martes, 28 de abril de 2020

Diario del coronavirus 44: redes del bien por Fernando Vidal



En esta lucha contra el coronavirus se levantan todas las fuerzas, la solidaridad, resistencia y el alma del pueblo. ¿Qué país forjaremos? ¿Cómo nos recordarán dentro de cien años? ¿Podrán decir que aquella experiencia supuso una inflexión en la sociedad porque se extendieron redes masivas de solidaridad popular que recrearon la sociedad civil, eso llevó a redescubrir valores profundos y finalmente regeneró las instituciones? ¿Podrán decir de nosotros que esas redes no eran solo de nuestra sociedad, sino que fue un fenómeno mundial y que unas redes conectaron con otras y ocurrió lo mismo? Recrearon sociedad civil, redescubrieron valores y regeneraron las instituciones de gobernanza mundial.
Por todo el país se han creado redes del bien. Son telares sociales en los que trabajan juntas treinta o dos mil personas. Muchas veces son un cartel en el portal en el que vecinos ponen sus nombres para ayudar a cualquiera que lo necesite. Colabora todo tipo de gente, muchos no se conocen entre ellos ni saben sus motivaciones. A veces sale de organizaciones como Bokatas con sus rutas reforzadas de calle para personas sin hogar, o la ONCE que sostiene una enorme red de voluntarios para ayudar a miles de personas invidentes confinadas. Puede ser una parroquia o la asociación de vecinos la que dé sostén y muchas veces mezcla a todas esas organizaciones en redes comunes. A veces, usan aplicaciones gratuitas para intercambios vecinales (un millón de alemanes se ayudan a través de la aplicación ‘Nebenan’ y 43.000 en España mediante ‘Tienes-sal’). Junto con la entrega de nuestros profesionales,esas redes del bien representan lo mejor de esta crisis.

En realidad, las experiencias más llamativas y efectivas nos están demostrando que no hace falta nada para hacer una red del bien. Hay experiencias transformadoras que comenzaron simplemente con un grupo de WhatsApp, Facebook. Telegram, etc. Dos o tres emprendedores toman la iniciativa, suman otros veinte que les ayudan a expandirse y finalmente crece con cien o mil voluntarios. Sin manifiestos, sin discursos, sin más ideología que la servicialidad y hacer el bien. Nos da un método imparable: organiza un grupo por redes y suma gente dispuesta a hacer un pequeño voluntariado, compartir bienes, hacer un servicio. Así de sencillo: redes del bien. Cuanto más sencillo y concreto, más profundo, universal y eficaz.

Los buses de la solidaridad

Por ejemplo, los voluntarios de los conductores de autobuses de Madrid (conocida como la EMT, Empresa Municipal de Transportes). Once conductores decidieron actuar ante la emergencia. Crearon un grupo en la red social Telegram, al que podía sumarse quien quisiera. En menos de 48 horas ya eran 1.252 miembros. Abrieron una cuenta en PayPal para que cada uno donara lo que pudiera y en la primera semana habían recogido 33.000 euros para ayudar en los hospitales de la región. La primera donación fue para el Hospital Infanta Leonor, que necesitaba agua. Compraron 2.000 botellas y ellos mismos las llevaron en sus vehículos particulares. La hija de uno de los conductores decidió ayudar y difundió por Twitter la iniciativa. En 24 horas tenía casi veinte mil retuits. Ahora, el voluntariado de la EMT quiere hacer una segunda campaña para ayudar a las personas sin hogar.
José Luis Lorenzo conduce un autobús de la línea 24 -que va de Atocha al Pozo del Tío Raimundo-, tiene 36 años y es uno de los impulsores de la red. En una entrevista con Natalia Junquera en El País, en marzo, cuenta: “Cuando se quiere hacer algo, somos hasta más rápidos que el Gobierno. El personal sanitario está velando por nuestra vida, jugándose la suya propia, y por eso nosotros queremos ayudar con lo que podamos, nosotros siempre pitamos a las ocho desde el autobús mientras que la gente desde sus balcones aplaude, pero sentía que no era suficiente”.

Coser humanidad

Este otro ejemplo también tiene la sencillez del anterior y muestra una eficacia extraordinaria. Cuarenta mujeres y diez varones entre 15 y 90 años han organizado al sur de Vigo una red de cosedores para proporcionar medios de protección a los sanitarios de los hospitales. Silvia R. Pontevedra hizo un reportaje a comienzos de abril en El País. Todo surgió de M., una señora de 67 años que permanece en el anonimato y que tenía una tienda de ropa y complementos que cerró. Comenzó a crear una red con parientes y amigos por el boca a boca y Facebook, que finalmente se puso a producir como una pequeña fábrica dispersa, cada uno en su casa. Los materiales los han sufragado ellos mismos con sus propios medios.
Una vecina de Mondariz -que se llama Loli Barral- ha hecho los patrones de las batas -trabajó para Pronovias- y en la tienda de M. se aplican, cortan las telas y las marcan. Luego voluntarios las distribuyen por paquetes a la red de hogares y al cabo de unos días las recogen. En el momento del reportaje habían comprado entre todos cinco mil metros de tela -por tres de ancho-.
M. dice: “Esto lo hacemos porque queremos, no recibimos subvención alguna ni aceptamos dinero de la gente por nuestro trabajo. No queremos ningún tipo de protagonismo, no somos como las grandes empresas que anuncian sus donaciones. A nosotras nos basta con las felicitaciones que recibimos de médicos y enfermeras, los verdaderos héroes. Mis hijos me dicen que ahora me levanto llena de energía… ¡Estamos todas tan contentas y tenemos una satisfacción tan grande! Me acuerdo mucho de mi abuela, que me crió de niña y me llamaba pitusiña. Ella me decía: ‘Pitusiña, ese es tan pobre tan pobre que solo tiene dinero’. Y tenía razón: la satisfacción interior que tenemos por ayudar no hay dinero que la pague”.
¿Y esta gente, y esta bondad, y esta misma red no podrían coser las costuras rotas del mundo, las heridas abiertas del planeta? Me ha emocionado esta historia. Las fotografías nos muestran a Loli Barral con su mirada sencilla, en una casa sencilla, con su máquina de coser y en chándal. Otra foto es de Amparo Ferreiro, una vecina de 90 años de Ponteareas manejando su vieja máquina de coser de hierro y madera que quizás ya no pensó en usar nunca más. Antes de finalizar su vida -dentro de unos años todavía- ha tenido que volver a usarla para vestir a los que nos curan y cuidan, algo que culmina su vida. La vida culmina con la solidaridad.

