JESÚS, LA LUZ QUE PONE CADA COSA EN SU SITIO
Por José María Maruri, SJ
1.- ¿Os imagináis lo que sería la primera noche de Adán? El Señor le ha presentado animales multicolores para que les ponga nombre, ha gozado de las flores y plantas plenas de colorido, de arroyos y ríos limpios y claros… y al atardecer empieza a faltarle la luz de los ojos y todo aquel mundo de maravilla se difumina y apaga en la oscuridad… ¿Sería todo un sueño?
Y tras unas horas de desconcierto y desesperanza las cosas empiezan a salir de nuevo de la tiniebla, empiezan a existir una vez más y Adán daría gracias al Sol que le devolvía su maravilloso Paraíso. Allí aprendió el hombre el contraste de la luz y las tinieblas
2.- Hoy es la fiesta de la Candelaria, la fiesta de la luz, de la Virgen que trae en sus brazos el Sol del mundo. El Señor que es luz para todo hombre que viene a este mundo, luz por la que fueron hechas todas las cosas y sin ella nada existe de lo que ha sido creado
Hoy llega al templo en brazos de María. No como Malaquías había profetizado con gloria y majestad, aterrorizando a los hombres, limpiando a los hombres, limpiando el mundo con fuego y lejía de batanero. Llega en la humildad del hijo de unos aldeanos, porque no viene como Rey de los Ejércitos, sino como uno de nosotros, hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne.
Él era la luz que pone cada cosa en su sitio, en su verdadera realidad y por eso las tinieblas no la recibieron. Muy al contrario, en su rechazo de la luz de la tiniebla se hace más negra y tenebrosa y en ese contraste la luz se ve cada más luz y la tiniebla cada vez más tiniebla. Por eso nos dice el anciano Simeón que ante esa luz nadie puede quedar indiferente. Será bandera discutida: o con la luz o contra la luz. Los corazones de todos los hombres y de todas las mujeres tienen que definirse ante Él: no hay lugar para los pasotas… el pasota ya está en contra.
3.- En este evangelio aparecen dos personajes entrañables: el viejo Simeón y la anciana Ana. Y nos hacen pensar en la larga sucesión de antepasados nuestros a través a través de los que la luz de Dios ha llegado hasta nosotros. Nuestros padres, los abuelos, los padres de los abuelos. O, tal vez, no por línea directa, sino por otras ramas de la familia por donde ha pasado la luz a nuestras manos la antorcha de la fe. La misma luz que la Virgen llevó a sus brazos al templo.
Esas personas que con el paso del tiempo quedar marginadas en la familia y la sociedad: ancianos como Simeón, ancianas como Ana, sin peso en la vida, llenos de achaques, tantas veces santurrones o beatos, pero que han sabido ver la luz de Dios en brazos de María. Sin ellos jamás seríamos nosotros cristianos. Con toda la paciencia que sus achaques y manías exijan de nosotros, jamás les pagaremos nuestra deuda con ellos, de ser luz, de no ser tinieblas.
4.- En este continuado contraste entre luz y tinieblas ese mismo Jesús que se presenta hoy como luz de las gentes, dirá después , en su vida pública, una enigmática frase: “Mientras estoy en el mundo Yo soy la luz del mundo”. ¿Entonces, cuando Él nos falte caerá todo en aquella tiniebla de la primer anoche de Adán?
Él dejará de ser la luz visible del mundo porque nos dejará a nosotros. “Vosotros sois la luz del mundo”. Si todo el mundo cae en poder de las tinieblas, la responsabilidad será toda de nuestra…que debíamos lucir en la tiniebla y no lo hicimos.
Nosotros debemos de ser los ojos de Jesús que sonríen a los niños, muestran amor al joven, perdonan a la adultera, lloran con Marta y María, allí en Betania… Nosotros tenemos que pasar la antorcha de la Fe de mano, de generación en generación, nosotros tenemos que ser la luz del hogar que se pone en lo alto y no debajo del celemín.
La Virgen Santísima nos alcance la gracia de saber ser luz del mundo aun en la seguridad de que la tiniebla que se endureció contra Jesús se revolverá con fiereza contra nosotros. Seremos bandera discutida.
Betania
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