“Dios amó tanto al mundo, que le dio a su Hijo único (...)”
Circulan por la internet miles de mensajes de todo tipo. He recibido algunos sobre la frase que el Señor dice a Nicodemo, fariseo y hombre importante, que “fue de noche a visitar a Jesús” (Jn. 3,2): “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”. Uno de estos mensajes se llama: Mi hijo murió por ustedes y cuenta la historia de una misteriosa enfermedad, que se va propagando por todo el mundo de una manera veloz, y muy pronto se hace incontrolable. Los países cierran sus fronteras tratando de evitar el contagio, pero en pocos días el mundo entiende que no hay forma de atajar su fuerza destructora. Un día informan que ha sido descifrada la composición del virus y se anuncia que pronto se encontrará una vacuna. Los científicos necesitan sangre que no haya sido infectada. Piden voluntarios para realizar estas pruebas. El protagonista de la historia va a un hospital cercano con su familia. Después de los exámenes correspondientes, aparece un médico saltando de alegría y anuncia que una persona allí presente está completamente exenta del virus y su sangre servirá para hacer el antídoto contra la mortal enfermedad. El nombre que grita el médico es el del hijo menor del protagonista, que queda atónito. Pero más desconcertado queda cuando le piden que firme un permiso para utilizar la sangre del niño en el procedimiento, y descubre que necesitarán toda la sangre...
El doctor le ruega al hombre que firme y le explica que está en juego la salud de toda la humanidad... El hombre, presionado por la urgencia de los médicos y las catastróficas consecuencias de la terrible enfermedad, termina firmando el documento. Después va a visitar a su hijo. El niño le pregunta a sus papás ¿qué está pasando? El papá lo toman de la mano y le dice: “Hijo, tu mami y yo te amamos y nunca dejaríamos que te pasara algo que no fuera necesario, ¿comprendes eso?”
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