martes, 26 de mayo de 2020

De profundidad y fuego por José María Rodríguez Olaizola sj



Acaba de fallecer en Tokio el padre Adolfo Nicolás, jesuita, General de la Compañía de Jesús entre 2008 y 2016. Habrá en estos momentos muchos recuerdos, algunos vinculados al trabajo, a la vida compartida, a momentos y proyectos… Yo solo lo conocí de lejos, pero me quedo con dos ideas que trascendieron al poco de ser elegido. La primera la tomó Nicolás de san Alberto Hurtado. Era la propuesta de ser fuegos que encienden otros fuegos. Arder con el evangelio. Arder con la pasión de vidas enraizadas en el amor. Arder para iluminar el mundo con la luz prestada de Dios. Es bonito pensarlo así. El fuego puede ser devastador. Pero no es ese el fuego al que se refiere esta expresión. Es más bien el fuego que es luz en medio de la bruma; y calor que desentumece los miembros ateridos. Fuego que es palabra, mesa compartida, y mirada ardiente de un Dios que nos ama. Todo eso se podía intuir tras esa expresión formulada en su primera homilía como General. Su fuego de entonces se convirtió después en brasa, porque eso es la vida, arder desde donde estamos. Ahora su llama se ha apagado, pero para fundirse ya con la fuente de la vida en una resurrección que algún día nos tocará a todos.
Su segunda palabra fue la invitación a la profundidad. Hoy tal vez ya no suena demasiado novedosa, porque en esta larga década lo hemos citado hasta la extenuación. Pero cuando lo formuló no era algo de lo que se hablase. Y en contraste, nos obligaba a pensar en la superficialidad, la banalidad y la falta de hondura como peligros contemporáneos en la sociedad –y también en la Iglesia–. Hoy sigue siendo necesaria la profundidad. No comohashtag ni como eslogan, sino como forma concreta de vivir el evangelio. En la entraña de la vida.
Que esas dos enseñanzas nos sigan acompañando.


Descansa en paz.

José María Rodríguez Olaizola sj

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Hemos aprendido a ver la vida con otra perspectiva por Álvaro Lobo sj



Hace no mucho leí que los niños chinos suelen desarrollar más problemas de miopía que el resto de los mortales. Y no por el uso descontrolado de pantallas como imaginé en un principio, sino por permanecer en espacios cerrados durante mucho tiempo. No sé qué base científica tendría la noticia, pero en mi caso –y creo que en el de la gran mayoría– mi día a día se ha parecido bastante al de los niños mandarines durante estas últimas semanas.
Y es que pienso que una de las cosas que nos ha enseñado este virus es la necesidad de vernos con perspectiva. No solo por higiene mental o para sospechar del vecino como un posible positivo, más bien para percibir nuestra vida de un modo distinto. Recordar el pasado, agradecer el ahora y soñar el mañana. No sé, en ocasiones tengo la impresión de que nuestra mirada cortoplacista nos lleva a sacar conclusiones precipitadas, porque nos quema la impaciencia y las ganas de vivir y nos topamos con nuestros propios muros. Tener una panorámica deformada nos hace alimentar fantasmas y luchar contra gigantes olvidando las batallas que realmente merecen la pena. Quizás ahora, cuando nos pesa tanto paso del tiempo, la sensación de vacío o el echar de menos, todo hace que reajustemos el enfoque de las cosas y veamos que lo importante es simplemente vida, la de otros y la nuestra propia.
Cuántas veces nos habremos asomado a la ventana pensando qué haremos cuando acabe esta pesadilla, esperando un futuro incierto que no acaba de llegar. Puede que este tiempo de reclusión nos haya facilitado separar lo superficial de lo profundo y lo accesorio de lo imprescindible. En un mundo en el que nos pueden las prisas, conviene recordar que nuestra historia es mucho más que el ahora y que la muerte puede llegar en cualquier momento, que lo único urgente son las personas. Ojalá que cuando esta pandemia termine sigamos buscando nuevas perspectivas como quien otea el horizonte, para contemplarnos de principio a fin y descubrir que por momentos –como algunos niños chinos– no somos capaces de visualizar con nitidez nuestra propia realidad.
Álvaro Lobo sj

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lunes, 18 de mayo de 2020

Diario del coronavirus 67: tres claves de reconstrucción económica por Fernando Vidal

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No se puede reconstruir integralmente sin modificar el modo de producción capitalista. Quizás nos habíamos resignado a ser hipercapitalistas. Nos habían convencido de que no podíamos cambiar el sistema. Ahora se abre una ventana histórica. Tenemos que evitar la tentación del estatalismo y fortalecernos como actores activos de la economía, formarnos más y cambiar nuestro entorno económico. El mundo necesita que cada uno de nosotros sea un constructor de Economía Sostenible.

La Nueva Normalidad

Junto con la sanación de la herida existencial y vital que nos ha causado la pandemia, está la gran cuestión de la reconstrucción. Ha quedado claro que la Nueva Normalidad no solo implica cambios de hábitos para hacer posible la prevención sanitaria. La Nueva Normalidad supone una transformación que haga posible que la gente pueda vivir con normalidad. La Nueva Normalidad es la Sana Normalidad, que implica una normalidad más sencilla, sostenible, sabia y comunitaria. Debemos ser más normales y rechazar las arrogancias de la dominación y la superficialidad.
Reconstrucción no es regresar a lo de antes. No queremos reconstruir la aceleración, el crecimiento hiperbólico, la especulación ni el vaciamiento de la cultura. La reconstrucción necesaria no consiste en ir a un tiempo pasado, sino en regenerar desde las raíces de la condición humana. Reconstruir desde el anhelo de paz, de justicia y equidad, de solidaridad, desde la vida de las familias, de la curiosidad de saber, desde la diversidad y el deseo de fraternidad universal. Reconstruyamos desde el hecho de ser una única Humanidad y un único planeta Tierra.
Reconstrucción supone depuración, sanación de las raíces enfermas que nos trajeron a esto. Necesitamos recobrar tasas de empleo y producción, pero no por el camino sin salida por el que íbamos antes, sino por un nuevo camino. Quizás haya que hacer más esfuerzo y transformarnos más en profundidad, pero al menos no nos llevará al mismo punto: crecer de tal forma que volvemos a derrumbarnos. Salir de verdad de la crisis significa tomar otra salida que no nos lleve a otra crisis mayor. El rumbo que seguíamos era el de la destrucción de la dimensión comunitaria, la desigualdad extrema, la banalización y mercantilización de toda la cultura, el supremacismo populista, la sexta extinción y la insostenibilidad medioambiental. Ya antes de la pandemia, el mundo se nos había ido de las manos. Todavía no hemos retomado el timón del mundo del todo. Estamos más en la antigua vía que en la nueva, pero esta pandemia ha sacudido nuestras conciencias y tenemos una mayor oportunidad de cambiar de historia y la historia.

