LA MIRADA DE JESÚS
Por José María Maruri, SJ
1.- Sabéis seguramente el chiste que cuenta un cura bilbaíno (y que nadie se dé por ofendido… que yo llevo genes del bocho… (**) que para ponderar la gran humildad del Hijo de Dios decía: “¡tan humilde fue, que pudiendo nacer en Bilbao, nació en Belén!”
Fuera de bromas, el que Él que se presentaba como Mesías, ni naciese en Jerusalén, ni hiciese de Jerusalén el centro de su predicación, sino que “la cosa”, como decía San Pedro, comenzara en Galilea, fuera del territorio judío; y que de los doce apóstoles once fueran galileos y sólo el traidor fuera judío, pues todo esto si no era motivo de escándalo en la primitiva Iglesia, sí sería causa de gran extrañeza. Y por eso es que Mateo se saca de la manga el texto de Isaías donde la Galilea de los gentiles aparece iluminada por luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Y tal vez tenía que empezar allí porque matando a Juan el Bautista ya la Judea hostil mostraba la mala acogida que iba a tener Jesús.
2.- Cuando Mateo escribe su evangelio (y allá discutan los sabios cuando fue) la Iglesia incipiente apenas tenía forma, una indefinida estructuración jerárquica, nada de leyes eclesiásticas, ningún catecismo, un credo reducido a la mínima expresión, el que nos cita San Pablo: “Dios Padre que envía a su Hijo para morir por nosotros y resucitando darnos la esperanza de nuestra resurrección”. Y sacramentos prácticamente reducidos a dos: bautismo y eucaristía.
Por eso cuando algún culto griego o romano preguntase a uno de esos incultos pescadores de los apóstoles. “Qué es ser cristiano”, ¿qué podría responder? Nosotros tiraríamos de biblioteca, y no digo ya del Catecismo de la Iglesia Católica, sino montones de libros que podríamos amontonar ante los ojos atónitos del preguntante y aun así no se si le convenceríamos.
3.- Aquellos ignorantes apóstoles con gran sencillez recordarían aquella mirada de Jesús con la que miró a Pedro y a Andrés, a Santiago y a Juan, y en lo hondo de su corazón resonaría aquella llamada impulsora de sus vidas: “Seguidme”.
--Para ellos ese había sido ser cristianos, ser mirados por Cristo y llamados a seguirle.
--También miró Jesús a Mateo (y tal vez por eso escribe esta historia) y oyó un dinámico “sígueme”.
--También miró con cariño al joven rico y también le dijo, ve, vende, da, ven y sígueme… Y fue el joven, el que apegado a sus riquezas, frustró la mirada de Jesús.
--Subido en el árbol Zaqueo recibió la mirada de Jesús que se invitaba a su casa y aquel día entro la luz de la salvación en la casa del usurero.
--Los ojos de Jesús buscaron entre la multitud a la hemorroisa para que su curación no fuera producto de una mágica energía salida de Él, sino un don de su corazón que mira por su hija.
--Y sería Pedro el que recordaría dos miradas de Jesús, esta de hoy y aquella de la madrugada del viernes santo, cuando al cantar el gallo el Señor se volvió y le miró… y Pedro lloró amargamente.
Eso es ser cristiano, lo fue y lo será siempre, ser mirados por Cristo y llamados por Él.
4.- Necesitamos ser mirados por dentro, esa mirada interior del Señor es la que iluminando lo que de Él podamos saber por nuestros estudios si su mirada no ilumina nuestro corazón seguiremos almacenando datos de Él sin conocerle. Por eso no somos de Pablo, no somos de Apolo, no somos de San Ignacio de Loyola, no somos de Santo Domingo, no somos de San Josemaría Escrivá. Somos de Cristo, el único que dio su vida por cada uno de nosotros y el único que nos miró y nos llamó.
(** Bocho es una forma familiar y “castiza” de llamar a Bilbao por los nacidos allí)
Betania
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