Tejer la ciudad

Permitidme un tercer ejemplo. Ahora nos vamos al centro de Madrid, que, a día de hoy, ya supera las 12.000 víctimas por coronavirus. El grupo Cuidados Madrid Centro, CMC, está montado por nueve mujeres que coordinan un WhatsApp al que ya se han incorporado 250 voluntarios. Nos lo cuenta Pedro Zuaza en El País de mitad de abril. Lo más curioso es que esas nueve mujeres no se conocen entre ellas, sino que entraron en contacto por mensajes. Maribel tiene 43 años y es psicóloga. El 16 de marzo se apuntó al grupo de WhatsApp, que tenía ya unas 150 personas y, de repente, se encontró con que nadie organizaba. Así que se puso al frente y fue reclutando como organizadoras a otras ocho mujeres que estaban muy activas. Así constituyeron la Comisión de Acogida y dieron nuevo brío a la red, que ha crecido hasta ser esos 250 voluntarios.
Lo que hacen es centralizar y gestionar las demandas de ayuda y buscar quien las puede satisfacer. Han establecido un turno de atención de 8 de la mañana a 8 de la tarde. “Lo que empezó como una oferta de ayuda con la compra y entrega de medicamentos o alimentos ha evolucionado hasta convertirse en un solucionador integral de situaciones al que, incluso en ocasiones, recurren los servicios sociales o la Policía Municipal”, cuenta Pedro Zuaza. “Tenemos un Excel brutal, con un montón de pestañas para poder cuadrar las necesidades de los demandantes y las tareas que pueden hacer los voluntarios”, explica otra de las organizadoras, Teresa, de 38 años. Como Maribel, también es psicóloga.
Ánxela es periodista y trabaja en el Tercer Sector y relata su experiencia: “Para mí, está suponiendo una hostia de realidad. La vulnerabilidad de los más débiles se ha multiplicado. Empezamos ateniendo casos relativamente cotidianos, pero después han ido llegando algunos más grave”. Al terminar de trabajar, atiende a los casos “especialmente difíciles, de los que no nos vemos con fuerzas para derivarlos a los voluntarios”.
Mónica, de 51 años, es profesora de Matemáticas en un Instituto y creó un blog para la red, donde cuentan diversas historias. Por ejemplo, R. “ha forrado su coche de plástico hoy para que otro vecino pudiese llegar a la consulta oncológica del hospital. No había otra alternativa.”. Todo va comunicando unos con otros, tejiendo una cadena de favores que le van dando cuerpo al barrio. La siguiente historia lo muestra muy bien:
“J. es un vecino que vive en un bajo de la calle Sombrerería. Lleva desde el principio del confinamiento sin cobertura, ni televisión ni Internet. Nos lo contó ayer S., un conocido suyo, en el WhatsApp del CMC. Al leerlo recordé que G., con el shock del confinamiento y sus dos niñas de arresto domiciliario, compró una tele nueva el otro día. Unas llamadas y unos guasaps después, pude ir a por el aparato a casa de G. y de ahí a la casa de J.”

Comenzar la revolución

¿Queremos comenzar una revolución y no sabemos cómo? Únete a una red del bien y comienza a servir.Si no la encuentras o quieres hacer algo especial, únete a otro y fundad una red del bien. Mejor siempre colaborar con otros, crear comunidad transversal. Esas redes darán lugar a experiencias que elevarán nuestras sociedades civiles de un pobre 19% al 50%, porque se ha demostrado que dos tercios de este país querrían hacer el bien si encuentran un cómo. Así comienza la pacífica revolución que necesitamos para construir la Casa común.
La crisis del coronavirus forja un pueblo, da forma al espíritu de nuestro país. Esta experiencia de la pandemia saca a la luz pública los acuíferos del capital moral, suscita la entrega y valores que estaban tapados bajo tanta banalidad y divisionismo. Es posible que no regrese al subsuelo de la conciencia colectiva, sino que permanezca operativo en la arena pública mientras esta experiencia de sufrimiento y lucha esté viva en nuestra memoria. Las redes del bien deberían ser el comienzo de un hábito del corazón y una tradición. Solo así regeneraremos las instituciones de nuestros países y mundo.

Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia y director del Instituto Universitario de la Familia, de la Universidad Pontificia Comillas

Vida Nueva

Iniciando el contacto con Oración Cantada 25.04.2020 | Cristóbal Fones, SJ


Se emitió el pasado 25. Buen día para todos

viernes, 24 de abril de 2020

Eucaristía 24 de abril. Memoria de nuestros Difuntos


Como cada viernes, la Eucaristía de este 24 de abril, segundo viernes de Pascua, haremos una especial memoria de las personas fallecidas en este tiempo de confinamiento.

Un suelo fértil por Jaime Tatay sj



«Un árbol funciona como una bomba –nos decía el profesor de Fisiología Vegetal proyectando una diapositiva–, una bomba capaz de extraer los minerales y la humedad desde las capas más profundas del suelo hasta la superficie». «Por medio de la fotosíntesis –continuaba–, las plantas fijan el carbono atmosférico que, junto al agua y los nutrientes aportados por el suelo, posibilitan el crecimiento del árbol. Más tarde, las hojas, las ramas y los frutos, al caer y descomponerse, forman esa capa fértil del suelo llamada humus».

«Pero, para poder hacerlo –matizaba señalando la parte subterránea del árbol–, las raíces primero tienen que realizar una penosa y dura tarea: penetrar la tierra, fracturar la roca y anclar el peso del árbol». «Solo después de ese arduo y lento proceso, que puede tardar muchos años, puede el árbol empezar a dar fruto y formar el humus» –concluyó–.

En la Biblia, el ser humano (adam) y la tierra (adama) no están lejos de los animales, de las plantas y del humus, ya que comparten el mismo sustrato, del que se nutren y del que provienen. En el Génesis, la humanidad, como el humus, sale del suelo. Es moldeada con suelo y al suelo regresa. Nos lo recuerda la liturgia cada Miércoles de Ceniza: «Polvo eres y en polvo te convertirás».


Ahora bien, si todas las criaturas provenimos de la tierra y a ella volvemos es porque Dios, con su palabra, siembra, labra, riega y cuida. Durante nuestra vida estamos invitados, por tanto, a dejarnos cultivar, a ser arados y regados por la palabra de Dios que es capaz de transformar y extraer el mejor fruto de cada uno de nosotros. Por eso la vocación cristiana es tan sencilla; consiste en meditar la palabra de Dios, dejarse hacer por ella y permitir que fructique. Consiste en transformarse en suelo fértil.

Sin embargo, como expresa la parábola del sembrador, a menudo nos negamos a acogerla, impedimos que nos trabaje por dentro. Nos resistimos porque la palabra –como las raíces– remueve, descolca y trastoca el orden establecido. Y eso resulta incómodo. Nos resistimos también porque no respetamos el ritmo de Dios, el lento proceso de formación del humus y de maduración del fruto. Queremos que todo sea fácil y rápido.

