La entrevista con Francisco en un libro sobre su magisterio social: "El Nuevo Testamento no condena a los ricos, sino la idolatría de la riqueza. Nuestro sistema se mantiene con la cultura del descarte, así aumentan la desigualdad y la pobreza. Hoy los mercados cuentan más que las personas: es una economía enferma"
ANDREA TORNIELLI - GIACOMO GALEAZZICIUDAD DEL VATICANO
«Papa Francisco. Esta economía mata» es el libro sobre el magisterio social de Bergoglio escrito por Andrea Tornielli, coordinador de Vatican Insider, y Giacomo Galeazzi, vaticanista de La Stampa. El volumen, editado por Piemme (228 pp., 16.90 euros), en librerías desde el martes 13 de enero, reúne y analiza los discursos, los documentos y las intervenciones de Francisco sobre la pobreza, la migración, la justicia social, la salvaguardia de la creación, además de comparar las opiniones de expertos en economía, finanzas y doctrina social de la Iglesia -como las del profesor Stefano Zamagni y del banquero Ettore Gotti Tedeschi-, narrando también las reacciones que algunas posturas del Pontífice han suscitado. El libro concluye con una entrevista que Francisco concedió a los autores a principios de octubre de 2014. Reproducimos un amplio fragmento, publicado esta mañana por el periódico italiano La Stampa.
«Marxista», «comunista» y «pauperista»: las palabras de Francisco sobre la justicia social y sus frecuentes llamados por los necesitados le han acarreado críticas e incluso alguna dura y sarcástica acusación. ¿Cómo vive todo esto Papa Bergoglio? ¿Por qué el tema de la pobreza ha estado tan presente en su magisterio?
Santidad, ¿el capitalismo tal y como lo hemos estado viviendo en las últimas décadas es, según su opinión, un sistema de alguna manera irreversible?
«No sabría cómo responder a esta pregunta. Reconozco que la globalización ha ayudado a muchas personas a salir de la pobreza, pero ha condenado a muchas otras a morir de hambre. Es cierto que, en términos absolutos, ha aumentado la riqueza mundial, pero este sistema se mantiene con esa ‘cultura del descarte’ de la que ya he hablado en varias ocasiones. Existen una política, una sociología y una actitud del descarte. Cuando ya no es el hombre, sino el dinero, lo que ocupa el centro del sistema, cuando el dinero se convierte en un ídolo, los hombres y las mujeres son reducidos a meros instrumentos de un sistema social y económico caracterizado, es más, dominado por profundos desequilibrios. Y así se ‘descarta’ lo que no le sirve a esta lógica: es esa actitud la que descarta a los niños y a los ancianos, y que ahora también afecta a los jóvenes. Me impresionó saber que en los países desarrollados hay muchos millones de jóvenes menores de 25 años que no tienen trabajo. Les dicen ‘NiNis’, porque ni estudian ni trabajan: no estudian porque no tienen posibilidad de hacerlo; no trabajan porque falta trabajo. Pero también quisiera recordar esa ‘cultura del descarte’ que lleva a rechazar a los niños también con el aborto. Me sorprenden los bajos índices de natalidad aquí en Italia: así se pierde el vínculo con el futuro. Y la ‘cultura del descarte’ también lleva a la eutanasia oculta de los ancianos, que son abandonados. En lugar de ser considerados como nuestra memoria; el vínculo con nuestro pasado es un recurso de sabiduría para el presente. A veces me pregunto cuál será el próximo descarte. Debemos detenernos a tiempo. ¡Detengámonos, por favor! Entonces, para tratar de responder a la pregunta, diría que no debemos considerar estas cosas como irreversibles, no debemos resignarnos. Tratemos de construir una sociedad y una economía en las que el hombre y su bien, y no el dinero, sean el centro.»
¿Puede darse un cambio, una mayor atención por la justicia social, gracias a una economía que sea más ética o se puede pensar en cambios estructurales en el sistema?
