lunes, 26 de noviembre de 2018

El valor de un selfie por Álvaro Lobo sj



Más de 250 personas han fallecido mientras se hacían una selfi desde 2011 (cifra ofrecida por la CNN). Un dato tan curioso como trágico, que denota el poder de la imagen por encima del sentido común en algunos casos. Esta obsesión por las autofotos me recuerda a los que visitan un museo y no logran contemplar un cuadro por conseguir likes en las redes sociales o a los que durante un concierto no escuchan su canción favorita por grabar un vídeo de pésima calidad, o bien nunca disfrutarán la emoción de unos penaltis por querer sellar ante el mundo entero un 'yo-estuve-allí'.
Desde hace años, la obsesión por las instantáneas ya no es cosa de turistas orientales. Se trata de una reacción tan natural como espontánea que nos ayuda a aprehender momentos, pero de alguna forma podemos caer en el riesgo de distraernos de lo importante por retener algo que nunca logramos vivir. Late la lógica del consumismo vital, como quien presume de conquistar corazones sin haber conjugado nunca el verbo amar. Las experiencias del tipo que sea nos ayudan a crecer, a aprender y a madurar, en definitiva a vivir. Sin embargo, nos pasa que confundimos la felicidad con experimentar el máximo de emociones posibles –y de paso mostrarlo a nuestros conocidos–, cuando en el fondo nuestra plenitud pasa más por la calidad que por la cantidad y, cómo no, por el sentido que le damos.
A veces nos obcecamos con tener miles de experiencias sin saber muy para qué. Confundimos el vivir bien con realizar muchas cosas o con visitar muchos lugares. Está genial afrontar con pasión la vida y aprovechar al máximo, pero quizás no pasa tanto por el número o por intentar congelar cada instante sino por vivirlo con intensidad, como si fuese único e irrepetible. Facebook, Instagram o WhatsApp pueden estar llenos de imágenes –muchas necesarias que remueven nuestra memoria–, pero nunca podrán retener lo vivido. Al fin y al cabo el corazón está lleno de vivencias profundas, no de fotos ni vídeos por espectaculares o numerosos que puedan llegar a ser.
Álvaro Lobo sj

lunes, 5 de noviembre de 2018

La espada de Damocles por Javier Bailén sj



Estamos en una sociedad muy resultadista. Nos miramos unos a otros con la intención de valorar los resultados y así poder decir si somos mejores o peores. Son los resultados los que determinan el devenir, el futuro y la permanencia.
Llevamos semanas escuchando que, quizá, Julen Lopetegui no seguiría mucho más tiempo en el Real Madrid. Los resultados no estaban siendo buenos. Ya el domingo pasado la derrota ante el eterno rival, el F.C. Barcelona, hizo que la espada de Damocles se acercase más a la cabeza del entrenador vaticinando un final muy poco feliz. Hasta que cayó. La espada. Y el entrenador.
Me pregunto, a raíz de este caso, cómo valoramos nosotros las cosas. Desde dónde enfocamos nuestra capacidad de juzgar lo que hacemos nosotros y lo que hacen los demás. Me pregunto si nosotros también somos presas de los resultados, de la numerología, y necesitamos llenar nuestros proyectos y pastorales de gente porque eso será lo determinante para un buen juicio. O si por el contrario, buscamos la calidad, profundidad y vinculación de los participantes sin estar tan pendientes de romper estadísticas.
No es fácil salir de la cadena de mercado que nos envuelve. Los números son los números y la espada de Damocles no tiene piedad ni misericordia. Hoy es Julen Lopetegui pero mañana podemos ser cualquiera de nosotros los que recibamos el golpe certero que cercene nuestras aspiraciones o deseos. Pero, ¿es eso lo que queremos?, ¿es así como queremos vivir?
En el mundo del fútbol, al igual que en otras facetas de la vida, se necesita ganar para poder estar 'en el candelero'. La victoria es la reina que todo el mundo quiere conquistar, pero ¿a qué precio?, ¿dónde están los límites? Las pasiones que acompañan a este deporte invitan, en multitud de ocasiones, a tomar decisiones que no siempre son racionales. Pero, ¿ocurre así también en nuestras vidas? ¿nos dejamos llevar por la pasión y nos olvidamos de lo vivido?
La espada de Damocles estará siempre sobre nuestras cabezas. Imagino que el, hasta el lunes, entrenador del Real Madrid, sufrió durante bastantes jornadas la incertidumbre de su permanencia mientras los medios de comunicación jugaban y balanceaban la espada con el fin de ver si caía o no.
Aunque no podemos vivir de la mediocridad y, en muchas ocasiones hay que tomar decisiones con gran valentía, me sigo preguntando si el único criterio de valor que determine nuestras vidas debe ser el resultado para tener éxito, los números que rompan estadísticas o por el contrario miramos con más profundidad los procesos y trabajos desde otras perspectivas.

Javier Bailén sj
pastoralsj