Jesús observó con paciencia durante su vida el funcionamiento de la naturaleza y comparó a menudo el Reino de Dios con las semillas. De hecho, la metáfora de la semilla fue una de sus favoritas. El sorprendente potencial del pequeño grano de mostaza; la paradójica convivencia de la cizaña y el trigo; o la desproporcionada fecundidad del grano de trigo señalan en la misma dirección: al origen humilde y oculto del Reino, a su asomobrosa capacidad para crecer, multiplicar y dar fruto. La semilla, por último, adquiere un significado redentor que explica el sentido de la Pascua: «En verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto» (Jn 12, 24).
Humildad y humus comparten la raíz, al igual que el ser humano y la tierra. Humilde es quien proviene del humus, del suelo. Humilde es quien encuentra sustento en lo pequeño, en lo oculto, en lo terreno. Humilde es, en definitiva, quien germina y crece en el humus, en esa capa fértil del suelo donde nace la vida.
Jaime Tatay sj
pastoralsj

lunes, 20 de abril de 2020

Diario del coronavirus 39: la gran termofumigadora por Fernando Vidal

Fumigadora Wuhan China

La hora propicia para tiranos

El mundo se va a convertir en una gran termofumigadora que va a tratar de desinfectarnos a todos. El riesgo es que se instale una cultura desinfectadora no solo germinicida, sino liberticida.
En este periodo, Grecia cerró durante un mes sus fronteras a cualquier posibilidad de petición de asilo.China ya está aprovechando el caos de la pandemia para detener a los jóvenes líderes del movimiento prodemocracia de Hong Kong. El presidente Rodrigo Duterte de Filipinas ha dado cobertura legal para que policía o ejército puedan matar en la calle o en su casa, sin justificación, a quien muestre signos de resistencia al confinamiento. Viktor Orbán, presidente de Hungría y miembro de la Unión Europea, se ha concedido poderes dictatoriales ilimitados en tiempo y alcance. Holanda ha justificado que el simple hecho de ser mayor de 80 años sea suficiente razón para que no te den la posibilidad de tener un respirador. El pesquero vasco Aita mari con 34 migrantes rescatados y el buque Alan Kurdi –de la ONG alemana Sea Eye con 147 rescatados, han estado durante días esperando un puerto donde desembarcar. Todo en nombre de la desinfección sanitaria, social, política.
El miedo de la gente puede justificarlo todo. Nunca en los últimos treinta años ha sido la comunidad internacional tan proclive a la tolerancia con los desvaríos totalitarios. Nunca en los últimos cuarenta años hemos estado tan desunidos y ha faltado tanto un proyecto de fortalecimiento de la unión. Nunca en cincuenta años han estado tan debilitadas las organizaciones mundiales como la OMS y el Consejo de Seguridad de la ONU tiene bloqueada la institución en su conjunto. Es la hora propicia para los tiranos en nombre de la desinfección. Se avecina una termoniebla oscura de totalitarismo. Si no reaccionamos democrática y masivamente con profundidad e inteligencia, ese será el camino que tome el mundo.

La justicia lo desinfecta todo

Uno de los iconos de esta pandemia han sido las armas termofumigadoras de China levantando grandes nieblas por las ciudades. En algunas partes del mundo, desinfectar significa, efectivamente, usarlas o disponer de robots sofisticados de limpieza, pero en una gran parte del mundo –la más vulnerable para ellos y para todos–, desinfectar significa construir viviendas dignas, urbanizar suburbios, humanizar zonas sin ley, desactivar mafias y organizaciones internacionales de tráfico –de sustancia, animales, personas…–, crear dotaciones de salud, seguridad, educación.
En las propias sociedades desarrolladas, desinfectar significa que no haya personas sin hogar, ni barriadas de chabolas, campamentos míseros de trabajadores temporeros, centros hacinados de concentración de migrantes, campos de refugiados o enclaves de pobreza extrema. Esa es la desinfección imprescindible para la seguridad mundial. Ahora ya sabemos que no es una metáfora. La pobreza impacta negativamente en la salud de las personas, los mata prematuramente y sus enfermedades forman parte de una enfermedad más global, porque también nosotros estamos enfermos, padecemos una enfermedad cultural con fuertes raíces psicológicas y espirituales que se muestran en clave de malestar, depresión, obsesiones, ansiedades, nihilismo, impotencia, abulia, pasividad, adormecimiento, violencia…
La política sanitaria más importante es la implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, los ODS de la Agenda 2030. Fumigar y desinfectar el mundo es acabar con el hambre, la infravivienda, los suburbios de pobreza, la carencia de educación y hospitales…
La mejor política desinfectadora de China ha sido prohibir definitivamente el tráfico de animales salvajes, si es que se lleva a cabo dado el arraigo tradicional en algunos sectores populares, los extravagantes gustos de sus millonarios (recordemos que cuesta 80 euros el gramo de cuerno de rinoceronte) y el poder de las mafias que se hacen de oro con dicha lacra.

Termofumigadoras

A todos nos han impresionado los ejércitos chinos equipadas patrullando las calles y edificios de Wuhan con esa maquinaria fumigadora que parece armamento pesado. Son equipos termonebulizadores que lanzan una niebla caliente con gotas minúsculas, lo que llaman “termonieblas”. Las termofumigadoras se han convertido en el nuevo icono de protección de esta pandemia: 1,33 metros de largo, siete kilos, 120 euros el modelo básico. Es verdad que tiene una semejanza con las ametralladoras pesadas Browning M2 de la I Guerra Mundial, pero esta vez es para hacer el bien. Por cierto, una ametralladora M2 –1,7 metros de largo, 38 kilos, calibre 12,7 mm– se puede comprar por 77 euros. Las produce General Dynamics en Virginia, Estados Unidos, donde trabajan 100.000 empleados.
Emerge en apenas semanas una nueva línea industrial. Toda economía de guerra hiperdesarrolla un tipo de industria y esta vez será más la médica y la biotecnológica que la de matar cuerpos humanos, lo cual ya es un avance. Los chinos usaron los robots Roomba para desinfectar espacios cerrados, un invento de la compañía danesa UVD Robots, pionera en germicidio industrial móvil: robots conectados por WiFi, manejados a distancia, 360 grados de acción, 140 kilos de peso, 171 centímetros de alto, localización de virus y bacterias por rayos ultravioletas, avanza a 5,4 km por hora, mata en 10 minutos el 99,9% de las bacterias… El modelo normal se puede comprar por 400 euros. ¿Cuánto tardaremos en tener un modelo doméstico parecido a un robot aspirador, que también produce la misma empresa?
Otros robots germicidas del nuevo mercado biotecnológico matan en un radio de 6 metros todos los ébolas en 3 minutos y en 5 minutos todos los estafilococos. Pueden reducir drásticamente las infecciones en los hospitales, las llamadas enfermedades que contraes en hospitales, ahorrar millones al sistema sanitario. Un modelo de bajo rango puede costar sobre 50.000 euros.
Un robot germicida doméstico cuesta unos 40.000 euros hoy, pero seguramente se fabriquen modelos más asequibles, hasta que las versiones más simplificadas se vendan por televenta de madrugada. Los nuevos robots más famosos no serán los de cocina, sino los germicidas. ¿Llegaremos a tener estos robots en nuestros espacios domésticos y laborales, o en los aviones, igual que tenemos programas antivirus en los teléfonos y computadoras? ¿Tendremos que actualizarlos cada año según salgan los Covid-20, 21, 22, etc.?