«Antes que nada, hay que recordar que se necesita ética en la economía, y también se necesita ética en la política. Muchas veces, varios de los jefes de Estado y líderes políticos que he podido conocer después de mi elección a obispo de Roma me han hablado de esto. Han dicho: ustedes, los líderes religiosos, tienen que ayudarnos, darnos indicaciones éticas. Sí, el pastor puede hacer llamados, pero estoy convencido de que se necesitan, como recordaba Benedicto XVI en la encíclica ‘Caritas in veritate’, hombres y mujeres con los brazos elevados hacia Dios para rezarle, conscientes de que el amor y el compartir de los que deriva el auténtico desarrollo no son un producto de nuestras manos, sino un don que hay que pedir. Y, al mismo tiempo, estoy convencido de que es necesario que estos hombres y estas mujeres se comprometan, a todos los niveles, en la sociedad, en la política, en las instituciones y en la economía, poniendo al centro el bien común. Ya no podemos esperar resolver las causas estructurales de la pobreza, para curar a nuestras sociedades de una enfermedad que solo puede llevarnos hacia nuevas crisis. Los mercados y las especulaciones financieras no pueden gozar de una autonomía absoluta. Nunca resolveremos los problemas del mundo sin una solución de los problemas de los pobres. Se necesitan programas, mecanismos y procesos orientados a una mejor distribución de los recursos, a la creación de trabajo, a la promoción integral de los excluidos.»
¿Por qué muchos, incluso católicos, consideran exageradas y radicales las fuertes y proféticas palabras de Pío XI en la encíclica ‘Quadragesimo Anno’ contra el imperialismo internacional del dinero?
«Pío XI les parece exagerado a todos los que se sienten golpeados por sus palabras, castigados por sus proféticas denuncias. Pero el Papa no era exagerado; dijo la verdad después de la crisis económico-financiera de 1929. Y, como buen alpinista, veía las cosas como eran, sabía ver lejos. Temo que los exagerados son más bien los que todavía se sienten aludidos por los llamados de Pío XI…»
¿Siguen siendo válidas las páginas de la ‘Populorum progresio’, en las que se dice que la propiedad privada no es un derecho absoluto sino que está subordinada al bien común? ¿Siguen siendo válidas las palabras del catecismo de San Pío X, que indica entre los pecados la opresión de los pobres y defraudar de las merecidas mercedes a los obreros?
«No solo son afirmaciones todavía válidas, sino que entre más tiempo pasa más las veo comprobadas en la experiencia.»
Muchos se han sorprendido por sus palabras sobre los pobres «carne de Cristo». ¿Le molesta que lo acusen de «pauperismo»?
«Antes de que llegara Francisco de Asís ya existían los ‘pauperistas’, en la Edad Media hubo muchas corrientes pauperistas. El pauperismo es una caricatura del Evangelio y de la misma pobreza. En cambio, san Francisco nos ayudó a descubrir el vínculo profundo que hay entre la pobreza y el camino evangélico. Jesús afirma que no se puede servir a dos amos, a Dios y a las riquezas. ¿Es pauperismo? Jesús dice cuál es el ‘protocolo’ con base en el que seremos juzgados, es el que leemos en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo: ‘tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver’. Cada vez que hacemos esto a un hermano, lo hacemos a Jesús. Cuidar a nuestro prójimo: a quien es pobre, a quien sufre en el cuerpo y en el espíritu, a quien está necesitado. Esta es la vara de medir. ¿Es pauperismo? No, es Evangelio. La pobreza aleja de la idolatría, del sentirse auto-suficientes. Zaqueo, después de haberse cruzado con la mirada misericordiosa de Jesús, dio la mitad de lo que tenía a los pobres. El del Evangelio es un mensaje que va dirigido a todos, el Evangelio no condena a los ricos, sino la idolatría de la riqueza, esa idolatría que nos hace insensibles al grito del pobre. Jesús dijo que antes de ofrecer nuestro don ante el altar, debemos reconciliarnos con nuestro hermano, para estar en paz con él. Creo que podemos, por analogía, extender esta petición al estar en paz con nuestros hermanos pobres.»
Usted ha subrayado la continuidad con la tradición de la Iglesia en esta atención por los pobres. ¿Puede dar algún ejemplo al respecto?
