domingo, 22 de junio de 2014

Pistas para la homilía. Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.



La Eucaristía como alimento

Lecturas:

  • Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a
  • I Carta san Pablo a los Corintios 10, 16-17
  • Juan 6, 51-58
Hoy celebra la Iglesia la fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor. Ha sido instituida para renovar nuestro agradecimiento y devoción por este maravilloso regalo que nos dio Jesús en la Última Cena. La celebración de la Eucaristía es el momento más intenso de la comunidad de fe; por eso el Concilio Vaticano II la describe como “cumbre y fuente de la vida cristiana”.
Para que logremos el objetivo que se propone la Iglesia con esta celebración, les propongo que focalicemos nuestra reflexión alrededor del tema del alimento. Desarrollaremos este tema en tres niveles diferentes: el alimento para el desarrollo de nuestro ser biológico (hablaremos de la seguridad alimentaria); el alimento de nuestras capacidades intelectuales y competencias para el trabajo (la educación) y el alimento de nuestra vida interior (lectura de la Biblia y Eucaristía)
Empecemos por explorar el sentido básico y obvio del alimento. Los seres humanos, como todos los seres vivos de la creación, necesitamos alimentarnos. Los expertos que se reúnen en los foros internacionales sobre los alimentos en el mundo han acuñado la expresión seguridad alimentaria. ¿Qué quieren decir con esta expresión? En palabras cotidianas, podemos decir que una familia tiene seguridad alimentaria si todos sus miembros tienen acceso en todo momento a suficientes alimentos que les permitan gozar de una vida saludable y activa. Por lo tanto, la seguridad alimentaria es un componente esencial del derecho a la vida. Por eso es tan dolorosa la situación de millones de seres humanos desnutridos, principalmente niños, condenados a la pobreza y a la exclusión. Este drama lo viven muchos hermanos nuestros colombianos, que se acuestan con hambre.
Según los expertos, ¿cuáles son las causas que amenazan la seguridad alimentaria en el mundo? Las causas son muy diversas. Enunciemos algunas de ellas, sin pretender profundizar en el asunto, que desborda la temática de esta homilía dominical: la escasez de agua; el agotamiento de los suelos; el cambio climático; la sobrepoblación; el capitalismo salvaje; los conflictos armados que desplazan a millones de campesinos, etc.
Estas breves consideraciones sobre la seguridad alimentaria nos hacen reflexionar sobre los alimentos con una condición básica para la conservación y desarrollo de los seres vivos. Pero los seres humanos somos mucho más que unas células que necesitan nutrientes.
Demos un paso y reflexionemos sobre la educación como un segundo tipo de alimentación, que nos permite desarrollar las competencias básicas para saber-hacer, es decir, ganarnos la vida mediante el trabajo; saber-ser, o sea, la formación en valores; saber- compartir o desarrollo de las competencias para vivir en comunidad.
Si los niños han tenido una buena nutrición y se les ofrece una educación de calidad, tendrán abiertas las puertas del futuro. Por el contrario, niños y jóvenes desnutridos, que sólo tienen acceso a una educación muy deficiente impartida por maestros de pésima calidad, están condenados a no superar la pobreza y la exclusión. Están atrapados sin salida. La nutrición y la educación deben ser dos prioridades absolutas en las políticas públicas.
Así, pues, llegamos a la conclusión de que una alimentación sana es fundamental para garantizar las condiciones biológicas para una vida digna. Y una educación de calidad nutre nuestras posibilidades de realización como seres humanos productivos, útiles, capaces de generar riqueza y progreso.
Y ¿qué decir de ese nivel superior de nuestra condición humana que llamamos espíritu? ¿Cómo nutrirlo para que pueda emprender con energía la búsqueda de la verdad, del amor, de la justicia y del sentido de la vida?
Así como hay mucha comida chatarra que calma momentáneamente el hambre pero no nutre, así también en la cultura contemporánea hay muchos productos chatarra que no sólo no nutren el espíritu sino que lo intoxican. Las nuevas generaciones, adictas a internet, corren el peligro de intoxicarse con esta adicción que los esclaviza a la pantalla de un teléfono celular, olvidando la riqueza de la comunicación cara con la familia y con los amigos.
En este orden de ideas, para los que seguimos a la Persona de Jesucristo, hay dos alimentos de una gran riqueza para fortalecer nuestra vida interior y la vida de la comunidad eclesial. Estos dos alimentos son la lectura meditada de la Palabra de Dios y la participación en la Eucaristía, donde compartimos el Pan de Vida:
  • En la Biblia está consignada la auto-manifestación de Dios en la historia, que alcanza el clímax en Jesucristo, revelador del Padre. Meditando la Palabra de Dios descubrimos su plan de salvación, conocemos mejor a la Persona de Jesucristo y su mensaje, creamos la atmósfera propicia para que el Espíritu Santo nos hable en nuestro interior.
  • En los dos textos del Nuevo Testamento que hemos escuchado se nos explica la riqueza de la participación eucarística. San Pablo nos dice: “El cáliz de bendición con el que damos gracias, ¿no nos une a Cristo por medio de su sangre? Y el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo?”. Y el evangelista Juan reproduce las palabras de Jesús: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”.
Que esta fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor nos sirva para redescubrir el don maravilloso que nos hace el Señor al invitarnos a compartir su mesa. No podemos ver la misa dominical como una obligación fatigante ni como un rito familiar que se repite por la fuerza de la costumbre.
Jesuitas de Colombia

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