Biopasaportes

Vamos a asistir también a una explosión de medios de control germicida y biopersonal que mediante aplicaciones móviles, ropa autogermicida, pulseras inteligentes y Big data nos van a identificar como viajeros o migrantes saludables. Si ya nos incomodaban los registros de seguridad en los aeropuertos y los niveles de suspicacia y burocracia cuando viajamos a Estados Unidos, el nivel de control va a intensificarse mucho más. Esos arcos de control que tenemos que pasar cuando viajamos a algunos países, donde se forma una imagen tridimensional de tu cuerpo desnudo -que dicen que borran con el tiempo-, va a ser una broma. El modelo de seguridad vigente impone cierta violencia y, desde luego, cesión de derechos de ciudadanía cosmopolita a cambio de seguridad.
Hasta ahora, cuando viajábamos a países sanitariamente complicados, necesitábamos obtener el Certificado Internacional de Vacunación -la cartilla amarilla-, una especie de biopasaporte avalado por la Organización Mundial en el que constaban las vacunas que llevabas activas. Las nuevas tecnologías y la pandemia del Covid-19 cambiará ese sistema. China ha implementado el pasaporte sanitario digital para. Al menos, mil millones de sus ciudadanos. Las nuevas exigencias se hacen a través de aplicaciones de móvil que identifican al sujeto y toman medidas de salud como temperatura o tensión. Las pulseras inteligentes –un modelo básico ya se puede adquirir por 20 euros– y otros dispositivos acabarán siendo de obligado cumplimiento en muchas fronteras y en determinadas zonas que se consideren de riesgo.Tras la pandemia, ¿no se considerará toda ciudad como zona de riesgo?
Las aplicaciones informáticas conectarán tu identificación y datos biométricos, y los conectarán con grandes bases de datos que poseerán un logaritmo sobre ti. Dicho logaritmo mezclará muchos indicadores diferentes como lugar de origen, rasgos físicos, etnia o “raza” –biológicamente no hay razas humanas, pero en la práctica cultural y política siguen funcionando– y el historial médico conocido.
Dichos historiales están bajo protección de datos, pero ya ha habido muchos casos en los que dichas bases de datos se venden o transfieren para uso médico, estadístico, epidemiológico. Es decir, están en manos de los gobiernos y de grandes compañías a las que se conceda o venda su explotación. Se han tomado muchas medidas para la protección de datos, pero continuamente estamos aceptando en Internet el uso de nuestros datos de usuario.
En 2018 había ya más de 15.000 hospitales del mundo que recogían más de mil mediciones por segundo de millones de pacientes y la escala de agregación de información seguirá subiendo hasta previsiblemente los diez mil por segundo a corto plazo. La pandemia acelerará esa recolección. Aunque no estén personalizados, los Big Data construyen modelos algorítmicos que te adjudican según tu perfil basado en edad, nacionalidad, nacionalidad de tus padres, sexo, trabajo, renta, valor de tu vivienda –se puede saber por el lugar donde vives–, nivel educativo, estado civil, número de hijos, mortalidad de tus familiares –se puede cruzar tus datos con los de tus padres, tíos, tíos abuelos, hermanos, etc–. Aunque no sea exacto, se puede acercar bastante a tu perfil. Si se conectaran con tus datos de redes sociales, uso de Internet y compras digitales, ese patrón algorítmico se parece bastante a ti. Se puede suponer con bastante certeza tu religión, orientación política, gustos, estilo de vida, preocupaciones, estado de ánimo, deseos, etc. Si además se combina con los perfiles de quienes son tus amigos, familiares y contactos en redes o correos electrónicos, entonces tienes un avatar casi completo de quién eres.
Este es el verdadero carnet de identidad del futuro que ya está en marcha y que la globalización del Covid-19 no hará sino acelerar, pues ahora existe la legitimidad para exigir la transparencia de datos biopersonales si uno quiere viajar –sea por placer, negocios o estudios– o migrar. De repente, la migración ilegal ya no será un tema de control de flujo laboral, sino de seguridad nacional de salud. Todos los problemas serán representados de modo distinto por esta pandemia.

Avatar

Pero de repente ese avatar ya no te describe a ti, sino que eres tú quien está preso dentro e ese avatar. Cuando las plataformas te muestren las películas que tienen disponibles, se ajustarán a lo que ellos creen que te debe gustar. Cuando te quieran vender libros, desecharán aquellos que no creen que te interesen. Cuando busques personas o entidades en Internet, será improbable que te localicen aquellas que tienen menos probabilidades de ser elegidas. De ese modo, se recorta sustancialmente la libertad, se hace más difícil la aleatoriedad que daba lugar a combinaciones inesperadas y se hace mucho más improbable la diversidad.
Esa capacidad de predicción digital facilita muchas cosas, te ofrecen canciones y artistas que seguramente te gustarán. Tiene grandes beneficios en salud, educación, intercambio, etc. Los Big Data no son el problema, sino parte de la solución. Nos dan mayor capacidad e inteligencia colectiva, pero hay en su interior una semilla de tiranía también. Si queremos ser una sociedad de Big Data, tenemos que ser una sociedad democráticamente más profunda. Sin una gran alma cultural, los Grandes Datos ofrecen una potente herramienta de control.
La sociedad algoritmizada –en la que cada persona tiene un avatar en la esfera digital en relación al cual se determinan sus preferencias y se le da forma al mundo al que accede– es el mayor riesgo para la homogeneización, la división social y mata algo que ha sido crucial para la evolución humana y ese esencial a su naturaleza: la aventura, el asombro, la absoluta alteridad, la religación más radical entre seres humanos, la espiritualidad de la realidad profunda, la espiritualidad de lo indeterminado, lo inesperado, el misterio y lo inefable. ¿Totalitarismo o seguridad? ¿Totalitarismo o espiritualidad?
El mundo ya tiene una enorme cantidad de datos de cada individuo –como han demostrado las operaciones de manipulación electoral de la compañía de minería de datos Cambridge Analytica– y esa masa va a crecer, incluyendo biodatos que van a determinar nuestra libertad de movimientos. El único modo de que se pongan al servicio del bien común y respeten los derechos y libertades fundamentales es que se profundice cualitativamente en la democracia en cada país y en el conjunto de este mundo esponjoso lleno de galerías clandestinas por donde opera el mal.

