El pasado 21 de junio se unieron los jesuitas españoles en una sola provincia. En ese acto, celebrado en Madrid, el superior general, Adolfo Nicolás, tuvo un par de intervenciones. Pero quiero destacar una, la homilía, porque me parece un programa no solo para jesuitas y religiosos, sino para cualquier ser humano. Su diagnóstico del momento angustiado que vivimos y la síntesis que hace de Oriente y Occidente, entre el camino, la verdad y la vida, y su invitación a afinar el instrumento para lograr la armonía en la sinfonía universal, me parecen antológicos. Os dejo el texto completo:
La lectura que hemos escuchado de Romanos nos da el programa, que no es otro que el programa común de vivir plenamente el Evangelio de Jesús. Estamos en un mundo nuevo, distinto al de San Ignacio y necesitamos crear. Estamos en una disposición nueva. Termina el capítulo diciendo “Venced el mal con el bien”. Todos sabemos que la victoria del bien es un artículo de fe, porque no se ve por ninguna parte. Todos sabemos que por mucho tiempo vencerá el mal, interés mezquinos, estrechez de miras, egoísmo o dinero, como el gran ídolo, como dice el Papa Francisco. Este es el precio del reino de Dios, este es el precio que nos pone la carta a los Romanos. Va a ser difícil responder hoy, igual que en tiempos de San Ignacio también era difícil. No somos un mundo especial, pero muchas cosas se nos han hecho un poco más complejas, un poco más difíciles. Hoy sabemos más de psicología esto hace difícil tratar algunos problemas. Sabemos más del sufrimiento humano, sabemos más de presiones sociales, tenemos periodistas y políticos menos lúcidos, por decirlo, sin decir nombres.
Vivimos más deprisa, con más presiones y con menos tiempo, como decía aquel africano a un europeos “vosotros tenéis planes, nosotros tenemos tiempo”, que es un poco lo que está pasando en nuestro mundo. Y, sin embargo, seguimos necesitando la aportación de todos. Es un tiempo en el que no podemos permitirnos prescindir de la sabiduría de nadie. Un obispo japonés decía, “Jesús dice ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida’, las espiritualidades de Asia, son casi todas del camino, pero los misioneros han venido hablando de la verdad, y no nos hemos encontrado”.
San Ignacio es un hombre del camino, se considera un peregrino y nos deja a nosotros métodos, procesos, no nos dice qué tenemos qué hacer, eso lo deja a los superiores que tienen que discernir.
Se nos ha hecho la situación muy difícil. Asia es cómo, cómo concentrarse, cómo encontrar equilibrio y tenemos el yoga, el zen y todas esos estudios sobre el cuerpo y el alma, etc. Es la gran preocupación, el cómo.
Europa y Norteamérica, quizá la gran preocupación es la verdad, cómo definir, sobre todo franceses y alemanes, que te escriben un libro de 800 páginas como introducción al concepto de alma. Es la gran preocupación por definir, por encontrar la verdad.
Europa y Norteamérica, quizá la gran preocupación es la verdad, cómo definir, sobre todo franceses y alemanes, que te escriben un libro de 800 páginas como introducción al concepto de alma. Es la gran preocupación por definir, por encontrar la verdad.
Africa y Latinoamérica es la vida, todavía conservan una apreciación por la amistad, por la familia, por los niños, por todo lo que supone valores tradicionales que existían en un tiempo en Europa pero que poco a poco se van perdiendo bastante.
Necesitamos todo, por eso el tiempo actual es un tiempo que nos da una nueva oportunidad, la oportunidad de encontrar al Cristo total, por fin, no solamente el camino, sino el camino, la verdad y la vida, todo junto, pero para eso necesitamos abrirnos y contribuir a esta nueva oportunidad.
Nos sentimos algo intimidados ante la realidad de la nueva provincia, ¡es tan grande! Vamos a necesitar mucha creatividad para poder responder a los antiguos y a los nuevos retos, vamos a necesitar mucha creatividad. A veces nos va a parecer que no merece la pena, o que es demasiado tarde, o que ya estamos pasados y hay que desistir, hay que dejar que la historia tome su curso. Esto es algo que San Ignacio nunca pensó porque sabía que toda la vida es una batalla, es una guerra, que no tiene descanso. Y esto nos pone en comunión con otras tradiciones. En el hinduismo, el libro de espiritualidad hindú el Bhágavad-guitá, empieza en un campo de batalla, y el protagonista siente que le tiemblan las piernas porque a medida que se acerca el enemigo empieza a reconocer las caras, son sus amigos, sus vecinos, sus parientes y entonces dice, ¿cómo voy a luchar contra mí mismo? Y es que la batalla real es contra uno mismo.
Nos sentimos algo intimidados ante la realidad de la nueva provincia, ¡es tan grande! Vamos a necesitar mucha creatividad para poder responder a los antiguos y a los nuevos retos, vamos a necesitar mucha creatividad. A veces nos va a parecer que no merece la pena, o que es demasiado tarde, o que ya estamos pasados y hay que desistir, hay que dejar que la historia tome su curso. Esto es algo que San Ignacio nunca pensó porque sabía que toda la vida es una batalla, es una guerra, que no tiene descanso. Y esto nos pone en comunión con otras tradiciones. En el hinduismo, el libro de espiritualidad hindú el Bhágavad-guitá, empieza en un campo de batalla, y el protagonista siente que le tiemblan las piernas porque a medida que se acerca el enemigo empieza a reconocer las caras, son sus amigos, sus vecinos, sus parientes y entonces dice, ¿cómo voy a luchar contra mí mismo? Y es que la batalla real es contra uno mismo.
San Ignacio vio esto. También en el Islam, el más profundo Yihad, no es contra otros, es contra uno mismo, se da en el corazón de la persona, del verdadero creyente. Y esto es lo que nos dice el Evangelio de hoy. San Ignacio nos dejó métodos para afinar nuestros instrumentos, como para un concierto. Siempre empieza el concierto, con los violines y las violas afinándose, con un poco de ruido, pero esto es muy importante para que el concierto suene bien.
Se entra en una nueva aventura, lo importante no es ser viejo o joven, ni tener éxito o no tenerlo, lo importante es saber cómo vivir plenamente en cada momento. Y eso nos lo dice el espíritu. Pero para oír el espíritu hay que afinar el instrumento y dar importancia al silencio.
Hace poco leí que un crítico de música hablando de Japón dice “la calidad de silencio que se oye en un concierto es extraordinaria. Yo estaba sentado junto a un vecino y en cuanto empezó el concierto la única señal de que estaba vivo era que un dedo se le movía, lo demás, no se sabía si estaba vivo o muerto”. Dice “el problema es si Japón va a ser capaz de sostener ese silencio, ese es el problema de hoy”. Y nosotros vamos a afinar el instrumento para poder oír al espíritu y el espíritu habla muy bajito, muy bajito. Hay que estar en silencio, hay que aquietar el espíritu, son vibraciones, no voces, y las vibraciones las pueden oír sólo corazones afinados, adiestrados en el arte de escuchar.
De manera que hoy pedimos al Señor unos por otros, que la nueva provincia sea un auténtico concierto. A un poeta, japonés también, hace poco le pidieron que tradujera la oración de San Francisco de Asís, “hazme un instrumento de su paz”. Y tradujo no por la palabra “dogu” que significa un instrumento de trabajo, sino por la palabra “gakki“ que es un instrumento musical y llamó al librito donde ponía la traducción “la sinfonía del universo”.
Yo quisiera pedir hoy que esta nueva provincia sea parte de esta sinfonía del universo.
Pedro Miguel Lamet S.J.
El alegre canancio
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