domingo, 6 de julio de 2014

El Mensaje del Domingo por Gabriel Jaime Pérez Montoya S.J.


En aquel tiempo, Jesús dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido. ASDF
“Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer. Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros” (Mateo 11, 25-30).
En este texto del Evangelio encontramos tres elementos para nuestra reflexión: 1º- Jesús alaba al Padre porque revela a las personas sencillas lo que no son capaces de comprender los “sabios y entendidos”. 2º- Jesús dice que sólo a través de Él podemos conocer a Dios Padre. 3º- Jesús se presenta como el Maestro cuya enseñanza contrasta con la de los doctores de la ley. Tratemos de aplicar a nuestra vida estos temas, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de hoy [Zacarías 9, 9-10; Salmo 145 (144) 1-2. 8-11. 13-14; Romanos 8, 9.11-13].
1. “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y entendidos”
También en el Evangelio de Lucas (10, 21-22) encontramos esta exclamación de Jesús después del regreso de los setenta y dos discípulos que Él había enviado de dos en dos a proclamar la buena noticia del Reino de Dios, cuando ellos le contaron cómo habían podido vencer los poderes del mal (Lucas 10, 17-20). En el pasaje evangélico de san Mateo, que es el propio de este domingo, el contexto corresponde a la respuesta de Jesús a los seguidores de Juan Bautista cuando le preguntan si Él es el Mesías esperado: “Vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida, y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11, 4-5).
El mensaje central de ambos pasajes es que Dios se muestra como un Padre misericordioso a quienes reconocen humildemente su necesidad de salvación, y /“las cosas/” que Él les revela son los hechos liberadores en los cuales se manifiesta su Reino, que es el poder del Amor, encarnado en su Hijo Jesucristo, imagen visible de Dios invisible que con su corazón abierto, paciente, manso y humilde, nos invita a confiar plenamente en su misericordia.
Para reconocer estos hechos liberadores se necesita una disposición diametralmente opuesta a la arrogancia de quienes se consideran a sí mismos sabios y entendidos, que, o creen poder explicarlo todo por su propia razón y niegan a Dios, o si afirman su existencia presentan una imagen falsa de Él como un juez implacable. Jesús se refiere en este segundo sentido a los doctores de la Ley que oprimían al pueblo con prescripciones basadas en el miedo, muy distintas del reconocimiento del Dios clemente y compasivo, lento a la cólera y rico en piedad, bueno y cariñoso, al cual se refiere el salmo de hoy [Salmo 145 (144)].
2.- “Mi Padre me ha entregado todas las cosas… y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer”
Cinco veces aparece la palabra Padre en este pasaje del Evangelio. La novedad y la esencia de la buena noticia proclamada por Jesús de palabra y con sus propios hechos liberadores es precisamente que nuestro Creador es un padre compasivo y misericordioso. A este Dios verdadero no podemos conocerlo tal como es -como el Dios que es Amor- sólo por nuestro propio esfuerzo, sino que es Él mismo quien se nos da a conocer en la persona de Jesucristo y por la acción de su Espíritu Santo.
Este mismo Espíritu habita y actúa en nosotros -como dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura- cuando lo que rige nuestra existencia no es lo material y exterior (“la carne”), sino que abrimos nuestras mentes y corazones a una vivencia espiritual e interior de Dios: “Ustedes no están sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes”. Sólo cuando estamos abiertos a esta vivencia, podemos reconocer la acción de Dios en la naturaleza, en las personas y en los acontecimientos cotidianos.
3.- “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar… Aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde”
La actitud de mansedumbre y humildad que caracteriza a Jesús y que contrasta con la arrogancia de quienes ostentan su poder despreciando a los demás, había sido anunciada unos 550 años antes por el profeta Zacarías, quien se refirió al Mesías prometido con la imagen que nos presenta la primera lectura (Zacarías 9, 9-10), la misma que evocaría el evangelista san Mateo al relatar la entrada de Jesús a Jerusalén pocos días antes de su pasión: Digan a la ciudad de Sión: “Mira, tu Rey viene a ti, humilde, montado en un burro, en un burrito, cría de una bestia de carga” (Mt 21, 4-5).
Los doctores de la Ley contemporáneos de Jesús y de los inicios del cristianismo imponían cargas pesadas sobre la gente, agobiándola con normas legalistas. Habían convertido la religión en un conjunto de prácticas externas desligadas de lo esencial, vacías de espíritu, vacías de amor, vacías de Dios. Jesús, en cambio, se presenta a sí mismo como el Maestro paciente y cercano que, sin imposiciones autoritarias, sin humillar a los demás como lo hacían aquellos doctores -y como lo hacen siempre los que se creen /“sabios y entendidos/” despreciando a quienes no tienen sus conocimientos-, nos invita a reconocer a Dios como un Padre compasivo y a vivir la ley interior del amor, para lo cual Él mismo nos ofrece la comunicación de su Espíritu.
Abrámosle espacio en nuestras mentes y corazones al Espíritu Santo, para que nos disponga a dejarnos enseñar por el Maestro que mejor puede guiarnos hacia una experiencia vital de Dios: nuestro Señor Jesucristo, que nos enseñó el camino de la verdadera felicidad no sólo con sus palabras, sino con la entrega de su propia vida.
Jesuitas Colombia

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