Fernando Vidal

Vida Nueva Digital

¿Dónde está la Iglesia? por José Luis Olea sj



La madrugada del 16 de noviembre de 1989 un grupo de hombres armados asesinaba en El Salvador a seis jesuitas españoles y a dos mujeres salvadoreñas a sangre fría. ¿El motivo? Se hicieron voz de los sin voz. Unos años antes, en La Paz, Lluís Espinal sj era secuestrado y asesinado por vivir sabiamente imprudente denunciando las injusticias que oprimían al pueblo de Bolivia. Más recientemente, en 2014, unos nudillos golpeando a una puerta asesinaban en la ciudad de Homs al jesuita holandés Franz Van der Lugt que, al abrir a quien llamaba a su casa, recibió dos balazos. Los mismos disparos que al menos alcanzaron a Isabel Solá, religiosa de Jesús-María, cuando unos desconocidos abrieron fuego contra ella mientras conducía su vehículo en Puerto Príncipe (Haití). Y la lista sigue… Son muchas las personas que dan su vida por el Evangelio o que, sin llegar a la muerte, se comprometen hasta el extremo con las realidades más sufrientes y vulnerables de la vida.
Ante la crisis de la COVID-19, no pocas personas se preguntan en estos días, ¿dónde está la Iglesia? La Iglesia está donde ha estado siempre. Porque, ante la pobreza, la Iglesia permanece. Eso es lo que ha aprendido de María, que se mantiene a los pies de la cruz; aun no pudiendo desclavar a su hijo del madero ni enjugar las lágrimas de su rostro… Porque, seguramente, la urgencia de Jesús no era aquella, sino la de una mirada materna que diese sentido al Misterio que estaba viviendo. Cuando la pobreza y la crisis no son mediáticas, la Iglesia ya está con los pobres, porque la fe que nace de la justicia nos compromete con ellos y nos moviliza a las fronteras.
La Iglesia es también la voz más universal en estos días. Ni Sánchez, Conte, Boris Johnson o Trump consiguen llegar a tantos como lo hace la Iglesia, en la persona del Papa Francisco. Después de las impresionantes imágenes de la bendición Urbi et Orbi, una chica italiana escribía en Twitter: «doy gracias al Papa, como no creyente, porque sé que hoy también ha rezado por mí». Verlo así ha sido potente e importante en este momento. Nadie está alcanzado a hablar más alto, más claro y más de cerca desde que empezó esta crisis. Un lenguaje que muchas veces es austero en palabras y rica en símbolos; como la plaza San Pedro en estos días: tan vacía y, sin embargo, más llena que nunca y donde tantos nos estamos encontrando.
La Iglesia también sale puntualmente a aplaudir a las ocho, está en internet celebrando la Eucaristía para muchos, rezando anónimamente, escuchando a tantos que se sienten solos, repartiendo comida y pensando en cómo adelantarse a las desigualdades que esta crisis va a generar cuando el confinamiento se levante y veamos los estragos que este virus ha dejado en vaciar nuestras calles y detener nuestra vida. También ahí la Iglesia seguirá estando, osada y valiente como tantas otras veces.


Por todo ello, a estas alturas, quizás solo cabe dar una única respuesta. ¿Dónde está la Iglesia?En realidad, la Iglesia nunca se ha ido.

José Luis Olea sj

pastoralsj

sábado, 18 de abril de 2020

Comunión | Jesuitas Acústico


Fecha de estreno: 31 oct. 2019
COMUNIÓN

Texto y Música © 2001, Jesús Zaglul, SJ.
Misa de Guachupita y La Ciénaga.


Intérpretes: Cristóbal Fones, SJ (Chile), Jorge Ochoa, SJ (México), David Pantaleón, SJ (República Dominicana) y Enric Puiggròs, SJ (España).


Músicos: Virgilio Féliz Junior (bajo, guitarras), Otoniel Nicolás (percusiones) y Jorge Ochoa (jarana).

Dirección y Producción General: Jesuitas Acústico.
Productor Musical: Virgilio Féliz Junior.
Arreglos Musicales: Robert Susana.

Grabación Musical: Virgilio Féliz Junior (@jrfeliz). Asistente Rolando Rodríguez. En DrumsStick Studio, Santo Domingo, República Dominicana. Ediciones y grabaciones adicionales: Estudio FLBN, Santo Domingo, RD. Mezcla: Virgilio Féliz Junior. JunoLab PM. Santo Domingo, RD. Mastering: Steve Corrao en Sage Audio, Nashville, TN, USA.

Dirección de video y rodajes: Niri Jiménez y Bryan Román (@reflexstudiord).

Agradecimientos: Comunidad Jesuita de Guachupitas, Comunidad Parroquia San Ignacio, donantes del Proyecto a través de Idea.me y a todos aquellos que dentro y fuera de República Dominicana hicieron posible este Proyecto.

jueves, 16 de abril de 2020

Diario del coronavirus 34: búnkeres y disneylandias por Fernando Vidal



Podemos hacer un mundo para todos en el que humanos y el resto de seres vivos podamos hacer la vida sosteniblemente, o, si seguimos la dirección del hipercapitalismo, se irá hacia un mundo segregado entregente sin hogar, suburbios empobrecidos, barrios populares, suburbios encastillados y, en lo alto de la cadena trófica social, los búnkeres para millonarios. Es un mundo sin plazas, parques ni bienes comunes –salvo parte de los ejércitos (otra parte está privatizada como muestran las contratas a torturadores y compañías de protección militar)–.

