SEPAMOS RECONOCER Y AGRADECER
Por José María Maruri, SJ
1.- El agradecimiento es una cosa que todos llevamos tan dentro, tan innata, tan humana, que no hay nada que nos moleste tanto como el que no nos den las gracias cuando hemos hecho un favor a alguien. Y esa actitud del ingrato que pasa de largo junto a su bienhechor lo hemos plasmado con el dicho castellano: “si te he visto no me acuerdo”.
La ingratitud y el egoísmo son hermanos gemelos, son las dos caras de un mismo naipe. Ambos no piensan más que en sí mismos, no necesitan de nadie, o todo se les debe y por eso, ¿qué agradecer?
A Jesús también le molestó la ingratitud. Ha curado a 10 leprosos y sólo uno vuelve a dar las gracias y éste es un extranjero: “¿no eran diez los curados, dónde están los otros nueve?”. “Vete tu fe te ha salvado”… diez los curados corporalmente, pero uno sólo consigue la plena salvación porque en su corazón ha nacido una actitud de reconocimiento de su pequeñez y de agradecimiento por un favor que no merecía. No se ha parado en el don recibido de la curación gozándose egoístamente en él, sino que ha ido hasta la misma persona de Jesús que le ha mirado con bondad y cariño, y esa es la actitud que el leproso vuelve a agradecer.
2.- Todos nosotros dependemos esencialmente primero de Dios que nos ha creado, nos da la vida, salud, aire, agua, una naturaleza que gozar y admirar.
Y dependemos de los demás. Esta doble dependencia es la que ha consagrado el Señor con el doble mandamiento de amar a Dios y al prójimo.
Pensad en esa línea de predecesores de cada uno, que se pierde en la lejanía del tiempo y de la que apenas conocemos más que los dos o tres últimos eslabones… los abuelos y los padres.
Todos dependemos de todos. Echad una mirada al sin fin de personas a las que debemos algo de nuestra vida: padres, hermanos, amigos, maestros, médicos, sacerdotes, religiosos, personas que nos prestan sus servicios. Ninguno de nosotros, si no está loco, puede decir que no necesita a nadie.
3.- Metidos en una sociedad que cambia a gran velocidad podemos decir que nos sentimos todos amargados. Unos pensando en que lo nuestro fue mucho mejor, que lo actual no es civilización sino salvajismo. Y los otros despreciando todo lo que huele a antiguo como si los anteriores a ellos no hubieran hecho nada bueno jamás. Y metidos en esa mutua recriminación no tenemos ojos para ver la estrecha intercomunicación que hay entre nosotros, y lo que nos debemos unos a otros.
4.- Sepamos reconocer y agradecer. Agradecer a nuestros padres lo que se afanan por nosotros. Cuántos padres y madres sufren al ver a sus hijos que suponen que todos se les debe, y que viven vidas anodinas, suspenden los exámenes año tras año, sin pensar en lo que supone para sus familias, que se divierten en grande sin pensar en que tienen que comenzar a vivir por su cuenta y por sus medios.
Seamos fáciles en dar gracias: al camarero que os sirve el café, al vendedor de periódicos, al conductor del autobús, al de la gasolinera que os echa gasolina en el auto. Es verdad que pagáis un servicio, pero lo que nunca pagaremos es el valor humano que va en el servicio.
Entre esas personas encontrareis atrabiliarios que os contesten con una mueca como diciendo “yo no quiero le quiero hacer el favor, lo hago por necesidad para vivir…” Será uno entre mil, a los demás les dejaréis con buen sabor de boca, os sentirán más humanos también.
4.- La Virgen Santísima, cuya fiesta del Pilar hemos celebrado ayer sábado, esa Virgen a la todos personalmente tanto debemos –y también como pueblo español—ella nos dejó esta actitud fundamentalmente cristiana del agradecimiento plasmada en su cántico del Magníficat, en el que se reconoce indigna de los dones del Señor, y le alaba y agradece por mirar la pequeñez de su esclava. Que ella en esta Eucaristía, que es también acción de gracias, nos alcance del Señor el don de ser agradecidos a Dios y a los demás.
Betania
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