martes, 2 de diciembre de 2014

En el cráter de un volcán por Pedro Miguel Lamet S.J.


Si algo está demostrando el papa Francisco, tanto en sus medidas intraeclesiales como en sus intervenciones ad extra, es su absoluta carencia de miedo y su capacidad de agarrar el toro por los cuernos. En menos de una semana le ha cantado las cuarenta a Europa en su memorable discurso al Parlamento, ha afrontado personalmente y sin tapujo un caso español de pederastia, y ha aterrizado en el vértice mismo de la mayor confrontación geopolítica y religiosa que divide al mundo: la frontera del nuevo califato, la versióm más violenta del Islam.
Ya fue calificado de “alto riesgo” el viaje de su predecesor Benedicto XVI a Turquía en 2006, que a su vez seguía las huellas de Pablo VI y Juan Pablo II en su diálogo ecuménico. A la siempre delicada situación que es para un papa visitar un país con un 97 % de musulmanes en su mayoría sunitas y poco más de 30 mil católicos que no obtienen pleno reconocimiento institucional, puente estratégico entre Asia y Europa, se suma ahora su implicación en una lucha en la ciudad kurda de Kobane, en la frontera con Siria, con los yihadistas del IS, sus matanzas, provocaciones y la dramática situación de un millón de refugiados sirios.
El discurso pronunciado ayer por Francisco ante las autoridades en el palacio presidencial de Ankara es programático, una prueba más de su determinación de afrontar de cara los problemas. No podían faltar referencias obvias al nacimiento de Pablo de Tarso en Cilicia, actual Turquía, tierra además de concilios ecuménicos, y a Éfeso, donde según la tradición habitó María la madre de Jesús.
Pero poco se detuvo en prolegómenos. Francisco pide sin rodeos la libertad religiosa, inexistente en Turquía, con su consiguiente libertad de expresión. Denuncia la espiral de violencia y la retroalimentación de guerras en Oriente Medio. Para ello pide que se fomente eldiálogo interreligioso e intercultural y condena “toda forma de fundamentalismo y de terrorismo, que humilla gravemente la dignidad de todos los hombres e instrumentaliza la religión”. Para luego citar con nombre y apellido los focos ardientes del conflicto en Siria e Irak y su violación de las leyes humanitarias básicas “contra los presos y grupos étnicos enteros”. Entre ellas no puede dejar de mencionar la persecución contra cristianos y yazidíes, sin hogar ni patria por su fe.
Alaba a Turquía por su acogida a estos refugiados, y urge a la comunidad internacional a colaborar en esta ayuda. Pero pone el acento en la raíz del problema. Si es lícito detener al agresor injusto, la solución no está en la respuesta militar, sino en una paz que radica en “destinar los recursos no a las armas, sino a las verdaderas luchas dignas del hombre: contra el hambre y la enfermedad en favor del desarrollo sostenible y la salvaguardia de la creación, del rescate de tantas formas de pobreza y marginación, que tampoco faltan en el mundo moderno.”
Aquí reaparece el pensamiento nuclear del papa Francisco sobre la periferia. ¿Hay que atribuir al odio yihadista toda la culpa del estado de terror? ¿Dónde está la causa de esta confrontación que genera los nuevos bloques que ahora dividen el mundo? En el hambre, la pobreza y la marginación. El pensamiento único neoliberal del capitalismo salvaje se rompió con la caída de las torres gemelas. Como el sueño europeo tiene su apostema en la tumba de la inmigración que hemos cavado en el Mediterráneo. En una palabra hay que preguntarse quiénes son los buenos y quienes los malos de este trágico film de injusticias.
Como también las verdaderas causas del conflicto religioso y el abismo que aún separa a los católicos de sus hermanos ortodoxos, que Francisco abrazará como huésped en la persona del patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I. Junto a otros gestos inesperados que seguramente improvisará estos días al no permitírsele visitar los campos de refugiados. Palabras arriesgadas que Francisco pronuncia sin miedo ni cristal antibalas, con una encomiable y valiente libertad. Porque, como ha repetido varias veces, lo menos que le importa es que le maten, como consecuente discípulo de Jesucristo.

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