Una vez más, tambores de guerra. El ruido no lo hacen hoy soldados que marchan para enfrentarse con otros soldados en batallas a campo abierto, sino las bombas escondidas. Inesperadas, imprevistas, desquiciantes. Hoy en Manchester, ayer en Alepo, mañana en El Cairo. Y cuando no son bombas, son coches, o cuchillos, o disparos. Y luego gritos de indignación, el odio volcado en las redes, las palabras que se convierten en vehículo para el conflicto.
Cuando las atrocidades de Auschwitz se convirtieron en paradigma del horror, muchos se conjuraron para no olvidar. No olvidar la sinrazón de la guerra, el sinsentido de la ambición, que termina enfrentando a pueblo contra pueblo, la locura de intentar resolver los conflictos por la fuerza, la cobardía de quien no quiso ver, y la mirada implacable que deshumaniza al otro hasta convertirlo en enemigo y víctima buscada.
Pero el mundo lleva décadas olvidando. Y a medida que el olvido extiende su manto sobre la memoria del siglo XX, gritan más los halcones de la guerra. Aumenta la inversión en defensa de una manera nunca antes vista. Las proclamas de paz y la venta de armas se solapan, quizás aventurando que solo la amenaza puede tener un efecto disuasorio (Nunca tan actual la máxima de Vegecio: Si vis pacem, para bellum (Si quieres la paz, prepárate para la guerra). Pero, ¿no son esas mismas armas incontroladas las que se van a convertir en la mayor amenaza? Y mientras, sus fabricantes siguen haciendo caja.Vemos, aún incrédulos, una nueva escalada nuclear. La única solución ante los peligros parece ser poner más muros, mantener fuera al otro, priorizar la seguridad sobre la libertad si hace falta. La concordia no parece suficiente.
Lentamente los tambores de la violencia redoblan con más fuerza. Los profetas de la paz son arrinconados como quijotes fallidos. Las causas de lo que ocurre son muchas: fanatismos, desigualdad, falta de horizonte y oportunidades, indiferencia, ambición… Hoy, más que nunca, hay que recordar a dónde conduce la guerra. Hay que recordar los "nunca más" de 1945. Y redoblar la lucha por lo justo. Hoy, como siempre, la bienaventuranza se convierte en imperativo. Bienaventurados los que trabajan por la paz. Con palabras, con gestos, con estudio, buscando alternativas… como sepamos. Que no añadamos a este mundo más sufrimiento innecesario.
José María Rodríguez Olaizola sj
pastoralsj
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