Lima, 30 de enero de 2014
Es finales de julio de 1773. Amanece en Roma. Un ex-jesuita llegado hace unos años de América, de lo que conocemos como las reducciones del Paraguay, busca la quietud de una capilla para un rato de oración. Es su “oración del huerto”. Ha fracasado su proyecto y ni siquiera sabe muy bien quién es ni adónde va. La Compañía de Jesús ha sido suprimida por el Papa. -”Hágase, Padre, tu voluntad y no la mía”. Con Ignacio de Loyola aprendió a pedir la tercera manera de humildad: humillación y oprobio con Cristo despojado, más que gloria y éxito. Pero nunca pensó que sería tanto.
Setenta años después los jesuitas, restablecida ya la Compañía, retornados a América, buscan volver a los territorios de misión entre indígenas, que estuvieron en el vórtice de la tormenta que los llevó hasta la extinción.
Este año celebramos el bicentenario del restablecimiento de la Compañía. Al hacer los Ejercicios anuales pediremos de nuevo ser puestos bajo la bandera de Jesús y elegir “oprobios con Cristo lleno de ellos más que honores”. Y quizá un escalofrío recorrerá nuestra oración al pensar que pueda ser posible. También en aquel tiempo parecía impensable. Sin embargo, para la modernidad que intrigaba en las cortes europeas, nuestra fidelidad al Papa resultaba molesta. Y se forjaron la fábula de los tesoros jesuitas y las conspiraciones secretas para forzar su supresión. Molestaba que enseñáramos a pensar incluso a los pueblos originarios de América; que incidiéramos en el pensamiento y valores de élites y pueblo; que tuviéramos una sólida organización internacional, ya en aquella época en que el mundo apenas comenzaba a sospecharse global y entenderse desde los parámetros de la ciencia. Molestaba, también es verdad, que lo hiciéramos a veces con la autosuficiencia y arrogancia de quien se cree mejor y bien conectado.
Y nos dieron el golpe más certero. Desde la Iglesia misma, a la que juramos obediencia. La soberbia se volvió humillación hasta el despojo y la muerte.
En el momento de renacer tuvo que ser muy fuerte la tentación del miedo, de no arriesgar de nuevo otra supresión. De callar y someterse para sobrevivir.
Hubo un rápido crecimiento y expansión. Nuestra labor educadora fue reclamada por las élites de muchos sitios. Nuestra fidelidad, puesta a prueba en los años de supresión, y nuestra capacidad de cerrar filas en torno a la misión común, movieron a pensar que podríamos ser adecuados defensores del antiguo régimen que se derrumbaba, y del que la Iglesia acosada fue aliada ante el avance avasallador de la modernidad.
Treinta años después del restablecimiento los jesuitas están buscando volver a los puestos de misión, están dialogando con las ciencias de la modernidad y entre las masas abandonadas por la revolución industrial a través de las misiones populares.
La tentación fue de nuevo el poder, desde las élites carcomidas de la premodernidad o desde la autosuficiencia intelectual. Y el camino de salvación fue nuevamente la cercanía con los pobres y excluidos, la profundidad que nace de la oración y el estudio y el compromiso como cuerpo, superando nuestros individualismos, con una causa que no es la propia, sino la de Dios, la de su pueblo.
Y aquí estamos, en este desierto, debatiéndonos entre la tentación del poder y la soberbia, discerniendo los caminos del Señor, llenos de proyectos y esperanzas que encuentran su apoyo en la confianza en el Señor.
Que este año la conmemoración del bicentenario del restablecimiento de la Compañía nos ayude a crecer en cercanía con los pobres, en claridad de mirada evangélica, en compromiso con la fe y la justicia en este mundo intercultural e interreligioso y en unidad de cuerpo, como red de identidad fuerte y misión clara.
Jorge Cela, S.J.
Presidente de la CPAL
CPAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario