A la espera de fumata blanca, unos reporteros ensayaban titulares para el día siguiente. ¿Viene de Milán, de Boston o de Manila”? ¿Será Gregorio como los Grandes o León como los Magnos? La voz del camarlengo les desconcertó. ¿Era el nombre del cardenal emérito de Buenos Aires? La aparición del Padre Bergoglio -así quería que lo llamasen de arzobispo- aumentó la sorpresa. El nuevo obispo de Roma y sucesor de Pedro, que se llamará Francisco, frustra las expectativas mediáticas presentándose sin formalidades.
Así fue la aparición del cardenal Jorge Bergoglio como obispo de Roma en el balcón de la Plaza de San Pedro: sin teatralidad, sin ensayar, sin discurso precocinado, ni en latín, ni en retórica curial. Unos segundos en silencio, con las manos caídas tímidamente. Después un simple “buenas tardes” y... “Ya veís lo que han hecho mis compañeros cardenales, trayendo para obispo de vuestra ciudad a alguien del otro extremo del globo”. La muchedumbre no acababa de caer en la cuenta hasta que, antes de bendecirla, pidió que le bendijese a él el pueblo. De pronto, se hizo la luz en la conciencia histórica: acabábamos de cruzar el umbral del siglo: de Benedicto a “Bendecido”...
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