La Reconstrucción es integral

La Reconstrucción es integral y ya hemos reflexionado sobre algunas de sus bases como la reconstrucción personal y la vecinal, así como otros aspectos como la Democracia de Discernimiento o el capital existencial y moral de la sociedad. Este diario ya se acerca a su final, terminaremos en el número setenta, al cumplirse las diez semanas desde que comenzamos. Luego seguiremos la reflexión, pero de otros modos. La Reconstrucción solo es posible si es integral y eso requiere una Gran Reforma, la que no supimos ni quisimos hacer en la crisis del 2008. Ahora estamos en peores condiciones porque la recesión es más profunda, los flujos internacionales están muy cerrado y la población ha sufrido -y sigue impactándole- un gran trauma de muerte. La balanza también tiene algunos aspectos positivos en el otro plato: ha habido una mayor transformación personal y colectiva de la conciencia, existen grandes reservas de capital que esperan para ser gastados e invertidos y hay una mayor defensa de las personas y familias que se quedan sin medios de vida. Posiblemente, los puntos más débiles de toda la Reconstrucción son el estamento político (tacticista, polarizado, doctrinario y poco cualificado), una Administración Pública arrogante, ineficiente y no cooperativa, y la muy debilitada sociedad civil. En la Reconstrucción económica hay varios puntos que son clave.
Una clave que no voy a desarrollar aquí es todo lo relativo a la ciencia. La carrera colectiva por encontrar una vacuna constituye el mayor proyecto científico de la historia y debe ser un ejemplo que nos ilumine. Ese proyecto ha sido montado gracias a la cooperación de redes científicas, empresas, fundaciones, universidades y Administraciones Públicas. Es importante resaltar que la sociedad civil mundial se ha visto muy dinamizada por la sociedad científica: una tupida trama de redes, asociaciones y organismos autorreguladores. Especialmente importante ha sido el espacio de ciencia libre, no determinada por el mercado de las revistas y las políticas de control gubernamental, sino autorregulada por la propia sociedad civil científica. Es uno de los pilares para la reconstrucción de la sociedad civil mundial.
El apoyo a la ciencia ha subido en todas nuestras sociedades. Sabemos que todo el capital destinado de verdad a ciencia -y no a burocracia de política que condiciona la ciencia- es inversión. Aunque cada sociedad tiene su estrategia industrial, hay que fortalecer el conjunto de la ciencia, porque va a mejorar no solo la producción de nuevos materiales de alta tecnología difíciles de imitar, sino el conjunto de la sociedad: por ejemplo, el diseño y medición de mejores programas de inserción laboral de desempleados.
Voy a señalar tres elementos clave a corto plazo: el Pacto ODS con el Empresariado, un nuevo modelo de ayuda a los desempleados y la simplificación de la Administración Pública.

1. Los empresarios son ahora los sanitarios

Una encuesta de Deloitte a 167 empresas, publicada el 17 de mayo, daba datos significativos sobre el clima empresarial. El 67% espera una contracción de su facturación y el 26% una expansión. Creen que a lo largo de 2020 no habrá recuperación y retardan la senda de crecimiento al próximo año y el 69% juzga la acción del gobierno durante la crisis del Covid-19 como mala (45%) o muy mala (24%). Más del 75% de las compañías encuestadas han realizado acciones solidarias durante la pandemia en forma de donaciones, servicios, política laboral o alivios a sus clientes.
Solo los sanitarios nos podían sacar de la pandemia y solo los empresarios nos van a sacar de la crisis económica. Habría que aplaudirlos cada día a las ocho de la tarde por cada empleo que contraten. Igual que estamos pendientes de cuánta gente muere –por miles, centenares, decenas–, debíamos seguir la cuenta de cuántas personas encuentran empleo.
Nuestros sanitarios hubieran salvado más vidas –entre otras, las suyas– si hubieran tenido más medios de autoprotección, más recursos hospitalarios y una mejor organización de la Administración. Del mismo modo, los empresarios necesitan las condiciones necesarias para crear el tipo de economía y sociedad sostenible que todos necesitamos, aquella en la que pueden crear la buena riqueza sostenible. Es imprescindible una nueva alianza con el mundo empresarial y la clave es qué tipo de corporaciones necesitamos.
Poco antes de la pandemia, el Foro Económico Mundial de Davos realizó un nuevo Manifiesto en enero de 2020 –el anterior era de 1971– que supone un giro clave en la cultura económica y empresarial. Su fundador y presidente ejecutivo, Klaus Schwab, apuesta por un capitalismo que tenga una concepción más compleja de los grupos de interés a los que tiene que servir, no solo unidireccionalmente obsesionado por “añadir valor a sus accionistas”. No se trata de un capitalismo compasivo, sino de corporaciones que tengan una idea integral de su ecosistema social. Se busca compañías que se dirijan a la sostenibilidad y el desarrollo sostenible con sus clientes y las sociedades donde operan, en toda su “cadena de valor” -desde los lugares donde sus proveedores extraen materias primas hasta el reciclaje tras el consumo por parte de sus clientes últimos. “El capitalismo de accionistas descuidó el hecho de que una empresa es un organismo social… y el cortoplacismo especulativo le llevó a estar desconectado de la economía real… Esta forma de capitalismo ya no es sostenible”, concluye Schwab.
Se debe avanzar, tal como señala Europa, en la valoración de la sostenibilidad social y medioambientalde cada corporación para elegir las compañías a las que vamos a comprar. ¿Qué calidad tiene el empleo de sus trabajadores? ¿Qué impacto medioambiental tiene? ¿Cómo contribuye a la equidad e inclusión social? ¿Cuál es su retorno social y cuál es su impacto social? Esto debe formar un índice que permita saber a qué tipo de empresa estamos apoyando con nuestra compra. No votamos solo cada cuatro años, sino que cada día votamos a través de nuestras compras, elegimos el tipo de compañías que queremos lideren la economía de nuestra sociedad. Cada empresa debe tener su valoración de impacto en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y ese índice debe ser voluntario, objetivo, transparente y público.
El Manifesto Davos 2020 –concretado en el índice del impacto ODS de las corporaciones– es el marco en el que hacer una alianza a largo plazo entre las patronales y la sociedad, mediado por los gobiernos. Es necesario un gran Pacto ODS de Reconstrucción que dé confianza y condiciones para el desarrollo del empresariado sostenible. En ese Pacto es imprescindible que esté representada la sociedad civil, muy especialmente la economía social, las asociaciones d consumidores, la sociedad científica y las ONG de inclusión social. Los sindicatos no representan al conjunto de la sociedad civil.
También el marco económico ha cambiado y necesitamos reformar nuestra estructura económica, lo cual nos llevará como poco una década, pero hay que poner una clara dirección hacia ese lugar. La transición a la nueva economía verde es irreversible. El 6 de mayo, Credit Suisse hizo público su informe Supertrends 2020, en el que señala cuáles son los objetivos más convenientes de inversión. Las infraestructuras, logística y tecnológicas siguen manteniéndose como una apuesta segura. Junto con ellas destaca la sostenibilidad. Supertrends ve un gran potencial de inversión en energías renovables -que requerirán una reconversión de las infraestructuras y medios de transporte- y empresas de alimentos sostenibles -tanto en producción como distribución. El mundo alrededor de las ciudades sostenibles va a crear muchas oportunidades de rentabilidad, así como todo el soporte al envejecimiento. El giro del mundo hacia la sostenibilidad está suponiendo un cambio sistémico que la pandemia no ha hecho sino acelerar. Las limitaciones de movilidad y las precauciones globales en sanidad van, contra nuestra voluntad, en esa dirección.
El sábado 16 de mayo fue ejecutada la demolición de las enormes chimeneas de refrigeración de la central nuclear de Philippsburg y eso, en el contexto de la pandemia, marca una nueva época en materia de energía en Europa. Tras la catástrofe de Fukushima de 2011 se cerró y nueve años después asistimos a su derrumbe definitivo. A finales de 2022 todas las centrales alemanas habrán sido clausuradas y sustituidas por energía alternativa. La decisión de Alemania por la economía sostenible lidera la nueva revolución verde y la reindustrialización. Esto forma parte de ese Pacto de Reconstrucción. Nos marca dos cuestiones que son también claves.

