Sr. Director
Compartimos con Ignacio Sánchez, rector
de la PUC, lo más importante: un enorme amor por la universidad.
Pero tenemos diferencias. El rector
afirma que “en la Universidad Católica existe libertad de cátedra para sus
profesores e investigadores”. Tengo reparos. Las reacciones ante la decisión
del Cardenal Ezzati de no renovar mi “misión canónica” demuestran que los
académicos perciben que se sienta un precedente de censura que hace mal a la
Universidad. Confirman que en la universidad hay miedo. Me consta que hay
profesores que se sienten vigilados por su vida o modo de pensar. Hay temas
censurados. Hay gente que suele escribir cartas a las congregaciones romanas de
la Educación y de la Fe, y entre los de aquí y los de allá atenazan a la
Universidad.
La Universidad Católica, en virtud de su
fe en el Cristo que nos liberó para la libertad (cf. Gál 5,1), debiera ser
líder en libertad de cátedra y libertad de conciencia. Mi ideal de universidad,
que extraigo del credo cristiano y de los documentos del Magisterio, me impide
concebir una universidad católica con profesores y alumnos de dispar integración,
dependiendo de motivos extraños a la naturaleza misma de cualquier universidad.
Un agnóstico, un judío, un musulmán, un
protestante, incluso un católico que no logre entender la enseñanza de la
Iglesia o discrepe de ella, académico o
alumno, debiera sentirse en la PUC integrante de primera categoría. En la
universidad todas las diferencias, y las pruebas y errores en la búsqueda de la verdad debieran considerarse
igualmente valiosos.
Chile necesita universidades verdaderas:
con libertad académica y concentradas en el servicio público. La Universidad
Católica tiene esta vocación sin duda. La cumple con los numerosos académicos que
nos dedicamos por entero al bien del
país. Además, las iniciativas de extensión, de voluntariado y de
solidaridad con la sociedad, que en la PUC son muchísimas, enriquecen este
servicio. Pero las autoridades de la Universidad deben ordenar la casa. Tienen
que introducir mejoras en las condiciones de libertad que requiere el trabajo
universitario.
El Rector señala que el Gran Canciller
ha adoptado la medida de no renovarme la
“misión canónica" en razón de “algunas falencias en (mi) quehacer
teológico y docente que requerirían atención”. Recuerda que Mons. Ezzati, al
momento de concederme la “misión canónica” en 2012, me hizo reparos en este
sentido y me dio el permiso académico bajo condiciones. Nunca se me dijo con
claridad suficiente en qué consistían esos reparos. Solo se me dio por escrito
una carta en la que Mons. Ezzati me solicitaba adhesión al Magisterio de la
Iglesia. Pero ahora en marzo de 2015 el Gran Canciller no ha dicho en qué he yo
incumplido esta adhesión. Todavía no entiendo de que se me acusa. Su objeción
central tuvo que ver con enseñar con una libertad inconveniente a personas que
no estaban preparadas para ello.
Por otra parte Fredy
Parra, decano de Teología, en 2014 me felicitó por mi desempeño y, tras oír al
consejo de calificación académica, pidió al obispo la renovación de la “misión
canónica”. De un modo semejante, esta “misión canónica” había sido solicitada
al Gran Canciller en 2010 por Joaquín Silva, el decano en esa época. En una
carta en que el profesor Silva me avisaba de la evaluación del consejo y de la
petición a Mons. Ezzati del permiso para enseñar, me decía: “Al mismo tiempo,
la comisión me ha solicitado que te comunique una observación positiva y
felicitaciones por tu desempeño en los diversos ámbitos de la vida académica de
nuestra Facultad” (12 julio 2010).
Jorge Costadoat S.J.
Carta dirigida al diario El Mercurio
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