viernes, 10 de abril de 2009

Viernes Santo


Juan 18: 1-19:42
Cuando terminó de hablar, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había allí un huerto, y Jesús entró en él con sus discípulos. Judas, el que lo entregaba, conocía también ese lugar, pues Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas hizo de guía a los soldados romanos y a los guardias enviados por los jefes de los sacerdotes y los fariseos, que llegaron allí con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les dijo: "¿A quién buscan?" Contestaron: "A Jesús el Nazareno". Jesús dijo: "Yo soy". Y Judas, que lo entregaba, estaba allí con ellos. Cuando Jesús les dijo: "Yo soy", retrocedieron y cayeron al suelo. Les preguntó de nuevo: "¿A quién buscan?" Dijeron: "A Jesús el Nazareno". Jesús les respondió: "Ya les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan". Así se cumplía lo que Jesús había dicho: "No he perdido a ninguno de los que tú me diste". Simón Pedro tenía una espada, la sacó e hirió a Malco, siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Jesús dijo a Pedro: "Coloca la espada en su lugar. ¿Acaso no voy a beber la copa que el Padre me ha dado?" Entonces los soldados, con el comandante y los guardias de los judíos, prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a casa de Anás. Este Anás era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había dicho a los judíos: "Es mejor que muera un solo hombre por el pueblo". Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Como este otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, pudo entrar con Jesús en el patio de la casa del sumo sacerdote, mientras que Pedro se quedó fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, y habló con la portera, que dejó entrar a Pedro. La muchacha que atendía la puerta dijo a Pedro: "¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre". Pedro le respondió: "No lo soy". Los sirvientes y los guardias tenían unas brasas encendidas y se calentaban, pues hacía frío. También Pedro estaba con ellos y se calentaba. El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su enseñanza. Jesús le contestó: "Yo he hablado abiertamente al mundo. He enseñado constantemente en los lugares donde los judíos se reúnen, tanto en las sinagogas como en el Templo, y no he enseñado nada en secreto. ¿Por qué me preguntas a mí? Interroga a los que escucharon lo que he dicho". Al oír esto, uno de los guardias que estaba allí le dio a Jesús una bofetada en la cara, diciendo: "¿Así contestas al sumo sacerdote?" Jesús le dijo: "Si he respondido mal, demuestra dónde está el mal. Pero si he hablado correctamente, ¿por qué me golpeas?". Al fin, Anás lo envió atado al sumo sacerdote Caifás.
Simón Pedro estaba calentándose al fuego en el patio, y le dijeron: "Seguramente tú también eres uno de sus discípulos". El lo negó diciendo: "No lo soy". Entonces uno de los servidores del sumo sacerdote, pariente del hombre al que Pedro le había cortado la oreja, le dijo: "¿No te vi yo con él en el huerto?" De nuevo Pedro lo negó y al instante cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al tribunal del gobernador romano. Los judíos no entraron para no quedar impuros, pues ese era un lugar pagano, y querían participar en la comida de la Pascua. Entonces Pilato salió fuera, donde estaban ellos, y les dijo: "¿De qué acusan a este hombre?" Le contestaron: "Si éste no fuera un malhechor, no lo habríamos traído ante ti". Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo según su ley". Los judíos contestaron: "Nosotros no tenemos la facultad para aplicar la pena de muerte". Con esto se iba a cumplir la palabra de Jesús dando a entender qué tipo de muerte iba a sufrir. Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Viene de ti esta pregunta o repites lo que te han dicho otros de mí?" Pilato respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús contestó: "Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá". Pilato le preguntó: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo has dicho: yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz". Pilato dijo: "¿Y qué es la verdad?" Dicho esto, salió de nuevo donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro ningún motivo para condenar a este hombre. Pero aquí es costumbre que en la Pascua yo les devuelva a un prisionero: ¿quieren ustedes que ponga en libertad al Rey de los Judíos?" Ellos empezaron a gritar: "¡A ése no! Suelta a Barrabás". Barrabás era un bandido.