2. Desempleados

El mayor sufrimiento de la crisis cae sobre los desempleados, tanto los que han perdido su empleo, como los jóvenes que no van a lograr incorporarse. El empleo lo crean sobre todo las empresas, pero en el sostenimiento y optimización de la empleabilidad de los desempleados el papel corresponde a la Administración y la sociedad civil. Un primer problema procede de las condiciones en las que se encuentran las personas desempleadas: están solas. Cuando estudiamos soledad no deseada y aislamiento, son el colectivo que más la sufre y muy especialmente afecta a los jóvenes. Es imprescindible crear un nuevo entorno comunitario y cualificador donde sus ánimos no decaigan. Para ello se pueden crear grupos de autoapoyo, mentoring y crear proyectos donde puedan aportar valor a la sociedad, y no caer en la pasivización. Gran parte del impacto viene de la quiebra de la autoestima y una progresiva depresión en la que la persona cree que pierde valor a sus propios ojos y los de los suyos.
Además, el sistema de formación y orientación de las personas en desempleo es un desastre, tal como ha dejado de manifiesto la Comisión Europea. España tiene un nivel de formación bajo y desajustado en su masa laboral. Muy especialmente destaca el alto porcentaje de jóvenes que abandonan el sistema educativo y la baja cualificación de los migrantes. En este terreno es urgente una reforma radical con cuatro vías: (a) reforzar con métodos innovadores (como Primera Experiencia Profesional, de la Fundación Boscosocial) el sistema educativo básico, en estrecha cooperación con las empresas (b) establecer grandes Bonos Sociales (proyectos de financiación pública que solo se pagan si una entidad cumple determinados objetivos prestablecidos, como que la persona encuentre empleo) centrados en el éxito de la inserción laboral, (c) articular modos de formación online compatibles con el trabajo (por ejemplo, la formación a distancia de la Fundación ECCA) y (d) crear grupos de empleo en donde unos se apoyen a otros y mejoren sus ánimos y habilidades básicas (sociales, emprendimiento, ética del trabajo, etc.). La sociedad civil y las redes vecinales tienen un gran papel que jugar en este campo.

3. Reforma de la Administración Pública: La curvatura de los plátanos

Se necesita aprovechar la crisis para acelerar la reforma de la Administración. Su lenta y aplastante burocracia ha perjudicado mucho a la respuesta a la pandemia. España ya no puede soportar más esta Administración Pública que, en general –hay algunas partes de la misma que funcionan suficientemente bien– desmotiva a sus funcionarios, es inmune a los cambios y es arrogante con los ciudadanos. Ha habido mejoras importantes, pero es urgente la reforma que hasta ahora no se ha querido hacer.
Hay varios aspectos importantes en esa reforma. Uno relativo a la cooperación con la sociedad civil y empresas, para formar híbridos organizativos que hagan mejor las tareas públicas, para avanzar en la toma de decisiones participativas, para que haya transparencia. Otro aspecto es relativo a la reforma de los Servicios Sociales, en línea con el paradigma Recovery. Un tercero es la necesidad de una descentralización mancomunada o cooperativa: que se garantice que existen proyectos de país, que hay estrategias que vinculan necesariamente a todas las regiones y no lancemos a unas autonomías a competir con otras en una dinámica que nos separa. El cuarto sería el avance hacia la cualificación de los mandos políticos: no puede ser que al frente de un organismo o departamento esté alguien que carece de la formación en esa materia. Es inasumible: lo carga de ideologismo, clientelismo y arbitrariedad. Es un insulto para los profesionales y funcionarios que llevan en esa rama del saber y la técnica toda su vida.  Solo tenemos espacio para insistir en el quinto proceso que genere las condiciones para crear empleo y ahorrar dinero: la simplificación de la Administración.
Según la Unión Europea, el coste de gestión burocrática que exigen las Administraciones supone el 4,7% del PIB en España. Centenares de procesos pueden ser simplificados o eliminados. Tenemos un marco normativo y regulador excesivamente denso, desproporcionado y complejo que provoca una excesiva carga de papeleo que reduce la productividad, la calidad del trabajo y desincentiva. El BOE publica casi un millón de páginas al año (960.000, que este año se verán sobradamente superadas) y 900 leyes. Hay normativa hasta para establecer el grado de curvatura que deben tener los plátanos. Por ejemplo, habilitar un almacén supone 15 procedimientos distintos en la Administración.
Un ejemplo claro es el mundo educativo, donde los colegios, universidades y profesores se han visto sometidos a una burocracia de la calidad que ha provocado un enorme malestar, ha ocupado gran parte del trabajo de los trabajadores, directivos e instituciones, y distorsiona el servicio porque se trabaja para satisfacer a la burocracia y no a las necesidades educativas reales. Hay varias vías para elevar la calidad yla Administración española ha escogido una vía burocrática extremada que es perniciosa.
La regulación hiperburocrática no garantiza la seguridad jurídica, no evita la corrupción ni aumenta el bien común. España es el cuarto país en el que más se roba a las arcas públicas. Cada año en España se pierden 90.000 millones de euros en corrupción. La burocracia durante la pandemia no ha hecho más eficaz ni más segura la importación de material sanitario, sino que hemos sido estafados y hemos tardado excesivamente en las adquisiciones. No aumenta la seguridad ni la calidad.
España es segundo país del mundo que más tiempo exige para trámites burocráticos, solo por detrás de Francia. Los empresarios españoles emplean cada semana el doble de tiempo en tramitaciones burocráticas que los holandeses o británicos: 4 horas y 35 minutos semanales para cada organización –pequeña o grande– y autónomo en España, frente a las 2:40 de Holanda o 2:35 de Reino Unido (Informe Hiscox 2017).
Los tres niveles municipal, autonómico y central generan tal masa burocrática que convierten los trámites administrativos en el segundo obstáculo para las organizaciones de este país –sean del Tercer Sector o empresariales–. Sin restar descentralización, es imprescindible la ventana única que unifique procedimientos. Cada día las organizaciones deben consultar distintas webs para conocer si son destinatarios de algún procedimiento. Según CEOE, si hubiera obligación de notificárselo a las organizaciones o existiera una única ventana de notificaciones electrónicas, se podrían ahorrar 1.100 millones de euros cada año.
En estos momentos en que se quiere gravar más a los grandes patrimonios, la Administración debería comenzar por dar ejemplo y ahorrar en lo inútil, reformarse a sí misma antes de obligar más a pagar a los demás. Lo único que puede llevar a esa simplificación y ahorro es que la Administración se comprometa a sacar sus ampliaciones presupuestarias de sí misma: simplificación, lucha contra el fraude fiscal y eliminación de la corrupción, que ya hemos visto que se lleva cada año decenas de miles de millones de la economía europea.
El cambio no va a venir de la propia Administración ni de los políticos, sino que es preciso que en los puntos de contacto que tenemos con la Administración –educativo, sanitario, servicios sociales, etc.– presionemos mediante organizaciones por el cambio. Solamente la presión del electorado va a lograr cambios en una Administración que no quiere transformarse a sí misma.
Hay muchos aspectos implicados en la Reconstrucción Económica, como la reforma laboral, la industrialización 5.0 o la activación de la sociedad civil y las familias como actores económicos, en el contexto de la Sociedad de los Cuidados. Habrá que desarrollarlos. En este diario, solamente destaco los anteriores aspectos porque son elementos en los que todos podemos participar como sujetos, consumidores y sociedad civil.