Búnkeres de lujo contra las pandemias

El ejemplo más exagerado de castillos para ricos es el de esos búnkeres que ya se han comercializado en países como Alemania o Estados Unidos. En Alemania los construye y vende la empresa Vivos Europa One. Es un complejo en subsuelo para 500 personas que, aunque parece desde el exterior un campo de prisioneros, está diseñado para defender a los inquilinos de todos los del exterior. Ha sido diseñado dentro de una montaña. En Estados Unidos ya hay varios. Survival Condo es donde mejor se ve la propuesta.
En 2008, un empresario compró un antiguo silo nuclear en un paraje rural de Kansas y lo convirtió en una urbanización subterránea a sesenta metros de profundidad en la que las viviendas se han vendido desde 1,2 millones hasta 4,5 millones de dólares. Un artículo de Marta Benayas en ABC recoge la idea del primer empresario que decidió lanzar este modelo, Larry Hall: “un resort de lujo para hacer frente al apocalipsis”.
Las websites que informan sobre este silo nuclear reconvertido, describen que hay tres tipos de apartamentos, siendo el más lujoso un dúplex de 300 metros cuadrados. Los otros tienen 85 o 180 metros cuadrados y en su conjunto está diseñado para que vivan 75 personas. Las primeras doce se vendieron nada más abrirse en 2011 y se está ampliando. La urbanización cuenta con supermercado, gimnasio, una piscina con cascada, club de vida vecinal, un rockódromo, un cine, una huerta interior y un centro médico. Tiene hasta parque interior para pasear al perro, con una cúpula que reproduce con gran fidelidad el cielo tanto diurno como nocturno. Sus reservas de agua acumulan 300.000 litros. Cuenta con un sistema de filtrado contra contaminación nuclear, biológica y química, y anuncia que también impide que el aire acondicionado contenga coronavirus. Tiene la forma de un edificio enterrado, en el que cada nivel es un apartamento y varios niveles inferiores poseen los equipamientos colectivos conectados por ascensores. Está cubierto por una cúpula monolítica que resiste vientos de hasta 800 kilómetros por hora.
La empresa Survival Condo garantiza que esta urbanización de supervivencia puede permanecer totalmente cerrado y aislado durante cinco años. Cuenta con personal de seguridad, vallas electrificadas, tanquetas defensivas y camionetas acorazadas. Las viviendas bunkerizadas cuentan con ventanas simuladas por pantallas de alta definición que crean la sensación de que uno está viviendo en un conjunto de ecosistemas según preferencias. Por ejemplo, se puede ver el exterior de ese paisaje de Kansas o simular que se vive en las montañas del Tirol. Es tal la calidad de las imágenes móviles que realmente es difícil distinguir si son ventanas o no.
En un reportaje de Óscar Tévez en la revista ICON, recoge la opinión de un comprador millonario sin identificar: “Un dúplex de la misma calidad en Nueva York me hubiera costado lo mismo, si no más, por metro cuadrado. Y con este me quedo tranquilo”. Otro propietario, también sin identificar: “Me siento mejor sabiendo que tengo un búnker de lujo para mi familia por si algo pasa”. En su web, Survival Condo informa que son exigentes con el tipo de clientes que pueden acceder a ser copropietarios, no basta tener capital: “Buscamos individuos con ideas afines con el deseo de brindar cuidado y protección a su familia –indican–. Queremos personas con buenos valores y evaluaremos a los solicitantes en busca de antecedentes penales”.
Hay dos opciones: un mundo común sostenible o construir más búnkeres que resistan estas pandemias y continuar haciendo proliferar en el mundo los tráficos ilegales, la escalada armamentística, las crisis económicas, las divisiones del odio, los muros, las ciudades segregadas, la desigualdad y la destrucción de los bienes comunes. El problema es que, si se elige la segunda, encima tendremos que entre todos pagarles a los pocos elegidos sus búnkeres.

Cerrar nuestras disneylandias

Disney cerró todos sus parques temáticos desde hace un mes, el 15 de marzo. Parques con 20 millones de visitantes como el de Florida, cesaron toda su actividad. Trip Miller, una de las cabezas de Disney declaró a CNN: “Estos parques son marcas icónicas grabadas en la cultura de Estados Unidos y en la infancia de cada uno. Cerrar activos de esta escala en todo el mundo habla de la gravedad de esta amenaza”.
Que cierre Disney significa que cierran las fantasías, los lugares donde se puede vivir en un mundo irreal.Ahora no hay más remedio que vivir en la realidad. Este periodo de pandemia es una invasión de la realidad. No nos podemos permitir vivir fuera de la realidad. Porque vivíamos antes fuera de la realidad, en los parques temáticos que cada uno se montaba, ahora nos vemos arrojados a la intemperie de una pandemia.
Hay una parquetematización de la vida. Construimos parques temáticos en los que incluimos todo lo que nos da sensaciones felices y lo rodeamos de una valla. En ese parque puede estar nuestro trabajo, nuestra vida doméstica, las relaciones con los amigos, familiares, deportes, viajes, etc. Vivimos dentro de él y lo de fuera no existe. Controlamos quien entra y quien no. Le cobramos el boleto y peaje. Controlamos las máquinas. Por ejemplo, en una máquina metemos nuestra actividad que nos consigue reputación, reconocimiento de los demás, que nos devuelve una imagen de ganador o persona que sabe aprovechar bien la vida. En otra, tenemos experiencias vívidas que nos dan la sensación de estar haciendo cosas que merecen la pena. Generalmente vivimos dentro de esos parques temáticos a la medida, autorreferenciales. No salimos de ellos.
No es solo una metáfora. Cada uno en la vida suele tener un circuito que conecta varios lugares por los que uno se mueve. ¿Forman un parque cerrado? ¿Está formado, por ejemplo, por nuestro hogar, el lugar de trabajo, la segunda residencia, las casas de gente que es igual que nosotros, la iglesia, el club de campo o náutico y el Corte Inglés? ¿Casi? ¿Cuántas veces nuestros circuitos van a lugares imprevistos, inesperados, interpelantes, de gente que es diferente a nosotros, a lugares críticos o que nos hacen trascender, cuánto pueden entrar los otros en nuestro parque?
Survival Condo
Foto: Survival Condo

Ahora nos han confinado a nuestras casetas, no podemos disfrutar de todo ese parque temático. Es cierto que parte del parque puede seguir activo telemáticamente y que tendemos a construirnos otras disneylandias a la medida de las nuevas condiciones, de vida. Pero, en primer lugar, nos han plantado una realidad: la propia familia. Si antes en la familia estaba cada uno a lo suyo, ahora hay mucha mayor “realidad familiar”, la convivencia es más estrecha, el otro está más presente. No se puede enviar a los niños y jóvenes a las atracciones que se había creado especialmente para ellos mientras los adultos disfrutaban de las suyas.
Quizás nos mantengamos como los guardeses del parque de atracciones, tratando de evitar que la realidad externa entre en nuestro parque, el cual recomenzará de nuevo su actividad en breve como si nada hubiera pasado. Pero sí ha pasado, sí ha pasado.
Teníamos controlado que no entrara nadie ajeno al parque ni sin su debida entrada emitida por nosotros mismos. Lo que no podíamos evitar era que entrara un virus, esas cosas microscópicas que ni siquiera un microscopio ordinario puede ver.
Aunque no lo creamos, hay algo que se puede colar con más facilidad de la que entra un virus, que son las cosas de la conciencia, que son espirituales, razones, sentimientos e ideas y se mueven con libertad. El parque desinfecta de gérmenes cada día y también trata de desinfectar de ideas peligrosas que lleven al cierre del parque, pero hay veces en que no se puede contener. Disney ha cerrado su mundo de fantasía,¿vamos nosotros a cerrar nuestras disneylandias y habitar la realidad?