«Un mes antes de inaugurar el Concilio Ecuménico Vaticano II, Papa Juan XXIII dijo: ‘La Iglesia se muestra como es y como quiere ser: como la Iglesia de todos y, particularmente, la Iglesia de los pobres’. Años después, la elección preferencial por los pobres entró a los documentos del magisterio. Alguien podría pensar en una novedad, en cambio se trata de una atención que tiene su origen en el Evangelio y se encuentra documentada ya en los primeros siglos del cristianismo. Si repitiera algunos pasajes de las homilías de los primeros Padres de la Iglesia, de los siglos II o III, sobre cómo habría que tratar a los pobres, algunos dirían que mi homilía es marxista. ‘No es parte de tus bienes —así dice San Ambrosio— lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos’. Como se puede ver, esta atención por los pobres está en el Evangelio, y está en la tradición de la Iglesia, no es una invención del comunismo y no hay que ideologizarla, como a veces ha sucedido durante la historia. La Iglesia está lejos de cualquier interés político y de cualquier ideología: movida únicamente por las palabras de Jesús, quiere ofrecer su aporte a la construcción de un mundo en donde se custodien los unos a los otros y en donde se cuiden los unos a los otros.»
Santidad, ¿el capitalismo tal y como lo hemos estado viviendo en las últimas décadas es, según su opinión, un sistema de alguna manera irreversible?
«No sabría cómo responder a esta pregunta. Reconozco que la globalización ha ayudado a muchas personas a salir de la pobreza, pero ha condenado a muchas otras a morir de hambre. Es cierto que, en términos absolutos, ha aumentado la riqueza mundial, pero este sistema se mantiene con esa ‘cultura del descarte’ de la que ya he hablado en varias ocasiones. Existen una política, una sociología y una actitud del descarte. Cuando ya no es el hombre, sino el dinero, lo que ocupa el centro del sistema, cuando el dinero se convierte en un ídolo, los hombres y las mujeres son reducidos a meros instrumentos de un sistema social y económico caracterizado, es más, dominado por profundos desequilibrios. Y así se ‘descarta’ lo que no le sirve a esta lógica: es esa actitud la que descarta a los niños y a los ancianos, y que ahora también afecta a los jóvenes. Me impresionó saber que en los países desarrollados hay muchos millones de jóvenes menores de 25 años que no tienen trabajo. Les dicen ‘NiNis’, porque ni estudian ni trabajan: no estudian porque no tienen posibilidad de hacerlo; no trabajan porque falta trabajo. Pero también quisiera recordar esa ‘cultura del descarte’ que lleva a rechazar a los niños también con el aborto. Me sorprenden los bajos índices de natalidad aquí en Italia: así se pierde el vínculo con el futuro. Y la ‘cultura del descarte’ también lleva a la eutanasia oculta de los ancianos, que son abandonados. En lugar de ser considerados como nuestra memoria; el vínculo con nuestro pasado es un recurso de sabiduría para el presente. A veces me pregunto cuál será el próximo descarte. Debemos detenernos a tiempo. ¡Detengámonos, por favor! Entonces, para tratar de responder a la pregunta, diría que no debemos considerar estas cosas como irreversibles, no debemos resignarnos. Tratemos de construir una sociedad y una economía en las que el hombre y su bien, y no el dinero, sean el centro.»
¿Puede darse un cambio, una mayor atención por la justicia social, gracias a una economía que sea más ética o se puede pensar en cambios estructurales en el sistema?
«Antes que nada, hay que recordar que se necesita ética en la economía, y también se necesita ética en la política. Muchas veces, varios de los jefes de Estado y líderes políticos que he podido conocer después de mi elección a obispo de Roma me han hablado de esto. Han dicho: ustedes, los líderes religiosos, tienen que ayudarnos, darnos indicaciones éticas. Sí, el pastor puede hacer llamados, pero estoy convencido de que se necesitan, como recordaba Benedicto XVI en la encíclica ‘Caritas in veritate’, hombres y mujeres con los brazos elevados hacia Dios para rezarle, conscientes de que el amor y el compartir de los que deriva el auténtico desarrollo no son un producto de nuestras manos, sino un don que hay que pedir. Y, al mismo tiempo, estoy convencido de que es necesario que estos hombres y estas mujeres se comprometan, a todos los niveles, en la sociedad, en la política, en las instituciones y en la economía, poniendo al centro el bien común. Ya no podemos esperar resolver las causas estructurales de la pobreza, para curar a nuestras sociedades de una enfermedad que solo puede llevarnos hacia nuevas crisis. Los mercados y las especulaciones financieras no pueden gozar de una autonomía absoluta. Nunca resolveremos los problemas del mundo sin una solución de los problemas de los pobres. Se necesitan programas, mecanismos y procesos orientados a una mejor distribución de los recursos, a la creación de trabajo, a la promoción integral de los excluidos.»