Fernando Vidal

Director de la Cátedra Amoris Laetitia y director del Instituto Universitario de la Familia, de la Universidad Pontificia Comillas

Vida Nueva

Hemos aprendido a distinguir valor y rendimiento por Santi María Obiglio



Pienso que es natural –y hasta un buen signo de salud– el deseo de dar fruto, de ser fecundo, de gestar cambios, transformaciones y producir resultados. Tanto más en la juventud, cuando se siente la flor de la vida y uno se encuentra recién salido del horno de largos años de estudio, aprendizaje y maduración, listo para entrar en la cancha a golear todo lo que entrenó. Digo en la juventud, pero supongo que pasa también entre los adultos y probablemente en todo ser humano: el deseo de dar vida, de dejar huella. ¿No es famoso el sueño de plantar un árbol, tener un hijo o escribir un libro?
Tal vez la cuarentena, el confinamiento, haya sido en este sentido una oportunidad para muchos. No lo fue para mí, y así lo agradezco. No lo fue en el sentido de que el aislamiento vino a sepultar todos mis proyectos –o, al menos, la mayoría de ellos–. Este había sido uno de esos años, tal vez el primero formalmente, que comenzaba planificado de enero a diciembre: grupos de vida semanales (varios), jornadas de formación, retiros, campamentos, celebraciones, convivencias educativas y todas sus reuniones de preparación previas, entre tantas otras cosas. ¡Qué buena oportunidad para ir recorriendo el planificador! Y aunque el instinto me sugiere repetir como mantra, junto a cada fecha: «hundido», yo elijo repetir «gracias». A falta de un planificador, este año tenía varios; los miro todos, los recorro, los contemplo. Me viene la curiosidad –casi morbosa– de preguntarme: ¿a ver dónde estaría hoy? Veo que preparando el retiro de docentes de mañana –en realidad: de Dios sabe cuándo–…
Sigo entretenido, la verdad es que no me aburrí esta cuarentena. El colegio sigue a distancia, lo mismo muchas actividades pastorales que van buscando su vuelta virtual. Han surgido propuestas nuevas, sobre todo en relación a la asistencia de los ancianos y los más pobres, pero no es por eso que hoy doy gracias. No son esos mis aprendizajes de este tiempo. Mi aprendizaje tiene que ver con la experiencia de sentido, incluso, a bajo rendimiento. Mi aprendizaje tiene que ver con esa experiencia: la de encontrar –y disfrutar– el sentido a pesar de que la agenda se haya caído, a pesar de no terminar el día fundido, habiendo pasado incluso unos días de menos vorágine y más calma. ¿Por qué será que nos culpa o avergüenza esto de no reventarnos y descansar, cuanto todo nos obliga a ello?
Si, como iniciaba, es saludable desear y buscar ser fecundo, tal vez no lo sea tanto depender de algunos resultados para creerse fecundo, y mucho menos, valioso. Todos colgamos a las redes las fotos de los días de muchedumbre; ¿quién sube la de la sala vacía, la del naufragio, la del partido perdido? Y aunque desde chicos nos repiten eso de que «lo importante es jugar», probablemente pocos se lo creen –cuando lo escuchan y cuando lo dicen–; que en el fondo jugamos para ganar y que nos aplauden por eso. Pero, «¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su vida?». Volver a ese valor y sentido esencial de nuestra vida, aún en el bajo rendimiento, fue mi aprendizaje de este tiempo. Esta mi pérdida, esta mi ganancia.
Santi María Obiglio

pastoralsj

Iniciando el contacto con Oración Cantada 16.05.2020 | Cristóbal Fones, SJ

sábado, 16 de mayo de 2020

Diario del coronavirus 64: el respirador es el nuevo patrón de oro por Fernando Vidal

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Un respirador es un tercer pulmón que la humanidad pone a quien no se puede valer solo por los suyos. Simbólicamente, la pandemia Covid-19 lo ha convertido en el objeto más valioso del mundo. En las circunstancias actuales de pandemia, el desarrollo de una sociedad se está midiendo por cuántos respiradores tiene. Se decide si se deja morir a un anciano en una residencia dependiendo de los respiradores disponibles. La angustia de los respiradores llevó a que Israel diera carta blanca al MOSAD -agencia de operaciones secretas de espionaje y antiterrorismo- para conseguirlos por cualquier medio. La solidaridad se ha medido en respiradores.

El Respirador es el nuevo patrón oro

Contaba Vida Nueva el 3 de abril que la Diócesis de Albacete compró cuatro respiradores para ayudar a frenar el coronavirus en el Hospital Universitario. También compró y donó al hospital un aparato de rayos X portátil para evitar trasladar pacientes, en tan delicado estado de salud y con un virus tan contagioso. La diócesis se puso en contacto con el hospital para preguntar qué necesitaban e inmediatamente les dijeron que lo más urgente eran los respiradores. Castilla La Mancha solo tiene en toda la región 17 respiradores y está teniendo una gran mortandad de mayores. Esos cuatro respiradores aumentan un 25% los recursos. En esas circunstancias, los respiradores son más dramáticos porque se está decidiendo entre la vida y la muerte, a quien se le pone el respirador. SI hubiera habido más respiradores, más ancianos de residencias hubieran sido trasladados a hospitales. Además, monseñor Ángel Collado entregó las llaves de la Casa de Ejercicios Espirituales a las autoridades públicas. Tiene 40 habitaciones con baño y está muy cerca del Hospital Perpetuo Socorro. Eso es la más profunda expresión de bendecir al mundo.
El respirador –junto a mascarillas, máscaras, trajes de protección, etc.– se convirtió en el icono de la lucha contra el coronavirus, el desarrollo y la solidaridad. BBVA adquirió 2.813 respiradores en China para donar a hospitales de España y Latinoamérica, Amancio Ortega el 3 de abril ya había donado 1.200 respiradores, Iberdrola compró 438 respiradores, Endesa 100 respiradores, la red emprendedora EO regaló 80 a distintas ciudades españolas. No necesitamos un capitalismo compasivo, sino una economía justa y sostenible, pero la gratitud es necesaria.
Se convirtió en un signo de solidaridad entre países y territorios. El 3 de abril Alemania regaló 100 respiradores a España e Inglaterra, y el 4 de abril el gobierno de China y la plataforma Alibaba donaron 1.000 respiradores a Nueva York. El 6 de abril california donó 500 respiradores también a Nueva York. La primera semana de mayo Estados Unidos regaló 1.000 respiradores a Sudáfrica.
Las donaciones de respiradores sucedieron a gran y pequeña escala también, como la de la Iglesia de Albacete. También en Albacete, el Colegio Oficial de veterinarios quería expresar su solidaridad y juntó fondos para comprar un respirador que regaló al hospital. El Papa Francisco envió 40 respiradores a Rumanía, Siria, Palestina, España e Italia. La Fundación Charles Darwin donó 2 respiradores al hospital de las Islas Galápagos. Los hijos del astrofísico Stephen Hawking donaron su respirador al Hospital de Cambridge.