Fernando Vidal
Vida Nueva

martes, 14 de abril de 2020

Diario del coronavirus 33: la conciencia esférica por Fernando Vidal



Ayer regresó la abubilla a nuestro barrio de Manoteras. El barrio se llama así porque el siglo pasado era un vertedero –de hecho casi hasta el siglo 21, una parte del barrio siguió siendo la mayor escombrera de Madrid– y había mujeres que rebuscaban con sus manos en la basura, buscando residuos que reciclar. Por palpar con sus endurecidas y heridas manos, esas manotas con las que trabajaban en lo peor, se les llamó las manoteras. Al menos esa tradición hay en el barrio. Ha vuelto la abubilla. Hacía mucho tiempo que no la veíamos. Es un ave tan sensible como delicada. Creemos que la invasión de cotorras la había desterrado. El ayuntamiento nos ha liberado de muchas cotorras y la abubilla ha debido apreciar una especial tranquilidad en Manoteras por el confinamiento. Anoche Paloma la escuchó y enseguida me llamó. ¡Ha vuelto la abubilla! Recuerdo cuando recién casados la escuchábamos desde la cama y había en ella algo de epifanía.

Refugio antitornados

Conocemos alguna familia que abandonó Madrid en cuanto cerraron los colegios –por cierto, él es médico– y se fue a vivir a una segunda residencia a un pueblo de Segovia. Están aislados, pero con Internet, claro. Nosotros nos hemos quedado en Manoteras esperando, pero también siento que, excepto a las ocho de la tarde cuando salimos a aplaudir, es como si estuviéramos en una solitaria casa de la montaña. Cada piso se ha convertido en un lugar lejano y aislado.
Cada alma se ha encontrado con la vida, con lo esencial. Cada familia ha vivido como en un refugio anti tornados, esos búnkeres en los que se encierran las familias bajo tierra cuando acecha un ciclón. El 2 de marzo, poco antes de encerrarnos, hubo un tornado en Nashville (Tennessee), que causó 26 muertos y una destrucción general de propiedades e infraestructura.  Pensemos en cómo debe temblar todo cuando pasa por encima el tornado arrancando las cosas de raíz y llevándoselas por los aires. Así ha está pasando por encima de nosotros el coronavirus. Se ha llevado por los aires miles de vidas, trabajos, empresas, ahorros, techos.

Un puente intergeneracional

Gracias a Dios hemos estado todos hiperconectados y ha habido muchas iniciativas comunitarias. Pienso en la red especialmente juvenil de Bokatas, que durante toda la pandemia no solo ha seguido haciendo sus rutas de calle para atender a las personas sin hogar, sino que las ha reforzado. En Madrid también han seguido a pie de calle Solidarios o la Comunidad de San Egidio. Desde el primer momento han tenido una avalancha de otros jóvenes que querían comprometerse en ayudar a la gente de la calle y eso es un signo de esperanza que me emociona. Tengamos la edad que tengamos, tenemos que unir nuestras vidas a todos los constructores del bien más jóvenes, para formar un gran puente intergeneracional.
Para sobrevivir a la pandemia estamos movilizando todos los fondos que tenemos y vamos a crear una deuda que pagarán las generaciones futuras, los que hoy son jóvenes y sus hijos. Vamos a estar pagando esto durante dos generaciones. Cambio de que tengan que pagar la respuesta a esta pandemia, debíamos dejarles el planeta en las mejores condiciones posibles. Ese es el compromiso con las generaciones futuras: ellas pagan nuestra salud y nosotros mejoramos la sostenibilidad del planeta que hereden, que incluye su salud. Si van a pagar por esto, no les hagamos pagar inútilmente ni doblemente. Si mis hijos y los niños que están naciendo ahora van a pagar esto, no les hagamos respirar un aire envenenado en las ciudades. Es lo menos que podemos hacer por ellos.
Al otro lado, están los mayores, que son los grandes perdedores de esta pandemia. Todos hemos visto con nuestros propios ojos cómo se arbitraban medidas que trazaban una raya entre la vida y la muerte recurriendo a una edad: 80 años. El modelo residencial de mayores debe cambiar. Ya hace tiempo que hemos señalado otros modelos más comunitarios, menos colectivizados y más activos que tienen mejores tasas de morbilidad y satisfacción subjetiva tanto de los mayores como de sus familiares.
Ese compromiso con mayores, jóvenes y niños tiende un puente intergeneracional que debe formar parte de esa alianza del coronavirus que debemos comprometer y firmar entre todos. Eso nos debe hacer vivir desde un profundo sentido intergeneracional, con conciencia histórica.

Conciencia esférica

Mi buen amigo Javier San Román siempre dice que tenemos que tener una mirada esférica: mirar todo integralmente y unirlo en su punto más profundo, que está en el interior de cada uno de nosotros y que al final nos une a todos también. Esa conciencia esférica es crucial en este momento de la historia de cada uno de nosotros y de la Historia –con mayúscula– de la Humanidad.
Generalmente tenemos una conciencia sectorial o en cuña: vemos una parte e ignoramos el resto. Otras veces tenemos la conciencia de los quesitos: vemos distintos sectores, perolos tenemos envueltos y no los conectamos entre ellos. En muchas ocasiones padecemos una conciencia encerrada: no vemos más allá del centro en el que estamos y el exterior son espejos que reflejan nuestros propios intereses, somos autorreferenciales. Y hay quienes tienen una conciencia de pavo real: vemos las cosas de fuera, pero no las conectamos con el corazón porque tenemos un enfoque demasiado ideológico o pensamos de un modo y vivimos de otro. La que necesitamos ahora es la conciencia esférica y esa conciencia de puente que une a las distintas generaciones y distintos horizontes –creyentes o no– existenciales.

Los seres inmensos, de Caspar David Friedrich

Generalmente estamos en casa con la familia y hemos estado unidos unos a otros, preocupados por la salud, leyéndonos, escribiéndonos, telereuniéndonos, trabajando juntos… Pero en esta pandemia también ha habido una profunda experiencia de soledad –no aislamiento–, de cada persona con una realidad desbordante, con el sentido de todo esto y de la vida, atónitos ante la muerte sobrevenida para tanta gente, sacudidos por muchos sentimientos y pensamientos distintos, profundamente atentos, conectando lo más íntimo de nuestra vida con cada cosa que ocurría en casa o en el mundo.
Cada uno de nosotros y nosotras nos hemos puesto cada uno en pie como aquellos hombres y mujeres de los cuadros de Caspar David Friedrich. Me refiero a obras como ‘El caminante sobre el mar de nubes’, de 1818; ‘Mujer frente al sol poniente’, de 1818; ‘Monje en la orilla del mar’, de 1808 y el muy impactante ‘Mar glacial’, de 1816. Todos los tenemos en mente más o menos, o están en Internet.
Hay en lo que vivimos un fuerte sentido de soledad de montaña, desierto, playa vacía o mar abierto, una experiencia de gran horizonte, cielo y abismo. Es una vivencia abismal en gran parte por el enorme descalabro humano y material, por habernos visto arrojados al retiro a nuestro hogar y nuestro interior. Nuestra alma se ha encontrado sola en la inmensidad, con la responsabilidad de hacernos cargo de verdad de nuestra vida.