Entonces Pilato tomó a Jesús y ordenó que fuera azotado. Los soldados hicieron una corona con espinas y se la pusieron en la cabeza, le echaron sobre los hombros una capa de color rojo púrpura y, acercándose a él, le decían: "¡Viva el rey de los judíos!" Y le golpeaban en la cara. Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, se lo traigo de nuevo fuera; sepan que no encuentro ningún delito en él". Entonces salió Jesús fuera llevando la corona de espinos y el manto rojo. Pilato les dijo: "Aquí está el hombre". Al verlo, los jefes de los sacerdotes y los guardias del Templo comenzaron a gritar: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!" Pilato contestó: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo, pues yo no encuentro motivo para condenarlo". Los judíos contestaron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir, pues se ha proclamado Hijo de Dios". Cuando Pilato escuchó esto, tuvo más miedo. Volvió a entrar en el palacio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?" Pero Jesús no le contestó palabra. Entonces Pilato le dijo: "¿No me quieres hablar a mí? ¿No sabes que tengo poder tanto para dejarte libre como para crucificarte?" Jesús respondió: "No tendrías ningún poder sobre mí si no lo hubieras recibido de lo alto. Por esta razón, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado que tú". Pilato todavía buscaba la manera de dejarlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo dejas en libertad, no eres amigo del César; el que se proclama rey se rebela contra el César". Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús al lugar llamado el Enlosado, en hebreo Gábbata, y lo hizo sentar en la sede del tribunal. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey". Ellos gritaron: "¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo!" Pilato replicó: "¿He de crucificar a su Rey?" Los jefes de los sacerdotes contestaron: "No tenemos más rey que el César". Entonces Pilato les entregó a Jesús y para que fuera puesto en cruz.
Así fue como se llevaron a Jesús. Cargando con su propia cruz, salió de la ciudad hacia el lugar llamado Calvario (o de la Calavera), que en hebreo se dice Gólgota. Allí lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado y en el medio a Jesús. Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo sobre la cruz. Estaba escrito: "Jesús el Nazareno, Rey de los judíos". Muchos judíos leyeron este letrero, pues el lugar donde Jesús fue crucificado estaba muy cerca de la ciudad. Además, estaba escrito en hebreo, latín y griego. Los jefes de los sacerdotes dijeron a Pilato: "No escribas: "Rey de los Judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"". Pilato contestó: "Lo que he escrito, escrito está". Después de clavar a Jesús en la cruz, los soldados tomaron sus vestidos y los dividieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos. En cuanto a la túnica, tejida de una sola pieza de arriba abajo sin costura alguna, se dijeron: "No la rompamos, echémosla más bien a suertes, a ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mi ropa y echaron a suertes mi túnica. Esto es lo que hicieron los soldados.
Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre, con María, la hermana de su madre, esposa de Cleofás, y María de Magdala. Jesús, al ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Después dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, dijo: "Tengo sed", y con esto también se cumplió la Escritura. Había allí un jarro lleno de vino agrio. Pusieron en una caña una esponja empapada en aquella bebida y la acercaron a sus labios. Jesús probó el vino y dijo: "Todo está cumplido". Después inclinó la cabeza y entregó el espíritu.
Como era el día de la Preparación de la Pascua, los judíos no querían que los cuerpos quedaran en la cruz durante el sábado, pues aquel sábado era un día muy solemne. Pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas a los crucificados y retiraran los cuerpos. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas de los dos que habían sido crucificados con Jesús. Pero al llegar a Jesús vieron que ya estaba muerto, y no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio. Su testimonio es verdadero, y Aquél sabe que dice la verdad. Y da este testimonio para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ni un solo hueso. Y en otro texto dice: Contemplarán al que traspasaron. Después de esto, José de Arimatea se presentó a Pilato. Era discípulo de Jesús, pero no lo decía por miedo a los judíos. Pidió a Pilato la autorización para retirar el cuerpo de Jesús y Pilato se la concedió. Fue y retiró el cuerpo. También fue Nicodemo, el que había ido de noche a ver a Jesús, llevando unas cien libras de mirra perfumada y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, según la costumbre de enterrar de los judíos. En el lugar donde había sido crucificado Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie todavía había sido enterrado. Como el sepulcro estaba muy cerca y debían respetar el Día de la Preparación de los judíos, enterraron allí a Jesús.




¿Qué me estás diciendo, Señor?




Reflexiones sobre la lectura de hoy



Algún día, todos nosotros entregaremos nuestros espíritus. Todos diremos con gestos, palabras o suspiros, que todo está terminado. No será como Jesús en la Cruz; pero puede sucedernos en dolor, o en soledad o en miedo. Nada hay mejor, para el momento de morir, que leer o escuchar el Evangelio; nada mejor que orar para pedir fortaleza para ese momento, de modo que no nos tome por sorpresa.



En oración podremos ofrecer nuestra muerte a Dios; lo podemos hacer con María: "Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte."




Espacio Sagrado

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