El Papa reclama “humildad” y valentía para comprender el Misterio de la Resurrección
Anima a seguir el ejemplo de las mujeres y “no permanecer prisioneros del miedo y del dolor”
(Jesús Bastante).- No busquéis entre los muertos al que está vivo. Cristo vive, ha resucitado. Al tercer día, la oscuridad se transforma en luz, las lágrimas en agua, el silencio en palabras... Todos los seguidores de Jesús celebran esta noche la Resurrección. También el Papa Francisco, quien en la Vigilia Pascual de San Pedro pidió"entrar en el sepulcro" como hicieron las mujeres. Con humildad, con fe, con decisión. Porque "no se puede vivir la Pascua sin entrar en el Misterio".
Y "entrar en el Misterio nos exige no tener miedo de la realidad, no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes".
La ceremonia arrancó con una completa oscuridad, que se abrió con el rito de bendición del fuego, el encendido del cirio pascual, y siguió con la liturgia de la Palabra y el Aleluya. Por último, la liturgia del agua, en la que Francisco bautizó a diez nuevos catecúmenos.
En su breve y directa homilía, Francisco recordó que "esta noche es noche de vigilia", pues "el Señor no duerme". "El Señor vela, y con la fuerza de su amor hace pasar a su pueblo a través del Mar Rojo, y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos".
Una noche de vigilia, como la que vivieron los discípulos de Jesús. Los hombres, "con dolor y miedo", la pasaron "encerrados en el Cenáculo". "Las mujeres, sin embargo, fueron al lugar donde fue entregado Jesús", entraron en el sepulcro y lo vieron vacío.
"Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo, el sepulcro vacío, y fueron las primeras en entrar. Entraron en el sepulcro", señaló el Papa, quien reclamó reflexionar y aprender sobre el papel de las mujeres en este crucial momento para la fe cristiana. Porque "para eso estamos aquí: para entrar. Para entrar en el Misterio de Jesús con su vigilia de amor".
Porque la Pascua "no es un hecho intelectual, no es conocer, leer, es mucho más", señaló Francisco, quien insistió en que "entrar en el Misterio significa capacidad de asombro, de contemplación, capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla".
Entrar en el Misterio "nos exige no tener miedo de la realidad, no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes"; supone "ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y de la indiferencia que nos frenan", y "ponernos en búsqueda de la verdad, de la belleza y del amor".
Implica "buscar una respuesta que no sea banal ante las preguntas que ponen en cuestión nuestra fidelidad, nuestra fe y razón", añadió el Obispo de Roma, quien también pidió "humildad" para "abajarse, apearse del pedestal de nuestro yo, de nuestro orgullo, de nuestra presunción", y "reconocer lo que somos, criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón". Y para ello es preciso "vaciarnos de las propias idolatrías", y "adorando".
"Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Ellas velaron aquella noche junto con la Madre, y ella las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así no permanecieron prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y encontraron la tumba abierta, y entraron. Velaron, salieron y entraron en el Misterio", concluyó el Papa. "Aprendamos de ellas, a velar con Dios y con María, para entrar en el Misterio que nos hace pasar de la Muerte a la Vida".
Esta fue la homilía del Papa:
Esta noche es noche de vigilia.
El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.
El Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos.
Esta fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba abierta.
«Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco» (Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.
«Entraron en el sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos en reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su vigilia de amor.
No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, es mucho más.
«Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12). Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes...
Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.
Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la humildad para redimensionar la propia estima, reconociendo lo que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las propias idolatrías... adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.
Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.
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