jueves, 20 de noviembre de 2014

Cuando Ratzinger aceptó la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar



En 1972, cinco años antes de ser creado cardenal y mientras enseñaba en Regensburg, se expresó en un ensayo académico en todos aperturistas. Ahora, en un volumen de su obra completa de próxima publicación en Alemania, decidió retirar esa propuesta

ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO
En 1972, cuando faltaban menos de cinco años para su nombramiento episcopal y cardenalicio, cuando ya era miembro de la Comisión teológica internacional creada por Pablo VI, Joseph Ratzinger se expresó a favor de la admisión a la Eucaristía para los divorciados que se habían vuelto a casar, siempre y cuando su segunda unión fuera sólida, tuvieran obligaciones morales para con los hijos y cónyuges, y vivieran la experiencia de fe. La admisión habría debido darse primero por vía extrajudicial, con base en «el testimonio del párroco» y de los «miembros de la comunidad». Una solución que para Ratzinger se apoyaba en «la tradición».


El futuro Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y futuro Papa escribió estas consideraciones en un ensayo académico (que se encuentra en las páginas 35-56 de una antología de reflexiones cristológicas titulada Zur Frage nach der Unauflöslichkeit der Ehe. Bemerkungen zum dogmengeschichtlichen Befund und zu seiner gegenwärtigen Bedeutung, en Ehe und Ehescheidung. Diskussion unter Christen, editado por F. Henrich y V. Eid para Münchener Akademie-Schriften 59, München 1972). Ahora ese ensayo será nuevamente publicado en la “Opera omnia” de Ratzinger, cuya edición está cuidando el cardenal Gerhard Ludwig Müller, pero el autor decidió revisarlo por completo y cambiar notablemente la conclusión, pues retira las aperturas expresadas en 1972: no hay que olvidar que cuando era Prefecto del ex-Santo Oficio, de acuerdo con Juan Pablo II, Ratzinger negó la posibilidad de la readmisión que habían propuesto tres obispos alemanes en una carta pastoral (uno de ellos era precisamente el futuro cardenal Walter Kasper). El volumen de las obras completas que contiene la nueva versión de aquel ensayo está por llegar a las librerías alemanas y la revista Herder Korrespondenz publicó un artículo comparando los pasajes principales de ambas versiones.


¿Qué escribió hace 42 años Joseph Ratzinger? He aquí algunos pasajes importantes de aquel texto. «La Iglesia es la Iglesia de la Nueva Alianza, sin embargo vive en un mundo en el que permanece inalterada la “dureza de los corazones” (Mt. 18, 9) de la Antigua Alianza». El futuro Papa consideraba, pues, que «en claras situaciones de emergencia, para evitar lo peor», la Iglesia pudiera «permitir excepciones circunscritas». Una propuesta que no pretendía poner en discusión las palabras de Jesús ni las Sagradas Escrituras, sino vinculada «con el carácter de excepcionalidad como con su reglamentación, y con el de la ayuda en situaciones de urgente necesidad».


«Quisiera tratar de formular, con toda la agudeza del caso –continuaba el teólogo que dentro de poco se habría convertido en el arzobispo de Mónaco de Baviera–, una propuesta que me parece cuadrar» en este ámbito de situaciones de urgente necesidad. «Cuando un primer matrimonio está destruido desde hace tiempo, e irreparablemente para ambas partes; y cuando, por el contrario, un segundo matrimonio se ha revelado una realidad moral y ha sido llenado por el espíritu de la fe, especialmente en relación con la educación de los hijos (por lo que la destrucción de este segundo matrimonio destruiría una grandeza moral y provocaría daños morales), en este caso –mediante una vía extrajudicial– con bse en el testimonio del párroco y de los miembros de la comunidad, se debería permitir el acercamiento a la comunión de quienes viven un segundo matrimonio de este tipo». Esta «reglamentación», según Joseph Ratzinger, estaba «apoyada por la tradición, desde dos puntos de vista».


El primero de ellos se relaciona con los procesos de nulidad matrimonial. «Es necesario recordar con fuerza –escribía Ratzinger– los márgenes de discrecionalidad que son inherentes a cada proceso de nulidad. Este margen de discrecionalidad y la disparidad de posibilidades que, inevitablemente, deriva de los diferentes grados de instrucción y también de las diferentes posibilidades económicas de las personas involucradas, deberían poner en guardia frente a la idea de que se puede hacer justicia inopugnablemente por esta vía». De cualquier manera, más allá de esta consideración, «mucho de lo que no es juzgable es real». «La perspectiva procesual –observaba el teólogo Ratzinger– debe limitarse necesariamente a lo que es demostrable desde el punto de vista jurídico, pero, justamente por ello, es posible que descuide datos que son efectivamente decisivos. De esta manera, adquieren un peso desproporcionado algunos criterios formales (como vicios de forma o en cuanto a la forma eclesiástica, deliberadamente descuidada), que conduce a injusticias». Es por este motivo que Ratzinger concluía que «el proceso de anulación […] no resuelve el problema» y no puede pretender esa severa exclusividad» que se le ha atribuido.


