Jesús volvió a salir de la región de Tiro y, pasando por Sidón, llegó al Lago de Galilea, en pleno territorio de la Decápolis. Allí le llevaron un sordo y tartamudo, y le pidieron que pusiera su mano sobre él. Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la gente, le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre: “¡Efatá!” (es decir: “¡Ábrete!”)
Al momento, los oídos del sordo se abrieron, y se le desató la lengua y pudo hablar bien. Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo contaban. Llenos de admiración, decían: “Todo lo hace bien. ¡Hasta puede hacer que los sordos oigan y que los mudos hablen!”
Al momento, los oídos del sordo se abrieron, y se le desató la lengua y pudo hablar bien. Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo contaban. Llenos de admiración, decían: “Todo lo hace bien. ¡Hasta puede hacer que los sordos oigan y que los mudos hablen!”
¿Cuáles son mis sorderas? …
¿En qué noto que no escucho lo que Dios me pide? …
¿Qué acción del Espíritu no quiero oír? …
¿Cuáles son mis tartamudeces? …
¿Cuándo no he podido alabarlo y dar testimonio de El en mi vida? …
Jesús lo hace todo bien …
Le pido a Jesús abra mis oídos y suelte mi lengua para escuchar, alabar y dar testimonio.
Gracias Señor.
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