domingo, 23 de marzo de 2014

La sed más grande por Guillermo Ortíz S.J.. Incluye audio


Escuchar audio, aquí
No fue la primera vez que los del pueblo de Nitramnas sufrieron sequía. Pero ese año, aunque el trigo sembrado en todo el campo había comenzado a despuntar verde, se secó completamente en seguida. Y tuvieron que traer el pan para las familias de otro pueblo lejano, donde sí el agua de la lluvia había abrevado aquellas tierras sedientas.
Sin agua no hay vida biológica posible. Las ciudades se levantan siempre junto a una fuente de agua, un río, una vertiente, un pozo. Y en el caso de la ciudad de Comodoro Rivadavia, en la Patagonia Argentina, por ejemplo, que se organizó con el fin de extraer el petróleo y no junto a una fuete de agua, para vivir traen al agua de muy lejos, entubada.
El aire, el agua, son esenciales para la vida biológica. Sin ellos nos morimos nosotros, los animales y las plantas. Pero el alma, que nos da forma y que nos constituye humanos y no animales ni plantas ¿de qué se nutre?
El alma respira al espíritu y también tiene sed. La vida espiritual se nutre del encuentro con el crucificado resucitado que nos respira el Espíritu de Dios y nos da a beber el agua viva.
El capítulo 4 del evangelio de san Juan, Jesús se encuentra con la mujer samaritana que busca agua en el pozo de Jacob y Jesús sediento revela a la samaritana que él puede darle el agua viva de la vida verdadera. Y que aquel que bebe de ese agua que él nos da no tendrá nunca más sed y se convertirá en fuente de agua viva.
Para vivir se va al pozo de agua. Para vivir la vida verdadera se va a Cristo, en cuyo corazón el viernes santo el soldado Longinus cavó esa fuente del agua que nos baña en el bautismo, nos purifica y nos llena de la vida verdadera. En comunicación; en comunión con la misma fuente de vida, nos transformamos en fuente de vida verdadera para otros sedientos del amor y la vida de Dios.
Señor Jesús que diste de beber a esta samaritana el agua viva de tu corazón, que nos purifica y nos llena de la vida verdadera, te ruego que me ayudes a mí y a los míos, a gente, a mi pueblo querido a descubrir esta otra sed, la sed más profunda, la sed de la vida verdadera, la sed de purificación, este baño que ya recibí en el bautismo pero que necesito que me refresque interiormente que me vivifique nuevamente por tu espíritu. Tené piedad Jesús y vení a este desierto que nosotros hemos construido tapando los pozos de agua con porquería, con cosas que dan muerte y no vida. Vení a este pobre pozo nuestro de agua contaminada y danos a beber de tu corazón el agua viva para la vida verdadera.
Evangelio de Juan 4,5-42
Domingo III de Cuaresma 23 marzo de 2014
En aquel tiempo Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber». La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?, ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?». Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna». «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla».
La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar». Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad». La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo». Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo».
Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo».

Guillermo Ortíz S.J.
Reflexiones en frontera