sábado, 11 de enero de 2020

Entre la ignorancia y la intolerancia por Álvaro Lobo sj



Entre las diversas políticas sociales que resuenan en estos tiempos revueltos, una de las más escandalosas es la petición de expulsar a los sacerdotes de la sanidad pública, al tiempo que se reduce la religión cristiana a una secta en contra de la ciencia y de la buena praxis médica. Se reclama así la derogación de los acuerdos que garantizan la asistencia religiosa en los hospitales poniendo a la religión en el punto de mira como ya ocurre en el mundo de la educación o de la cultura entre otros.
Lamentablemente el problema no pasa por la financiación sino por un conocimiento torpe de la religión y de la medicina. Cualquier principiante en el mundo de la salud sabe que es una necesidad fundamental el respeto y el cuidado de las creencias de cada persona, pues en mayor o menor medida determinará su modo de afrontar la salud, la enfermedad o la muerte. Asimismo ninguna religión –y menos la cristiana– vivida de forma auténtica y seria va en contra de las personas, todo lo contrario, ayudan a aceptar la enfermedad y a encontrar en la ciencia un camino de sanación y una apuesta firme por la vida. Reducir la religión a magia o superstición es una demostración de estupidez e ignorancia con mayúsculas. En los hospitales se juegan algunas de las partidas más importantes de nuestra vida y cualquier intento de considerar la medicina y la religión como compartimentos estancos solo hará de nuestro sistema sanitario un lugar paradójicamente más inhumano.
Puede que lo más dramático de todo esto es que muchas veces cuando se ataca a la Iglesia los más perjudicados son los más pobres. Por mucho que nos engañemos, las personas que más necesitan una buena formación, una palabra de consuelo o una mano que les acompañe en medio del dolor y la soledad son los que más difícil lo tienen. Aunque a algunos les duela el Estado tiene la tarea de ayudar a las personas en todos los momentos de su vida –pese a que el medio no guste–, nunca de poner piedras en el camino, porque no sobran brazos que remen a favor. Quizás la pregunta no pasa por la utilidad de los sacerdotes en los hospitales, más bien si queremos hacer de nuestro sistema sanitario otra arma política más al servicio de la ideologías.
Álvaro Lobo sj

pastoralsj

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