Historias de intolerancia y de la incapacidad de diálogo entre creyentes y el mundo de inspiración atea en Gran Bretaña
MARCO TOSATTIROMA
En la París del Rey Sol, sobre una de las pocas colinas que dividen el llano panorama de la ciudad, atravesada por el Sena, está la iglesia de San Medardo. Y, en el jardín y en la zona alrededor de la iglesia, han sucedido cosas extrañas; eventos relacionados con el espíritu, convulsiones y, según parece, sanaciones milagrosas. Cosas embarazosas, principalmente porque parecían no estar muy en sintonía con el régimen. Tanto es así, que un edicto del Rey prohibió las aglomeraciones de gente y las reuniones en el cementerio de San Medardo, donde se juntaban amigos y seguidores de un tal Jean de París, sepultado en aquel lugar con olor a santidad y que parecía ser el detonante de tanta espiritualidad. A poca distancia, apareció, fijado por una mano desconocida, un cartel irónico, que fingía provenir de la corte de Versalles. «De par le Roi – Defense a Dieu – De faire miracle – Dans ce lieu». (De parte del Rey - Prohibición a Dios - De hacer milagros -
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