Llevamos meses preparando nuestra participación en la asamblea mundial, mirando qué tenemos para poner en la mesa compartida de esta comunidad a la que estamos convocadas y convocados. Una profunda gratitud por tantas personas participando en que este encuentro sea posible, por tantas que nos han traído hasta aquí me ha acompañado a lo largo de todo el día.
Si en la preparación de la asamblea nos invitaban a mirar qué tenemos para traer, hoy se nos ha invitado a recostarnos en grupos sobre la hierba verde de modo que pudiéramos mirar nuestros rostros y escucharnos. El mapa del mundo ha sido el marco para traer a la sala no solo a quienes estábamos presentes, también a las comunidades que nos han enviado. Una a una han sido nombradas y presentadas. Cuántos miembros las forman, y cuántos están “en camino”, en qué misiones colaboran para hacer presente el Reino y a quiénes han enviado como delegados y delegadas a compartir “sus panes y sus peces”.
La imagen de nuestra presencia en tantos y tan diversos lugares, con tanta riqueza y diversidad ha puesto en medio de la asamblea al mundo entero, con sus sueños y dificultades. Ha hecho visible cómo Dios nos convoca a encarnar su plan de salvación allí dónde la CVX tiene presencia. Una especial calidez han tenido los aplausos a nuestros hermanos y hermanas de Siria, Nicaragua, Venezuela o Chile, muestra de nuestro cariño y nuestro deseo de paz y justicia.
Una larga tertulia ha llenado las horas de la tarde. Tiempo de grupos más pequeños, espacio para la escucha espiritual y el intercambio profundo en lo personal y lo comunitario. Cada persona ha sido para mi un regalo, y ha traído consigo la realidad de su comunidad nacional y de su país, los sueños y el compromiso con la realidad allí donde la comunidad tiene presencia.
Estar en grupo nos ha permitido mirarnos a los ojos, conocernos y reconocernos al escuchar nuestras historias, nuestros sueños. Como la multitud hambrienta y cansada del evangelio, nos hemos ido convirtiendo en grupos de hermanos y hermanas que comparten la mesa. Una mesa en la que hemos puesto nuestra conversión personal, el descubrimiento de la espiritualidad ignaciana y de la CVX como “nuestra casa”. Con sencillez hemos compartido nuestra historia, la realidad de nuestras comunidades, y nuestros deseos para estos días.
La esperanza es el sentimiento que experimento al reconocer a Dios presente y activo en la vida de cada uno, de cada una de nosotras y de nuestras comunidades. Nos hace crecer, nos ayuda a darnos y compartir, pone en nuestros corazones el deseo de buscar con fidelidad creativa el siguiente paso a dar para contribuir a los grandes retos que hoy afronta la Iglesia y el mundo. A Él, que pone en nuestros corazones ese deseo, le pido que nos conceda luz y acierto para orientar el futuro de nuestra comunidad.
Cecilia Martínez (CVX España)
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