Rebrota el tema del ateísmo. Ha aumentado el número de ateos en el país. Ateos y agnósticos quitan adeptos a la Iglesia Católica. Los ateos, por su parte, reivindican su respetabilidad. El asunto tiene innumerables aspectos y una historia tan antigua como el cristianismo. En los orígenes de este, los mismos cristianos fueron considerados “ateos” por no creer en las supercherías religiosas que poblaban el Mediterráneo.
¿Por qué importa el tema hoy? Desde la orilla del cristianismo, siempre interesará ser fieles al Cristo de quien se recibió una orientación fundamental. Jesús, el creyente por excelencia, chequeó la autenticidad de la fe con la parábola de Buen Samaritano (Lc 10, 29-37): ¿quién es el prójimo?; no el sacerdote, no quien ha sido investido de un rol religioso particular, sino el pagano que fue capaz de socorrer al hombre asaltado y dejado medio muerto al borde del camino. Consecuencia: el cristiano, para ser tal, debe llevar un ateo en el corazón. El cristiano, como hijo de Dios, debe ser un hermano de la humanidad sin apellidos, una persona capaz de incomodarse y arriesgar sus privilegios en favor de los desamparados. Si Jesús, en este sentido, fue ateo, los cristianos solo pueden seguir su camino y pertenecer a su Iglesia de un modo autocrítico. Pues fuera de ella puede haber gente mejor que dentro de ella.
De aquí que la parábola del Buen Samaritano fue el texto fundamental que inspiró a los ateos y a los cristianos al levantar la Vicaría de la Solidaridad. El Cardenal entendió que creer en Dios durante el gobierno militar equivalía a creer en una alianza de humanidad en favor de los torturados, los ejecutados sin piedad, los detenidos desaparecidos y sus familiares. Por una parte, los ateos de esos años recordaron a los cristianos que lo fundamental no se juega en la pertenencia religiosa; por otra, los mismos ateos tuvieron que reconocer, paradójicamente, que se puede no creer en Dios pero sí creer en una iglesia hondamente humana.
El Concilio Vaticano II (1962-1965) había ya emparejado la cancha para una convergencia entre ateos y cristianos. El Concilio realizó un progreso doctrinal impresionante. Declaró que Dios ilumina a los seres humanos por vías que la Iglesia Católica puede desconocer; afirmación que, considerada la estrechez mental que normalmente tienta a las religiones, es muy significativa. El Vaticano II puso a la caridad como el criterio dirimente de la fe auténtica. Dicho en términos religiosos, un católico que no ama puede “condenarse” y un ateo que ama se “salva”. Es más, ante el fenómeno del ateísmo el gran concilio sostuvo que los cristianos habían podido bloquear su acceso al Evangelio con la inautenticidad de su cristianismo.
Una alianza entre ateísmo y cristianismo en Chile hoy, cobra relevancia en el plano de la educación. El país quiere ser igualitario e integrador. Lo quieren más los hijos que los padres, está claro. El gobierno impulsa un proyecto que, en sus trazos principales, independientemente de sus varias pifias, los cristianos deben reconocer como evangélico. Lo es. Pero no porque la presidenta Bachelet –atea o agnóstica, no sé- se haya comprometido a reconocer que las escuelas y colegios católicos pueden elaborar proyectos educativos religiosos, sino porque la sustitución de un modelo individualista y clasista de educación por uno igualitario e integrador ayuda infinitamente más a formar buenos samaritanos.
Y de esto se trata. Una alianza entre ateísmo y cristianismo a favor de los excluidos y desintegrados, sea en el plano de la educación u otros, constituye la mejor de las bases para el porvenir del país.
Jorge Costadoat S.J.
Cristo en construcción
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