de todos: dar buenas noticias a los pobres y libertad a los oprimidos y a comprometer hasta la muerte nuestra vida con su causa.

La TRETA con la que el mal espíritu nos tienta en ocasiones, es el considerar a la comunidad como una meta y no como un medio privilegiado con el que el Señor nos regala; y creo que algo en lo que hemos de poner especial cuidado es, sin descuidar los procesos comunitarios, acompañar y ayudar especialmente los procesos personales de quienes llegan a nuestras pequeñas comunidades y que necesitan apoyo para crecer en su vocación personal y amarla, para a su tiempo llegar a comprometerse personalmente delante de Dios, como miembros de la Comunidad Mundial de Vida Cristiana y con el estilo de vida que ella supone. Porque somos conscientes de participar no sólo de la vida de Dios, sino también del pecado del mundo, que hemos aceptado libremente en nosotros; queremos convertirnos y, al irnos convirtiendo, vamos reafirmando nuestros ideales, confiados en el favor de Dios y en que Cristo y María, en formas diferentes, pero ambas reales, han vencido al mundo; y por eso también conservamos nuestro nombre, que es a la vez don, reto y consigna: “Comunidad de Vida Cristiana”.

Un elemento característico de nuestra espiritualidad que enriquece particularmente a nuestra Comunidad es el compañerismo: en CVX nos reconocemos como ‘compañeros y compañeras de Jesús’.

Hoy al releer y contemplar nuestra vida evoco también agradecida la inseparable historia de compañerismo apostólico con la Compañía de Jesús, para un mayor servicio y gloria de Dios. 

Como lo dice el documento sobre Nuestro Carisma: compartimos con nuestros hermanos jesuitas la común herencia de los Ejercicios Espirituales, la riqueza de una larga tradición y el deseo de poner la vida, en misión, al servicio de los demás. Después de escuchar al P. Kolvenbach decir que es la Compañía la que ha elegido servir a la CVX, la Asamblea de Nairobi expresó en un anexo al documento conclusivo el agradecimiento por todo el servicio de liderazgo y acompañamiento prestado durante los años fundacionales y de desarrollo, y nuestra esperanza de seguir caminando en compañía fraterna, compartiendo la misma espiritualidad y potencialmente la misma misión, que ambas instituciones entendemos brotando desde lo hondo y queremos discernir desde las raíces para en todo Amar y Servir.

El día de su elección, el Papa Francisco comentó que los cardenales habían tenido que ir a buscarle hasta ‘el fin del mundo’. Él también escuchó la llamada: ‘deja tu patria, deja tu manera de vivir, deja tus seguridades, y también recibió un nombre nuevo’ que confirma su vocación, su identidad y su misión. El nombre ‘Francisco’ dice opción por los pobres y por una manera austera de vivir, dice amor profundo a la Iglesia y escucha al envío: “restaura a mi iglesia”; dice cuidado de la naturaleza y de la casa común, y dice alegría y misericordia, las dos grandes líneas que atraviesan y permean todos sus mensajes y documentos. [‘la alegría del evangelio’, ‘la alegría del amor’, ‘alégrense y alaben’, ‘el rostro de la misericordia’, …] 

Hoy nosotros, habiendo escuchado sus mensajes y sus orientaciones que nos alegran, nos iluminan, y nos desafían a la vez que nos llenan de esperanza al anunciarnos esta nueva época de kairos eclesial, llegamos hasta su tierra natal - 14 ‘hasta el fin del mundo’- buscando cómo ser ‘UN REGALO PARA LA IGLESIA Y PARA EL MUNDO’.

Tenemos presente que el regalo de Dios para nosotros nació de una mujer: María, Señora nuestra, que asociada al Señor nuestro es nuestra mediadora, madre y modelo de nuestro servicio, de nuestra libertad y de nuestra comunidad; de quien aprendemos la pobreza de planes y la apertura al Espíritu, la fidelidad al Padre, la dedicación a Cristo y a su causa; y los valores que como ella nosotros también queremos anunciar al mundo: la vida familiar, la dignidad del trabajo, la sobriedad y sencillez en el estilo de vida, el amor y el cuidado por nuestra casa común y el amor y dedicación a la Iglesia.

Bajo su protección, nos reunimos en Buenos Aires para celebrar un nuevo encuentro comunitario de discernimiento, en actitud de búsqueda. Buscadores itinerantes, seguimos en peregrinación, fiados en la promesa, hasta acá nos ha conducido la persecución de ese sueño nacido de la llamada que cambió nuestro nombre y nuestra manera de vivir.

El Buen Espíritu ha guiado nuestro proceso de preparación. Hoy, como Abraham al subir el monte, estamos dispuestos y dispuestas a entregarlo todo, con total confianza, abandonados en la promesa, en libertad de afectos, de apegos, indiferentes, “Dios proveerá”, buscamos y deseamos solamente lo que más nos conduzca a Dios como centro y como todo: “Danos Señor tu amor y tu gracia que eso nos basta”.


María Magdalena Palencia Gómez 
XVII Asamblea General de la Comunidad de Vida Cristiana 
Centro Loyola. San Miguel, Buenos Aires, Argentina 
25 de julio de 2018 


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