JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Si hay algo que preocupa, y mucho, a los obispos al hacer su visita ad limina a Roma, es la estadística de sus seminarios. Auténtico pavor. Es una de las amarguras más grandes que tienen que asumir los pastores. Pero sus naves no han sido enviadas a luchar contra los elementos y nadie duda de su esfuerzo por la pastoral vocacional. Otra cosa es si se está llevando a cabo la adecuada.
La edad media del clero diocesano se eleva a pasos agigantados. Hay sacerdotes con edad muy rebasada que siguen al pie del cañón en sus parroquias, pese a los achaques y el cansancio. Hay diócesis donde su edad media ya ha rebasado los 70 años y, en otras, pronto la alcanzarán.
Parroquias que tenían un solo cura se unen en unidades pastorales a otras y hoy se dice que una autovía, un coche y un móvil son verdaderos ayudantes pastorales. Se resiente el octavo sacramento, el de la presencia del sacerdote, y los fines de semana se convierten en auténticos maratones de sacramentos, con el problema que lleva consigo la actividad frenética.
Hay que aplaudir la labor de tanta buena gente que mantiene los templos abiertos y la ilusión encendida, esperando la llegada del cura, con todo preparado para que luego siga la ruta. ¡Cuánta fe queda aún en nuestros pueblos! ¡Cuánto esfuerzo de tantos sacerdotes diseminados por una España que aún es rural! Aunque en muchos casos haya obispos que centren sus esfuerzos en núcleos urbanos y zonas universitarias.
Hace falta mucha empatía y acompañamiento a estos sacerdotes. Mucha más de la que hay. Y no valen excusas de reuniones, planes pastorales y otras legítimas actividades. Los curas han de ser lo primero. Conocer su estado anímico, sus necesidades domésticas, humanas, de salud, las más elementales, no es baladí. Es necesario y urgente...
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