El Coloso

Hemos visto la mortandad cara a cara: masiva, desnaturalizada, similar a la de esos cuadros medievales de la Peste Negra. No tan devastadores: nos hemos asomado a ello, pero nos hemos estremecido y todos hemos perdido. Algunos todo, otros muchísimo, todos algo importante. Si no sientes que has perdido, revisa tu corazón, porque hay algo que no está y todavía no lo sabes. Nos hemos encontrado cada uno con un duelo gigantesco.
Como en el cuadro ‘El Coloso’ de Goya –o un pintor de su escuela–, se ha levantado ese coloso de nuevo, con los puños apretados y ha sembrado el desastre, golpeando sin conocimiento.
Hemos atravesado este campo de brasas descalzos y juntos, pero también cada uno consigo mismo ante la inmensidad de la existencia. Al final la vida, en último término, es cada alma con Dios.

Experiencia de inmensidad

Uxío Novoneyra (1930-1999) es un poeta gallego que a muchos nos llevó a lo profundo. Su poesía es la experiencia de las montañas más hondas e interiores de Galicia, Los Ancares, y, muy especialmente, la sierra lucense del Courel. Ayer leía su ‘Libro do Courel, Os Eidos’, que fue elaborando desde 1952 a 1981. Su primer poemario, roca sobre la que se levanta su obra, la tituló ‘Poemas de Dios y Courel’ (‘Poemas de Dios e Caurel’, 1950-51)
“COUREL dos tesos cumes que ollan de lonxe!
Eiquí síntese ben o pouco que é un home”.
(“Courel desde tus cumbres que miran de lejos, / Aquí se siente bien lo poco que es un hombre”)
Durante la pandemia no nos podemos esconder de las preguntas mayores. O ha habido que hacerse mucho el loco para no hacérselas. No ha faltado una nueva fiebre de hiperactividad laboral, social y televisiva con la que poder papar esas preguntas con hojarasca. Pero el golpe ha sido demasiado duro para que las evitemos.
“Cruza solo a serra toda
Sin levar outra compaña
Que a gran presencia do ceo
Sobre o silencio da braña”.
(“Cruza solo toda la sierra/ sin llevar otra compañía / que la gran presencia del cielo / sobre el silencio de la braña”, que son los pastizales de alta montaña)

Realidad ampliada

Las muertes y la primera línea de lucha contra el Covid-19 no nos ha implicado todavía directamente a muchos de nosotros, aunque sí ya hemos tenido a familia y amigos afectados y batallando cuerpo a cuerpo. La escala de vida de la mayoría está cerca y cercada, es doméstica. Vivimos en el pequeño mundo, como si no solo nos hubieran confinado sino también reducido de tamaño y toda la casa se ha hecho mucho más grande. Cada cosa se ha hecho mucho más grande. Sonidos de pájaros, árboles, vecinos o nuestra propia familia, ahora suenan amplificados. ¿Nos damos cuenta de lo mucho que suenan los platos en la cocina? ¿Hemos descubierto que hay alguien en el edificio al que le gusta la copla? No es que suenen más, sino que hay menos ruido para camuflarlos. Incluso las cosas que suenan bajo ahora las sentimos y somos capaces de entender lo que nos dicen. Vivimos en la verdadera realidad ampliada, no la de las gafas, sino la de la atención.
“FALA a tarde baixiño
i o corazón sínteo”
(“Habla la tarde bajito / y el corazón lo siente”)

En la boca del lobo

Hemos estado en la boca del lobo y seguimos todavía entre sus dientes. Aunque parece que mucha gente se ha relajado (en mi barrio ya veo a niños, jóvenes y gente por la calle que no van a trabajar ni comprar), seguimos en la boca del lobo. En Madrid siguen muriendo 145 personas diarias: es como un accidente aéreo muy grave cada día (en el de Spanair de 2008 perdieron la vida 154 personas). En España muere una persona cada 5 minutos y en el mundo cada 15 segundos (ya llevamos 120.567 víctimas).
Ha habido en todo esto mucho de Contemplación del Infierno. Me contaba una amiga que sus padres vieron el mismo día que se llevaban al vecino de arriba muerto y al de abajo en ambulancia. Y, a la vez, el poder de la vida con todas sus luces. Me contaba mi amigo Alberto ayer que estaba desgarrado por la muerte de su tío, con quien tenía una relación muy íntima, pero, a la vez, su prima e hija de ese tío, está embarazada y dará a luz este junio. En Madrid han muerto por coronavirus en marzo unas 7.000 personas y, seguramente, habrán nacido más de 4.000. Sus padres se han alegrado en medio de la catástrofe. La vida se abre paso como el diente de león entre los adoquines y nos da una nueva oportunidad como Humanidad.

El dolor que ilumina

Decenas de miles han perecido y seguiremos perdiendo muchas vidas entre nosotros. Ahora nos han convertido en sus testigos. Estamos comprometidos con ellos para recordar todo lo ocurrido y por qué, y qué hicimos y qué fuimos capaces de hacer para que no murieran. Tenemos que dar testimonio del mal y el dolor, de los nombres e historias que recordemos, y también ser testigos de tanto bien entregado, de tanta belleza en momentos de desolación y de tantas cosas que son de verdad. Estos momentos de profundo dolor también nos hacen lúcidos, hay una Noche Oscura que ilumina nuestro corazón como una antorcha.
“Agora o meu cor é unha chaga encendida”
(“Ahora mi corazón es un dolor encendido”)
Hemos estado contenidos para no esparcir el dolor, para poder mantenernos fríos, pero es momento de comenzar a llorar en alto, de empezar el duelo. Ahora que todavía el contexto favorece el recogimiento, que todavía no estamos del todo distraídos, es momento de mirar con los ojos bien abiertos, de dejar que el corazón se exprese con libertad. Es momento de la mayor inmensidad. Inspirémonos en esos cuadros de Caspar David Friedrich y encontrémonos uno a uno con el Todo, el alma con quien es Todo.
“Tendo o meu silencio / e paro o tempo…”
(“Extiendo mi silencio / y paro el tiempo”)
No nos aceleremos, paremos el tiempo con eternidad: cada minuto está lleno de eternidad. Habitemos el duelo, no corramos de puntillas sobre las brasas, vivamos con los pies en el suelo. Dejemos que la realidad y las víctimas nos lleguen al corazón, dejemos que entre en nosotros la voz de tantos que tienen miedo en ellos suburbios del planeta. Dejemos que entre hasta nuestro tuétano el milagro de tanta bondad, la multiplicación de las mascarillas y los respiradores. Aprovechemos que todavía tenemos la escala de lo pequeño, la conciencia esférica de quien ve toda la inmensidad unida en su corazón.
“Hora en que todo é unha sola cousa!”
“Ahora en que todo es una sola cosa”, ¿no oís también vosotros que ha regresado una abubilla a vuestro barrio?

Fernando Vidal
Vida Nueva