La producción cooperativa de respiradores

Un respirador –o ventilador mecánico– invasivo –que permite la intubación– es una máquina compleja y reciente. En 1907 los alemanes inventaron el Pulmotor, en 1928 Harvard creó el Pulmón de Acero, en 1955 un aviador estadounidense diseñó el respirador neumático universal Bird 7 que lo hacía pequeño e independiente de la electricidad. En 1971, finalmente, los suecos patentaron el SERVO 900 –electrónico, pequeño, silencioso y eficaz–, que ha ido evolucionando hasta la actualidad y de ahí deriva la pluralidad de modelos que existen.
Los precios de los respiradores varían. El modelo de respirador VG70 de Aeonmed costó al Gobierno de España 18.118 euros cada uno. El precio de los respiradores en el mercado fue evolucionando desde el comienzo de la pandemia, aunque cada vida humana seguía valiendo lo mismo. El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, denunció el 30 de marzo la especulación mercantilista con los respiradores. Comenzó comprándolos por 20.000 dólares y subieron a 66.000 dólares por la competencia entre estados dentro del propio país. El hipercapitalismo es extraordinariamente ineficaz para asignar recursos y precios.

Respiradores cooperativos

La producción cooperativa no lucrativa de respiradores es otra alternativa. Tras la pandemia del SARS de 2003, en 2008 se creó un modelo de respirador llamado Pandemic Ventilator y se subió a Internet en código gratuito y abierto para poder ser fabricado en cualquier lugar. Durante la pandemia Covid-19 se diseñaron distintos modelos abiertos. El 23 de marzo la empresa polaca de impresoras 3D Urbicum difundió un modelo de código abierto llamado VentiAid. El 29 de marzo el MIT comenzó a diseñar otro modelo universal gratuito.
El 11 de abril se publicó que una red de 40 científicos e ingenieros israelíes, en colaboración con las Fuerzas Armadas de Israel, crearon en 10 días un modelo de respirador llamado AmboVent (1960-108), cuya producción cuesta entre 500 y 1.000 dólares. La red de AmboVent produjeron 20 réplicas y las enviaron a redes de médicos internacionales para que fuera examinado y difundido. El 15 de abril la autoridad federal estadounidense avalaba el uso médico del modelo Coventor desarrollado por la Universidad de Minnesota y de patente abierta, cuya producción costaba solo un 4% del precio de mercado de un respirador estándar, aproximadamente 800 euros. La NASA creó en 37 días un nuevo modelo de respirador llamado VITAL (Ventilator Intervention Technology Accesible Locally). Cualquiera de todos estos modelos está disponible en Internet, es una patente libre y gratuita y puede ser producida por cualquier fábrica del mundo –lucrativa o no– sin pagar royalties. La economía cooperativa funciona mucho mejor que el hipercapitalismo.

Perdimos el valor de las cosas

El respirador nos devuelve a la realidad y la escasez. Nos habíamos hecho insensibles a un mundo económico sin medida del valor. Nos habíamos resignado a ser capitalistas, a vivir como seres irreales. Las distorsiones entre lo que cuesta algo y para lo que sirve es uno de los buenos modos de ver el realismo de muestro mundo. Necesitamos redescubrir los valores y el valor real de las cosas. Miremos algunos datos del grado de irrealidad que se había instalado como “vieja normalidad”.
Lo más caro del mundo son los materiales de alta tecnología como la antimateria o el californio-252 (usado para buscar capas profundas de petróleo). Bajando a cosas que puedas regalar a tu acompañante en el curso de un viaje en avión privado, cada gramo de painita cuesta trescientos mil dólares el gramo, es el mineral más caro, usado en joyería. El diamante puede costar 65 mil dólares el gramo. Dejando aparte los minerales de joyería y yendo a otras drogas, lo siguiente que se paga más es un gramo de LSD (tres mil dólares por gramo), crack de cocaína (600 dólares el gramo), metanfetamina (120 dólares el gramo) y la heroína (110 dólares cada gramo). A continuación, ya llegamos al cuerno de rinoceronte: 55 dólares por gramo.
Se paga por lo que nos hacen creer que una cosa significa: el valor de signo. ¿Cuánto puede costar una comida o una bebida? Depende del glamour, espectáculo, lo que los medios lo alaben. Por ejemplo, según Forbes en 2017, en Dubai, además joyas y oro por todos los pasillos, en el famoso hotel Burj Al Aran (el que parece una vela en la orilla) ofrecen un cocktail (de nombre 27.321) del que cada copa cuesta 3.380 dólares. También se puede optar por comer la Pizza Royale creada por el chef Domenico Crolla y que contiene oro comestible, caviar, venado, langosta y champagne: 4.200 dólares la pizza (tamaño familiar). Se puede acompañar de una botella de Romanée-St-Vivant, un borgoña que cuesta 15.000 euros y es considerado el vino más caro del mundo. Luego te puedes ir a dormir al hotel más caro del mundo, el llamado ‘El 13’, en Macao, cien mil euros la noche. La suite estándar son 185 metros cuadrados de estilo Luis XIII. Tienen que cobrar caro porque hacer cada suite ha costado 6,5 millones de euros. Para que nos hagamos una idea, eso son 35.135 euros por metro cuadrado y el barrio más caro de Madrid -barrio de Salamanca- cuesta 6.470 euros por metro cuadrado (precio de 2019).
A veces el metro cuadrado puede ser mucho más caro, sobre todo si es de tela pintada. 417 millones de euros se pagó en 2017 por la obra Salvator Mundi de Leonardo da Vinci, propiedad actual de Mohamed bin Salmán, príncipe heredero de Arabia Saudita. Diez años antes, sin saber que era de Leonardo, recaudó menos de diez mil en una subasta en Nueva Orleans. Sabiendo que la obra mide 45,4 x 65,6 cm, sabemos que alcanza un precio de catorce millones de euros el metro cuadrado de Salvatore Mundi. El metro cuadrado de La Mona Lisa, el cuadro más caro del mundo (teniendo en cuenta el seguro que se paga) vale más: 16,2 millones de euros el metro cuadrado (está valorada en 660 millones de euros). Es decir, con La Gioconda te podrías comprar en el barrio de Salamanca un piso que tuviera 20 veces la superficie de todo el parque del Buen Retiro.
La especulación urbanística, el absurdo mundo del lujo, la obscena ostentación del poder, la avaricia desatada y la adulación pública de todo eso, no solo ha hecho que se produzcan escándalos y contradicciones como las que relatamos, sino que ha provocado que se pierda el mismo sentido de valor. Antes había el patrón oro, luego el dólar pasó a ser el patrón. En la economía ya no hay más patrón que la voluntad de especulación. Y ese relativismo absoluto del valor de las cosas, se proyecta en la cultura y hace que desaparezca la posibilidad incluso de que existe algo que tenga un valor absoluto, incluido la vida humana.
Tenemos que recurrir a cálculos rebuscados para poder hacernos la idea de lo que valen las cosas. Por ejemplo, el buque de la ONG Open Arms tuvo un presupuesto en 2017 de un millón de euros (1.008.809) y ese año rescató a 760 inmigrantes náufragos. Haciendo un cálculo intuitivo, cuesta 1.327 euros salvar a cada náufrago. El próximo viaje a la Luna costará, según la NASA, aproximadamente veinticinco mil millones de euros, lo cual significa en la realidad haber podido salvar a 18.840 inmigrantes naufragados, que es aproximadamente el número de personas que se calcula que se han ahogado intentando cruzar el Mediterráneo desde 2010 (según la Organización Internacional para las Migraciones).

