Mientras viajaba por las montañas, una sabia mujer se encontró un hermoso diamante en un
riachuelo. Al día siguiente se cruzó en el camino con otro viajero y al saber que estaba hambriento,
le ofreció parte de la comida que traía con ella. Al abrir su bolsa para sacar los alimentos, el hombre
vio la piedra preciosa en el fondo del morral, y quedó maravillado. El viajero le pidió el diamante a la
mujer y ésta, sin dudarlo, lo sacó de su bolsa y se lo dio. El hombre se fue dichoso por su increíble
suerte, ya que sabía que el valor de la piedra era lo suficientemente alto como para vivir sin apuros
durante el resto de su vida. Pero días más tarde, después de haber buscado a la mujer, la encontró,
le devolvió la joya, y le dijo: –He estado pensando... soy consciente del valor de esta piedra que
quiero devolverle, pero espero que a cambio usted me dé algo aun más valioso. Y después de un
silencio, continuó: –Deme esa cualidad que le permitió regalarme este tesoro con generosidad y
desprendimiento.
El evangelio de hoy nos presenta a un hombre que pide algo inesperado: “–Maestro, dile a mi
hermano que me dé mi parte de la herencia. Y Jesús le contestó: –Amigo, ¿quién me ha puesto
sobre ustedes como juez y partidor?” Esta situación suscita una enseñanza de Jesús que no viene
nunca de más recordar: “–Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del
poseer muchas cosas”. Y es la ocasión para que el Señor nos cuente una parábola muy bella:
“Había un hombre muy rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar: ‘¿Qué
haré? No tengo dónde guardar mi cosecha.’ Y se dijo: ‘Ya sé lo que voy a hacer. Derribaré mis
graneros y levantaré otros más grandes, para guardar en ellos toda mi cosecha y todo lo que tengo.
Luego me diré: Amigo, tienes muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe,
goza de la vida.’ Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta misma noche perderás la vida, y lo que tienes
guardado, ¿para quién será?’ Así le pasa al hombre que amontona riquezas para sí mismo, pero es
pobre delante de Dios”.
Es impresionante la insistencia de Jesús y los evangelios en este tema de la libertad que debemos
tener frente a los bienes materiales. No se trata de una invitación a no tener, sino a tener de tal
manera que no pongamos allí el valor de nuestras vidas. La vida no depende de poseer muchas
cosas, sino de nuestra capacidad de compartirlas con los demás con generosidad. No es rico el que
tiene mucho, sino el que necesita menos para vivir contento. Ignacio Ellacuría, uno de los jesuitas
asesinados en El Salvador hace algunos años, decía que la única salvación para nuestro mundo era
crear una civilización de la austeridad compartida. Vivir más sencillamente, soñando menos con lo
que nos falta y agradeciendo más lo que tenemos. Un mundo y un país en el que unos pocos
derrochan y malgastan, mientras que las grandes mayorías no tienen ni lo mínimo para sobrevivir
como seres humanos, no es sostenible en el largo plazo.
La parábola que el Señor nos cuenta hoy es una llamada a no vivir pendientes de acumular riquezas
sin fin, pensando que ese es el camino de la vida. Por ese camino sólo se llega a la muerte. Una
sociedad que quiere la paz, que busca con ansias el final de una guerra fratricida que se ha
prolongado tanto entre nosotros, podría tomar el camino de la generosidad y el compartir, que son
capaces de crear hermanos. Por eso, pidámosle al Señor que no nos regale diamantes hermosos y
caros, sino la capacidad de dar con generosidad y desprendimiento.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Profesor Asociado de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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