viernes, 26 de diciembre de 2008

Carta del obispo en África...


Navidad sin parche oscuro



Este año, tal vez exagero, mi Navidad se llama Niko. Porque él representa toda la alegría contenida del pesebre, el gozo cálido de los pastores, la dicha sosegada de María y de José. El oro, la mirra y el incienso de Niko ha sido el poder ir a la escuela y de pasera, el segundo regalo, ha sido su abuelo y la luz de sus ojos. No es que el abuelo sea la luz de los ojos de Niko.



Aquí en Centroáfrica, esta expresión no quiere decir nada y en su Bangassou natal, tierra de lucha de cada día por llevarse a la boca un mendrugo de mandioca, tampoco quiere decir nada ...



Es que a su abuelo le han regalado la luz de sus ojos, al menos de uno de sus ojos, porque antes no veía nada y Niko lo llevaba a todos sitios agarrado a una nudosa caña, unidos los dos mano con mano, en un extremo la tierna luz de la niñez, en el otro la oscuridad profunda la ceguera. Los Reyes Magos del abuelo de Niko fueron dos oftalmólogos de picardía y de Jaén, madre e hijo, y el regalo una operación de cataratas en el nuevo y recién estrenado quirófano San Rafael de la misión católica de Bangassou.



Cada día el abuelo (rigurosamente vestido de negro, tal vez para hacer juego con su piel y con su mercancía) viene a vender picón a la misión. Nik6 le enseña el camino tirando de la caña y el abuelo, eternamente detrás, carga el saco en su cabeza y se aligera a poner la mano, agarradillo él, cuando el cocinero de la Catedral le paga la ración diaria de picón.



El otro día Niko se presentó frente a mi puerta, los ojos llenos de picardía y de esperanza. Me dijo que nunca en su vida había ido a la escuela y que, ahora que su abuelo no lo necesitaba de lazarillo, era el buen momento para empezar. Lo agarré de la mano y lo llevé a la escuela de la misión, 1.300 alumnos, apiñados de tres en tres en cada banca, y le dije a la hermana que le buscara un sitio como fuera, que donde ya hay muchos siempre cabe uno más. Al día siguiente, Niko vino a verme con su uniforme nuevo y su pizarra recién estrenada, más contento que una peonza. Le pregunté de dónde había sacado el dinero para comprar la pizarra y me dijo que su abuelo se lo dio.



Luego supe que utilizó su técnica de siempre, como el Lazarillo cuando se comía las uvas de tres en tres. Y es que su abuelo, para mejor guardarse el dinero y que no le roben se pone dos pantalones y mete las monedas en el bolsillo del pantalón de adentro. Algún día le falla el truco, y en vez de dar con el bolsillo escondido, alguna moneda se le escapa y se le cae pierna abajo. Y allí está él, con la picardía que da el hambre, para recuperar lo que buenamente le llueve del cielo.



La doctora Ascensión llegó con su hijo Antonio, recién salido de la Facultad de Cádiz. No se podían imaginar la lista de espera que se les venía encima cada día, un montón de ciegos arremolinados a la puerta del quirófano, un mogollón de oscuridad, olisqueando el aire para oír si les llegaba el turno. Demasiados pacientes para tan pocos días. 302 consultas y 52 operaciones de cataratas de las 8 de la mañana a las 10 de la noche no dan para más. Para muchos, como para el abuelo de Niko, salir del túnel de la ceguera fue un descubrimiento. Tirar la caña gastada, porque ya quedó en desuso, fue también un regalo del cielo, primero para el abuelo y también para el niño ya cansado de bregar, negras de picón las manos, esposado todo el día a su abuelo por ese extraño cordón umbilical de caña.



La doctora Asunción sabe bucear, al menos con sus pinzas, a través del humor vítreo o acuoso de sus pacientes. Primero para quitar ese tapón opaco detrás de la pupila llamado catarata y poner la lentilla en su lugar, y luego para limpiar las impurezas que allí suelen quedar. Hay que saber de buceo y no cansarse de rastrear con el microscopio. Al final la mayoría de los pacientesse llevaron el tapón a casa en una cajita, testigo mudo de la razón de su ceguera y de la pericia de estos jienenses, acostumbrados a trabajar con instrumentos en miniatura. Los días siguientes a las operaciones, todos venían a dar las gracias y sorteaban mesas y obstáculos varios para demostrar que el gordo de Navidad les había tocado a ellos. Incluso los casos irreversibles venían a dar las gracias, evidencia clara de la nobleza de este pueblo pobre.




Un quirófano nuevo, regalo de bienhechores españoles a través de la Fundación de Ayuda a Bangassou, con lámpara halógena de última generación, esterilizadores varios, microscopios o los aparatos cardiovasculares, es una "perita en dulce para la selva, en pleno centro de África. Un foco de luz que desgarra tinieblas ancestrales, rompe tapones y actualiza los milagros del Evangelio en este pedazo de selva africana. Gracias por vuestra ayuda en todos los proyectos que llevamos a cabo, no nos abandonéis en estos tiempos de crisis, mi gente es la menos culpable de ella y la que más la padece.



Un abrazo y Feliz Navidad.



MONSEÑOR JUAN JOSÉ AGUIRRE

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