Armas, oro o respiradores

Cada respirador cuesta, aproximadamente, 20.000 dólares. Si es fabricado con códigos abiertos y economía social, 20 veces menos. Esos 20.000 dólares es una unidad de medida fundamental en estos tiempos de coronavirus. El respirador es la medida de oro de la pandemia.
Según el Informe sobre Armas Pequeñas y Ligeras realizado por el Instituto Internacional de Investigación de la Paz de Estocolmo (SIPRI), en el mundo, en 2017, había más de mil millones de armas de fuego, 857 millones de las cuales están en manos de civiles. No podemos poner un respirador a cada enfermo grave de coronavirus, pero podríamos ponerle 18.694 armas ligeras y pistolas sobre la cama.
En el año 2019 se batió el récord histórico de gasto militar en el mundo, desde que se comenzó una contabilidad fiable, en 1988. El gasto se elevó a 1,8 billones (millones de millones) de dólares. El 36% de ese gasto correspondió a Estados Unidos, el 14% a China, el 1% a España. No es fácil hacerse idea de lo que significa para el mundo ese gasto, perdemos la escala. El nuevo patrón oro nos ayuda a hacernos idea, es lo que tiene. El gasto militar mundial equivale a noventa millones de respiradores. En el mundo, a fecha de 14 de mayo, hay 45.844 pacientes infectados de Covid-19 que están en estado grave o crítico. Eso significa que cada uno tendría 1.963 respiradores con los que poder ayudarse. O, dicho de otro modo, con solo el 0,06% de lo que gastamos en armamento en el mundo el año pasado, nadie tendría que elegir quitarle el respirador a ningún paciente, aunque tenga 80 años. Ese es el valor de las cosas.
El mundo tiene que comenzar a invertir masivamente en lo que realmente produce paz, riqueza humana y sostenibilidad: la salud, la educación, las políticas sociales, la cultura. Tenemos que redescubrir el valor real de las cosas. Estábamos en una escalada absurda de consumo y es necesario que seamos capaces colectivamente de parar también esa curva.
El lingote de oro, que fue el modo de medir y comparar la riqueza, ahora ha sido sustituido por el patrón respirador. Un lingote de oro de un kilogramo cuesta 45.000 euros. El respirador vale mucho menos y salva infinitamente más vidas. La pandemia ha puesto sobre la mesa internacional el nuevo patrón oro: cuánto cuesta un respirador. Quizás así podemos comenzar a devolver el verdadero valor a las cosas y a que de nuevo haya cosas que tengan un valor absoluto e inmutable, como es la vida humana. Así se comienza a reconstruir la civilización en esta nueva Edad del Ser.

Fernando Vidal

Director de la Cátedra Amoris Laetitia y director del Instituto Universitario de la Familia, de la Universidad Pontificia Comillas

Vida Nueva

Sobreponerse por Fonfo Alonso-Lasheras, sj



No hay ser humano que no haya tenido que sobreponerse a los obstáculos que le trae la vida. Y es que el mero hecho de vivir conlleva, en no pocas ocasiones, fracaso y sufrimiento. Pero eso no puede ser nunca lo definitivo, toca apretar los puños, sobrepasarlos y seguir adelante
El deporte enseña a vivir consciente de que se fracasa en muchas cosas que se emprenden, a veces por causa de uno mismo y a veces sin saberse muy bien los porqués… Y aunque son momentos que parece que cuesta sonreír, hay que aprender a asumirlos como parte de la vida: no como una tragedia sino como elemento –y camino– de toda existencia que aspire a cierta plenitud. Porque el fracaso es parte de la limitación que conlleva el no ser dioses, y la felicidad tiene mucho que ver con saberla reconocer y aceptar sin agobio y frustración. Así uno va creciendo en humildad y en humanidad, haciéndose más capaz de aceptar también la limitación ajena y de perdonar.
Vivir con deportividad supone asumir la vida como un gran partido del que uno sólo puede salir contento si sabe que lo ha dado todo haciéndolo lo mejor posible. Porque en la vida casi todas las cosas realmente importantes están cuesta arriba, empezando por la propia felicidad. Y es ahí donde el deporte nos enseña a sobreponernos a las dificultades de perseguir aquello que uno intuye merece la pena, con la confianza de que la verdadera alegría se esconde detrás de ese compromiso sin reservas por aquello que se ama. La cuestión es que, siempre que se ama o que se toma algo en serio se padecen desasosiegos y heridas. El sufrimiento y el amor son caras de una misma moneda. 
No se trata de ir buscando sufrimiento, pues la vida ya lo trae de por sí, pero tampoco de huirlo y esconderlo por encima de todo. Es más deportivo y humano desarrollar cierta capacidad de superación ante las dificultades, que intentar vivir –y poner a los nuestros– entre algodones para evitar cualquier golpe o frustración. Así sólo se aumenta el riesgo de traumatizarse ante la realidad que llegue. La vida tiene mucho de batallas y tormentas, y conviene entrenarse para enfrentarlas porqueno es el sufrimiento lo que se opone a la felicidad, sino la apatía y la tristeza.

Fonfo Alonso-Lasheras sj
pastoralsj

miércoles, 13 de mayo de 2020

Diario del coronavirus 62: las piedras de la pandemia por Fernando Vidal



Hoy vamos a conocer más a Silvia, Daniela, John, Lorna y Dennis, que son voces que nos avisan con su propia historia de la enorme caída que amenaza a personas que se encuentran al límite. Son parte del Efecto Iguazú.

Efecto Iguazú

Quienes sufren antes el desastre, avisan a los siguientes, pero no solemos escuchar. Matteo Renzi nos avisó a comienzos de marzo que en una semana España estaría como Italia bajo el coronavirus: “Por favor, no cometáis los mismos errores”, nos dijo en la CNN, “toda Europa es una zona roja, no solo Italia”. Cuando vi la noticia, me recordó el Efecto Iguazú que contaban los trabajadores de ‘Sintel’ (nombre del documental de Pere Joan Ventura, premiado con un Goya en 2003): las aguas de una catarata parecen no moverse y quienes navegan no se dan cuenta de la gran velocidad real del río hasta que ya se está a punto de caer al vacío. Entonces, se trata de avisar a los que vienen a lo lejos, pero no hacen caso, todavía no sienten la velocidad de la corriente que los lleva. Hay que prestar especial atención a los daños de profundidad que está causando la pandemia.

