Hace algunos años, decía el titular de un periódico: “Ministro de defensa pide aumentar el gasto militar y bajar la inversión social”. Algunos siguen viviendo una especie de euforia guerrerista. Nos cuesta creer en la salida negociada a los conflictos sociales, grupales, interpersonales, e incluso personales. Vemos los embates de la violencia en todo el mundo; baste mencionar la guerra que parece eterna entre Israel y Palestina o las múltimples guerras africanas que apenas encuentran espacios en los titulares de los grandes medios de comunicación. Por todas partes parece imponerse, la Ley del Talión: Ojo por ojo y diente por diente, como si la violencia se pudiera combatir con la violencia. Como si sobre una derrota militar del enemigo se pudiera construir la única paz posible... Sin embargo, la historia nos ha demostrado más de una vez que la paz no se construye con la guerra: “Todos los que pelean con la espada, también a espada morirán”, decía bien Jesús en Getsemaní cuando fue arrestado. No fue fácil para Jesús dar este paso ni es fácil hoy levantar esta bandera en un contexto en el que hay tantos entusiasmados con la guerra. Erasmo de Rotterdam decía que la guerra era dulce sólo para el que no la ha probado… Hoy diríamos que también es dulce para el que vive de ella…
Leyendo la Pasión del Señor según San Mateo, ha vuelto a rechinar en mi interior una pieza que no acaba nunca de ajustarse en todo el engranaje de la vida de Jesús: ¿Por qué no huyó ante la inminencia de la muerte? “Después del beso de Judas Jesús le contestó: –Amigo, adelante con tus planes”. ¿Por qué no se defendió con la fuerza? Después de que “uno de los que estaban con Jesús sacó su espada y le cortó una oreja al criado del sumo sacerdote, Jesús le dijo: –Guarda tu espada en su lugar” ¿Por qué no se defendió ante Caifás? “Entonces el sumo sacerdote se levantó y preguntó a Jesús: –¿No contestas nada? ¿Qué es esto que están diciendo contra ti? Pero Jesús se quedó callado”. ¿Por qué no se defendió ante Pilato? “Mientras los jefes de los sacerdotes y los ancianos lo escuchaban, Jesús no respondió nada. Por eso Pilato le preguntó: –¿No oyes todo lo que están diciendo contra ti? Pero Jesús no le contestó ni una sola palabra”.
El silencio de Jesús, la actitud paciente frente a la burla, la difamación, el insulto, los golpes, la tortura, la muerte violenta, todavía nos escandalizan. Con razón él decía: “Todos ustedes van a perder su fe en mi esta noche”. ¿Quién no? Lo que hace Jesús sobrepasa nuestras posibilidades. ¿Quién está preparado para seguir esta propuesta hoy? ¿No será mejor hacerle caso al Ministro de defensa y a todos los guerreristas de este país y del mundo y aumentar el gasto militar disminuyendo la inversión social?
¡En lugar de invertir en educación, enriquezcamos más a los constructores de armas de los países del primer mundo! ¡En lugar de invertir en planes de salud o de vivienda, destruyamos la vida y las casas de más seres humanos! ¡En lugar de invertir en infraestructura para posibilitar el trabajo, destruyamos lo que tenemos con más bombas! ¡Definitivamente, estamos locos! Cualquiera entiende hoy ese versículo de Mateo al final del arresto de Jesús: “En aquel momento, todos los discípulos dejaron solo a Jesús y huyeron”. Ojalá pudiéramos tener la dicha de no escandalizarnos de la Pasión del Señor y nos concediera Dios la gracia que le regaló al capitán romano que fue testigo de esta tragedia, para poder decir con él: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Profesor Asociado de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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