El segundo punto de vista aclaraba mayores detalles el apoyo de la tradición que en 1972 consideraba válido Ratzinger para su propuesta. Hacía notar que un «segundo matrimonio», que mediante un largo periodo hubiera revelado «una grandeza moral», siendo vivido en el espíritu de la fe, «de hecho corresponde al tipo de indulgencia experimentable en Basilio, siempre y cuando tras un largo periodo penitencial de quien vive en segundas nupcias se concede la comunión sin abolir el segundo matrimonio: confiando en la misericordia de Dios, que no desatiende la penitencia».

«Cuando, de un segundo matrimonio, han nacido obligaciones morales para con los hijos, para con la familia y de la misma manera para con la esposa –subrayaba Ratzinger en 1972–, y no subsisten obligaciones del mismo tipo con respecto al primer matrimonio; cuando, pues, por razones de naturaleza moral es inadmisible renunciar al segundo matrimonio y, por otra parte, la continencia en la práctica no representa una posibilidad real (“magnorum est”, dijo Gregorio II), en tal caso el acceso a la comunidad de quienes reciben la comunión, espués de un periodo de prueba, se muestra no menos justo y plenamente en línea con la tradición de la Iglesia».


El teólogo Ratzinger no consideraba, cuando escribió el ensayo, la abstención de los actos sexuales como una «posibilidad real» para todos, observando que el acceso al sacramento no podía «depender de un acto que es inmoral (la ruptura de la segunda unión, con consecuencias para los hijos, ndr.) o imposible en los hechos (abstenerse de los actos propios de los cónyuges, ndr.)».


El futuro Papa, no pretendía poner en discusión la indisolubilidad del matrimonio con esta propuesta: «El matrimonio es “sacramentum”, subsiste en la forma fundamental e inabrogable del compromiso contraído. Sin embargo, esto no excluye que la comunión de la Iglesia abrace también a quienes reconozcan esta doctrina y este principio de vida, aunque se encuentren en una situación de emergencia de tipo particular, en la que tienen particular necesidad de la plena comunión con el Cuerpo del Señor».


En la nueva versión del texto, publicada en el volumen de las obras completas que está por llegar a las librerías de Alemania, esta propuesta escrita en 1972 fue anulada. El autor ya no considera esta vía recorrible, sobre todo considerando el “relativismo” difundido en las sociedades contemporáneas y secularizadas. La única vía indicada (en sintonía con las afirmaciones que hizo durante su Pontificado) es la de proceder con las averiguaciones para las nulidades. «Si la Iglesia considerara un matrimonio nulo por inmadurez psicológica, serían admitidas nuevas nupcias –se lee en el nuevo texto. Incluso sin este procedimiento un divorciado podría ser considerado activo en las comunidades eclesiásticas, y poder ser padrino de Bautismo».


No hay que sorprenderse de que, a 42 años de distancia, un teólogo afirme haber cambiado opinión. Son bien conocidas, por ejemplo, las “retractationes” de San Agustín. Sin ambargo, las páginas escritas a principios de los años setenta parecen muy significativas. Las reflexiones allí plasmadas son interesantes porque, cuando fueron publicadas en forma de ensayo científico, su autor ya no era un joven teólogo seguidor del ala eclesial llamada “progresista”; ya no se trataba del “outsider” que participó en el Concilio como perito del cardenal arzobispo de Colonia, Josef Frings. En 1972, Joseph Ratzinger ya había criticado ciertas tendencias teológicas post-conciliares: había pronunciado, en 9166, su discurso en el Katholikentag de Bamberg, que es considerado como el parteaguas entre el Ratzinger “progre” y el que conocemos hoy.


El teólogo bávaro ya había salido de la turbulenta universidad de Tubinga, en donde había sido colega de Hans Küng, y enseñaba en la mucho más tranquila universidad de Regensburg. Además, a partir del primero de mayo de 1969 entró a formar parte de la Comisión teológica internacional, apenas creada por Pablo VI, según las indicaciones del Sínodo de los obispos, como instrumento para favorecer la investigación teológica según la óptica del magisterio. Cuatro años y medio después de haber publicado el ensayo en cuestión, en marzo de 1977, el mismo Papa Montini eligió justamente a aquel profesor de teología, que representaba un círculo teológico post-conciliar que respetaba el magisterio, para nombrarlo arzobispo de la diócesis de Mónaco. Pocas semanas después llegaría el anuncio de su inclusión en el colegio cardenalicio. Se puede deducir que el estudio sobre la admisión de los divorciados que se han vuelto a casar a la Eucaristía (en ciertas y bien determinadas circunstancias) era un argumento que en esa época se podía seguir discutiendo a la luz de las nuevas condiciones en las que vivía la familia, sin presentar la reflexión como una voluntad de poner en discusión los fundamentos de la fe católica.

Vatican Insider

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