La onda expansiva de la pandemia

Una parte sustancial de la reconstrucción debe ser la prevención de la depresión y el sinsentido. El trauma de la pandemia puede llevarnos a un escenario donde las crisis personales se multipliquen. En las guerras, mientras dura el conflicto, bajan los atentados contra la propia vida, pero luego se elevan. Esto es lo que cree que puede que ocurra Javier Jiménez, psicólogo de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio (AIPIS). Esto exige de nosotros un segundo plan de emergencia para salvar vidas.
La pandemia es una bomba lenta que está teniendo un impacto muy duro en las vidas de la gente y la economía, pero su onda expansiva llega más profundo de lo que nos podemos suponer. Hay una parte oculta de sufrimiento, trauma y destrucción que solo podemos combatir mediante el duelo y el compromiso en la Reconstrucción.
Mañana superaremos ya las 300.000 víctimas en el mundo, 27.000 de ellas en España. Muchos lo han sufrido en sus propias carnes y es una enfermedad que deja un fuerte trauma de dolor. Muchos más han perdido un familiar, un ser querido o alguien conocido. Los casos que hemos ido conociendo por la prensa han calado en nosotros también. En su conjunto, la experiencia de muerte masiva a nuestro alrededor –hasta 350 diarios en Madrid– nos ha metido una piedra en el corazón que es necesario ir disolviendo poco a poco. Sin duda la pandemia ha significado muerte y devastación. Hoy informa El País de que 102.000 madrileños forman las colas del hambre que se ven por la calle en las parroquias, bancos de alimentos e iniciativas vecinales. Es la parte visible del iceberg social que se ha desprendido del conjunto de la sociedad y ha entrado en una situación sobrevenida de exclusión extrema.
Tenemos que tomar conciencia de ese dolor, seguir abriendo el corazón, donde convertir esa amargura en esperanza y devolverla a la sociedad. Hay historias que necesitamos mirar con atención y cercanía, por mucho que cueste. En este caso son personas a las que no se proporcionó la red de cuidado que necesitaban dado el extremo estrés que sufrían. Nos hace conscientes de que lo importante que es cada llamada que hacemos, cada café que tomamos con alguien, cada gesto de amistad, que, a veces, salvan vidas, muy especialmente allí donde están más amenazadas. Tenemos que acercar nuestra compañía y amistad a quienes sufren mayor presión y soledad: aunque sea una pequeña atención, puede tener un gran valor. La amistad ampliada y el acompañamiento social –algo que todos podemos hacer– son parte sustancial de la Reconstrucción. Preguntémonos, ¿a quién más puedo ofrecer mi compañía? A las siguientes personas, les faltó.

Silvia y Daniela, enfermeras del Norte de Italia

Silvia Lucchetta tenía 49 años y era enfermera en el Hospital de Jesolo, en el Veneto. Un pescador encontró su cuerpo sin vida en la desembocadura del río Piave, la mañana del 18 de marzo. Llevaba dos días con alta fiebre en casa y dedujo que había contraído el Covid-19, después de estar trabajando en las salas de coronavirus de su hospital. Algunos compañeros no quisieron ahondar en la situación de desespero, sino que quisieron rendir memoria a Silvia: “Me gustaría hablar sobre todo de una persona hermosa”, dijo un enfermero. Los médicos que trabajaban con ella resaltaron sus grandes cualidades humanas, su excelente preparación y su profundo compromiso con los enfermos y el equipo. No habían detectado señales de angustia ni desolación. Todos hablaban de la luz y energía que desprendía en su trabajo en aquel hospital en el que también su padre, Silvio, había dado toda su vida de trabajo como enfermero.
El 24 de marzo, la sociedad italiana se conmocionó de nuevo por la noticia de que la enfermera Daniela Trezzi se quitó la vida. Tenía 34 años y estaba luchando en la primera línea de lucha contra el Covid-19 en la UCI del Hospital de San Gerardo, en Moza, a las afueras de Milán. Dio positivo de coronavirus y se puso en cuarentena en su casa. Era tal el estrés que sufría, que ese dato le sobrepasó. Había expresado que le agobiaba mucho poder contagiar a otros.
Las terribles desgracias de Silvia y Daniela nos duelen más por su especial injusticia: ellas, que habían estado luchando y entregando su vida por curar y cuidar a los enfermos de la pandemia, finalmente la perdieron. Es una contradicción y nos habla de las extremas circunstancias de presión en que están desempeñando su trabajo cientos de miles de sanitarios en todo el planeta, la mayoría de las veces sin protección, y sin el acompañamiento personal necesario para permitirles soportar tal estrés.

Memoria de lo concreto

¿Por qué perdernos en situaciones y circunstancias tan personales? Lo concreto, ¿por qué dar siempre tantos detalles concretos y poner la lupa en lo pequeño? Son datos de lugares que nunca habíamos escuchado, nombres de personas, sus edades, su personalidad: son microhechos, microdatos que proporcionan el carácter vivo y real de lo que pasa, hacen de una noticia un acontecimiento en nuestra vida. Los detalles hacen estar más atentos y pendientes. Nos lleva a profundizar y a mirar los rostros y los hechos. También es un ejercicio de consideración, de hacer memoria. Al leerlos o escucharlos, los llevamos en el corazón. Los llevaremos en el corazón el resto de nuestra vida, dándoles un lugar. Si nos quedamos solo en consideraciones generales, se anonimiza la catástrofe y también el bien. Quizás esto es un requisito de la reconstrucción: vivir con los pies en el suelo, en lugares concretos, allí y ahora, atendiendo a la escala de las personas y los hechos reales, ir a las experiencias de verdad, no las ideas. Me recuerda ese principio que tanto repite Francisco: la realidad es superior a la idea. Necesitamos acercarnos a las personas reales, expresar proximidad y solidaridad aunque sea a través de una comunión espiritual, sentirnos a su lado. Sigamos.

El colapso de John Mondello

Entre tantas muertes hay algunas que son estremecedoras. El 27 de abril, la prensa de Nueva York se dolía del suicidio de John Mondello, un joven paramédico de 23 años, de Queens, angustiado por las muertes que veía a diario por coronavirus y sus condiciones de trabajo. Usó el revolver de su padre -policía neoyorquino retirado-, a la orilla del río en el bulevar de Astoria (Queens). El joven llevaba menos de tres meses en el servicio de emergencias médicas y le coincidió con la pandemia. Un amigo suyo, Al Javier, reveló que Mondello era un joven especialmente alegre, pero que el caos que estaba viendo con muertes ante él sin poder hacer nada por el colapso de los medios médicos había tenido un enorme impacto en él: “Me dijo que estaba experimentando un montón de ansiedad al ser testigo de tanta muerte” y no podía salvar vidas. Un familiar dijo que era un joven con un enorme corazón y una bellísima persona.
El vicepresidente del sindicato de paramédicos, Anthony Almojera, informó que el coronavirus estaba provocando una gran devastación moral en los equipos. Mondello estaba destinado al Grupo de Respuesta Táctica, que era el que estaba haciéndose presente en las áreas con más densidad de emergencias por el coronavirus. Había estado durante semanas respondiendo sin parar a las llamadas de socorro y a las defunciones en los hogares.
Nuestra atención está principalmente fija en la evolución de víctimas del Covid-19, pero el impacto de la pandemia es mayor, hay muchas víctimas y traumas colaterales. El colapso de Mondello expresa el extremo dolor y drama sufrido en las zonas cero de la pandemia.

¿Qué piedras llevo encima?

Hace poco nos encontrábamos de nuevo a Esteban en las lecturas. Me impresionan siempre mucho las figuras en las que le representan con piedras pegadas a su cuerpo, como la pintura que Carlo Crivelli creó en 1476. En un capitel románico de la iglesia asturiana de San Esteban de Ciaño, lo presentan literalmente cubierto de piedras que quedan pegadas a su cuerpo -como lo suele representar en el románico asturiano-. Se puede leer en Hechos 7: “Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrear a Esteban…” (Hechos 7).
Todos llevamos piedras encima. Pueden ser las piedras de otros, las piedras que uno mismo se arroja encima, las piedras que la vida te va metiendo en el cuerpo, las piedras que llueven del cielo como en esta pandemia. Cargamos piedras. Nuestras maletas y bolsillos están llenos de piedras. Pequeñas, grandes, muchos guijarros. Esta pandemia es una piedra grande que pone piedras sobre los pulmones y sobre la espalda, sobre la cabeza y dentro del corazón, en los pies porque no podemos movernos de casa. Para algunos puede ser una losa que se les ha echado encima y sienten que les aplasta. Es el caso de Lorna Breen, de Queens.

