Se manejan términos como legalidad internacional, impunidad, abuso, saqueo, pérdida de confianza. Se barajan represalias, sanciones, formas de presión que puedan frenar el expolio. Se analizan las posibles consecuencias. Se exaltan los orgullos patrios, a uno y otro lado del charco. “Ya nadie está seguro”. Se habla, con recelo, del poder político ejerciendo una autoridad excesiva. Se quiere apelar a tribunales e instancias superiores. “¿Qué podemos hacer en un mundo en el que no estamos protegidos de decisiones arbitrarias?” “¿Quién protegerá a los inversores internacionales?”, claman desconsolados los portavoces de los mercados. Uno diría que ellos mismos ya se encargan de protegerse bastante bien. Y a menudo lo hacen atando de pies y manos a los gobiernos nacionales para que no puedan tomar decisiones que vulneran sus acuerdos comerciales. Lo que tampoco quiere servir para justificar el populismo y prepotencia con que está actuando el equipo de Cristina Kirchner.
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