lunes, 19 de abril de 2010

Cinco años de pontificado


El balance final dependerá de la velocidad con que Benedicto XVI "limpie" la Iglesia

"El mensaje del Papa llega hoy al mundo con mayor dificultad"

Hace tan solo cuatro días, nadie podía imaginar que los cielos de media Europa estuviesen hoy cubiertos de ceniza. Pero la ceniza terminará por caer al suelo y el sol volverá a brillar sobre todo el continente. Hace cuatro semanas, nadie podía imaginar que el quinto aniversario de la elección del Papa estuviese marcado por la crisis de los abusos sexuales, amplificada por los errores de comunicación de sus colaboradores.

Lo cuenta Juan Vicente Boo en ABC.
El balance final del pontificado dependerá de la velocidad con que se haga el resto de la «limpieza» de indeseables dentro de la Iglesia. La primera carta monográfica de un Papa sobre abusos sexuales fue escrita por Juan Pablo II a los obispos norteamericanos el 11 de junio de 1993, pero la «limpieza» no empezó en serio hasta ocho o nueve años después, con el traspaso de las competencias al cardenal Ratzinger en el año 2001 y la aprobación de las normas de «tolerancia cero» para Estados Unidos en 2002.
Afortunadamente, por encima de la gran nube de ceniza volcánica sigue estando el sol, y el balance de los primeros cinco años de Benedicto XVI abunda en momentos radiantes como la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia en agosto de 2005 o el triunfo arrollador en su primer viaje a Estados Unidos en abril de 2008, cuando sorprendió a todo un país con su humanidad y sencillez. Incluso Francia se rindió, en septiembre de 2008 al mensaje cultural de Benedicto XVI, aplaudido por los grandes intelectuales en el Collége des Bernardins de París como lo sería el pasado mes de septiembre por los profesores universitarios de un país materialista y descreído en la Sala de los Españoles del Castillo de Praga.
Sus tres encíclicas trazan un camino espiritual fascinante: conocer a Dios, que es amor («Deus Caritas Est», 2005), recuperar la esperanza («Spe Salvi», 2007) y devolver la decencia al sistema económico internacional («Caritas in Veritate», 2009).
Su libro «Jesús de Nazaret», cuyo segundo volumen está a punto de salir, es una excelente guía para acercarse y entender mejor al personaje central de la historia, a veces poco conocido por los católicos.
El 24 de abril de 2005, cuando recibió el anillo del pescador, el nuevo Papa anuncio que «mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad personal, no promover mis ideas sino ponerme, con toda la Iglesia a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor». Joseph Ratzinger había trabajado al lado de Juan Pablo II durante 24 años, y era el «coautor» de muchos documentos de amplia envergadura teológica y cultural como las grandes encíclicas «Esplendor de la Verdad», publicada en 1993, o «Fe y Razón», que vio la luz en 1998. Por esa razón y por su edad avanzada, Benedicto XVI anunció que no pensaba publicar muchos documentos ni hacer muchos viajes, sino continuar explicando el magisterio de su predecesor. Subrayó, únicamente, el objetivo del ecumenismo como prioridad de su Pontificado.
En estos cinco años ha habido una mejora del diálogo y del respeto mutuo con casi todas las confesiones cristianas, desde los luteranos europeos, que aprecian a un Papa experto en Lutero, hasta los ortodoxos rusos, que valoran su estilo litúrgico tradicional. Quizá el paso más fructífero a largo plazo sea la creación de los ordinariatos personales para acoger en la Iglesia católica a comunidades anglicanas enteras: obispos, sacerdotes y fieles.
En las relaciones con musulmanes ha habido grandes disgustos como el discurso de Regensburg en septiembre del 2006, pero también una reconciliación visible al rezar con el Gran Muftí en la Mezquita Azul de Estambul en noviembre de ese año. Con los judíos, el ciclo de altibajos ha sido más agitado, con momentos de profundo malestar como el del levantamiento de la excomunión al obispo lefebvriano negacionista Richard Williamson, pero también con encuentros gratos como las visitas a las sinagogas de Colonia, Nueva York y Roma.
Al principio del pontificado, casi todo el mundo esperaba un Papa mucho más severo, y los católicos intransigentes resultaron decepcionados. También se esperaba un «desbroce» de la Curia vaticana, para simplificar sus enrevesados organismos y podar la maleza acumulada en los años de enfermedad de Juan Pablo II. Pero el «desbroce» no se produjo, e incluso la comunicación pasó a segundo plano, por lo que el mensaje del Papa llega hoy al mundo con mayor dificultad.
RD

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