La presión sobre Lorna Breen

A veces pesan demasiado, como le pasó el 27 de abril a la doctora Lorna Breen, abrumada por la pandemia, que al final ella había contraído y, desbordada, se quitó la vida. Era la directora médica del departamento de emergencias del hospital Presbiteriano Allen de Nueva York. Lorna Breen era una médica de 49 años. Su padre, Philip Breen -un cirujano jubilado-, declaró que su hija “murió como una heroína. Estaba en las trincheras, era una heroína. Ella cayó en las trincheras y resultó muerta por el enemigo en primera línea. Amaba a Nueva York y no pensaba en vivir en ningún otro lugar. Amaba a sus compañeros de trabajo e hizo lo que pudo por ellos. Intentó salvarlos a todos, y eso la mató”.
Lorna dirigía el Departamento de Emergencias en el hospital. Había contraído el Covid-19 mientras atendía a los enfermos y se retiró durante una semana y media para recuperarse. “Ella confesó que no soportaba ver morir a tanta gente, algunos antes incluso de que pudieran sacarlos de la ambulancia, pero sentía que tenía que volver a trabajar para ayudar a sus colegas”, sigue su padre. Se reincorporó y no llegó a durar 12 horas. Las condiciones de trabajo eran muy duras: turnos de 18 horas, el personal sanitario como ella dormía en los pasillos, servicios desbordados. Las ambulancias ni siquiera podían introducir en el hospital nuevos enfermos porque estaba muy lleno. El hospital la envió de nuevo a su casa y su familia se la llevó a Chalottesville, Virginia. Lorna carecía de antecedentes de problemas de salud mental.
La presión sobre el personal sanitario es enorme. Al drama de salud que atienden, se suma la presión del sistema político que falla por haber recortado recursos sanitarios, por su imprevisión ante la pandemia, por la desprotección con la que lanza a los sanitarios a curar a los enfermos y por la manipulación que hacen del heroísmo de los sanitarios que arriesgan su vida. Además, está la presión estructural que añade la desigualdad social que en todos los países mata más a las clases sociales populares y que hace sentir impotente a quien lucha por la salud de todos. Finalmente, está la presión del ambiente social. Aunque se les aplaude a los sanitarios cada día, existe un ambiente político envenenado que es incapaz de unirse en un proyecto común alrededor de algo tan grave y dramático como una pandemia. No es difícil desesperanzarse, desanimarse, verse desbordado y entrar en colapso vital. Quienes están sufriendo eso en el ojo del huracán, pueden llegar al grado de desesperación de Lorna Breen.

Dennis Ward: se duplica la ansiedad

El lunes 4 de mayo se publicaron datos sobre el estado psicológico de la población británica que ayer ha superado las 40.000 muertes por Covid-19. A finales de 2019, la Oficina de Estadísticas Nacionales (ONS) señalaba que había un 21% de personas en Reino Unido que sufría un alto nivel de ansiedad. Posiblemente influyera la polarización política y la inminente separación de Europa. En una nueva encuesta realizada entre el 20 y 30 de marzo, las personas que sufrían niveles altos de ansiedad se había elevado al 50%.
Dennis Ward era uno de esos británicos que sufría ansiedad. Tenía 82 años y se quitó la vida el 25 de abril. Su nieto James denunció públicamente que la muerte de su abuelo suponía uno de los “efectos ocultos del coronavirus”. “Parecía que estaba bien, pero la realidad era que el confinamiento le había llevado a sufrir una gran soledad, se sentía vulnerable por su edad, estaba aterrado por la posibilidad de contraer el virus y le superaba el cambio que estaba dando el mundo, que nunca volvería a ser como antes”, dijo su nieto. Dennis amaba los caballos y había trabajado en una fábrica automovilística de Jaguar Land Rover en Birmingham. No había tenido episodios de depresión anteriormente. Por el contrario, ha sido descrito como una persona alegre y era “el alma y vida de cualquier fiesta”. Le gustaba bailar rock y contar innumerables historias. “Salía cada día y siempre estaba buscando el modo de estar con su familia”. Dennis se había separado de su esposa Valerie, con quien había estado casado 60 años. Tenía dos hijos, tres nietos y una biznieta. Su fallecimiento fue absolutamente inesperado por parte de la familia. Su nieto james dice que la noticia ha caído encima de la familia “como una tonelada de ladrillos y será duro llegarlo a comprender”. Como a San Esteban, también pesa sobre ellos una gran piedra.
James conmovió a toda Inglaterra con su declaración ante la prensa: “Si estáis leyendo esto, os pediría hoy a todos vosotros que telefoneéis a vuestros familiares, abuelos, amigos o cualquier persona vulnerable para comprobar que están bien, preguntarles cómo se encuentran y cómo están afrontando toda la pandemia. Yo no encontré el momento de hablar con mi abuelo porque pensé que estaría bien y que lo vería al terminarse todo esto”.
La familia no se ha quedado solo en el dolor, sino que ha movilizado una microcampaña de captación de fondos en memoria de su abuelo y a favor de la ONG Mind Mental, que está trabajando para reducir la ansiedad, depresión y soledad durante el confinamiento. En su modesta capacidad, habían recaudado en la primera semana siete mil libras.

Espirales de esperanza

Toda esta crisis ha provocado un enorme hueco en todos, aunque no lo sintamos o creamos que estamos bien. No estamos bien. No podemos estar bien. Debemos hacer un proceso de sanación, aunque creamos que no nos pasa nada y salgamos de casa a seguir la vida.
Para muchos está siendo una experiencia de caída catastrófica. Ese hueco es un pozo de sed que pregunta por el sentido de la vida y que necesita procesos para reconstruirse, pero, sobre todo, necesita sembrar vida para ser curado y revertido. La mejor terapia es que la propia vida sirva a la Reconstrucción del Bien. Junto con esa espiral destructiva, ha habido una masiva espiral de esperanza concretada en todas las redes del bien y se ha abierto una gran oportunidad de cambio histórico. Pero entrar en esas espirales del bien requiere tomar conciencia y activarse, y puede que muchas personas y familias no tengan ese enfoque o costumbre de compromiso.
Tenemos que convertir esas espirales de sufrimiento en espirales de la esperanza. Para ayudar a esas espirales de la esperanza es vital más que nunca que el mayor número de gente visibilice las señales que el Bien nos está haciendo llegar por toda la piel de la sociedad. También es necesario ofrecer apoyo especial a todos los que han sufrido el peso mayor de la lucha contra el Covid-19 en el frente de batalla, especialmente los hospitales y las residencias de personas mayores o discapacitadas. Debería haber una gran campaña de duelo, sanación y reconstrucción personal y grupal. Servicios públicos, centros psicosociales y comunidades espirituales como las parroquias deberían ofrecer esos procesos de duelo en grupo. Finalmente, deberíamos multiplicar las oportunidades de compromiso, aunque sea muy sencillo, accesible incluso a las personas más vulnerables. El simple hecho de contar su propia historia puede ser un modo muy útil de ayudarnos a todos.
Tenemos que ayudarnos unos a otros a quitarnos las piedras que pesan en nuestro corazón y en el curso de ese nuevo cuidarnos unos a otros no solo seremos el mundo que hemos perdido, sino que estaremos reconstruyendo un humanidad mucho mejor.

Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia y director del Instituto Universitario de la Familia, de la Universidad Pontificia Comillas

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