¿Por qué muchos, incluso católicos, consideran exageradas y radicales las fuertes y proféticas palabras de Pío XI en la encíclica ‘Quadragesimo Anno’ contra el imperialismo internacional del dinero?
«Pío XI les parece exagerado a todos los que se sienten golpeados por sus palabras, castigados por sus proféticas denuncias. Pero el Papa no era exagerado; dijo la verdad después de la crisis económico-financiera de 1929. Y, como buen alpinista, veía las cosas como eran, sabía ver lejos. Temo que los exagerados son más bien los que todavía se sienten aludidos por los llamados de Pío XI…»
¿Siguen siendo válidas las páginas de la ‘Populorum progresio’, en las que se dice que la propiedad privada no es un derecho absoluto sino que está subordinada al bien común? ¿Siguen siendo válidas las palabras del catecismo de San Pío X, que indica entre los pecados la opresión de los pobres y defraudar de las merecidas mercedes a los obreros?
«No solo son afirmaciones todavía válidas, sino que entre más tiempo pasa más las veo comprobadas en la experiencia.»
Muchos se han sorprendido por sus palabras sobre los pobres «carne de Cristo». ¿Le molesta que lo acusen de «pauperismo»?
«Antes de que llegara Francisco de Asís ya existían los ‘pauperistas’, en la Edad Media hubo muchas corrientes pauperistas. El pauperismo es una caricatura del Evangelio y de la misma pobreza. En cambio, san Francisco nos ayudó a descubrir el vínculo profundo que hay entre la pobreza y el camino evangélico. Jesús afirma que no se puede servir a dos amos, a Dios y a las riquezas. ¿Es pauperismo? Jesús dice cuál es el ‘protocolo’ con base en el que seremos juzgados, es el que leemos en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo: ‘tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver’. Cada vez que hacemos esto a un hermano, lo hacemos a Jesús. Cuidar a nuestro prójimo: a quien es pobre, a quien sufre en el cuerpo y en el espíritu, a quien está necesitado. Esta es la vara de medir. ¿Es pauperismo? No, es Evangelio. La pobreza aleja de la idolatría, del sentirse auto-suficientes. Zaqueo, después de haberse cruzado con la mirada misericordiosa de Jesús, dio la mitad de lo que tenía a los pobres. El del Evangelio es un mensaje que va dirigido a todos, el Evangelio no condena a los ricos, sino la idolatría de la riqueza, esa idolatría que nos hace insensibles al grito del pobre. Jesús dijo que antes de ofrecer nuestro don ante el altar, debemos reconciliarnos con nuestro hermano, para estar en paz con él. Creo que podemos, por analogía, extender esta petición al estar en paz con nuestros hermanos pobres.»
Usted ha subrayado la continuidad con la tradición de la Iglesia en esta atención por los pobres. ¿Puede dar algún ejemplo al respecto?
«Un mes antes de inaugurar el Concilio Ecuménico Vaticano II, Papa Juan XXIII dijo: ‘La Iglesia se muestra como es y como quiere ser: como la Iglesia de todos y, particularmente, la Iglesia de los pobres’. Años después, la elección preferencial por los pobres entró a los documentos del magisterio. Alguien podría pensar en una novedad, en cambio se trata de una atención que tiene su origen en el Evangelio y se encuentra documentada ya en los primeros siglos del cristianismo. Si repitiera algunos pasajes de las homilías de los primeros Padres de la Iglesia, de los siglos II o III, sobre cómo habría que tratar a los pobres, algunos dirían que mi homilía es marxista. ‘No es parte de tus bienes —así dice San Ambrosio— lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos’. Como se puede ver, esta atención por los pobres está en el Evangelio, y está en la tradición de la Iglesia, no es una invención del comunismo y no hay que ideologizarla, como a veces ha sucedido durante la historia. La Iglesia está lejos de cualquier interés político y de cualquier ideología: movida únicamente por las palabras de Jesús, quiere ofrecer su aporte a la construcción de un mundo en donde se custodien los unos a los otros y en donde se cuiden los unos a los otros.»
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El libro:
vatican insider
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