Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros,
pero a mí no siempre me tendréis (Mt. 26, 11)
Este miércoles 24 de mayo es el hito de inicio de nuestras nuevas comunidades en Valdivia, ciudad de estudiantes y laicos que se han hecho cargo repetidas veces de este espíritu ignaciano que se plasma en nuestro estilo de vida, sin una necesidad constante de sacerdotes o religiosos en la ciudad. Este hito no puede sino llevarme a reflexionar sobre los aires de cambio que trae la iglesia en los últimos años, sobre todo desde que Francisco aparece como un viento esperanzador.
Ya hace 4 años de la toma de mando de nuestro Santo Padre, y ya nos acostumbramos a escucharlo hablar repetidas veces sobre la pobreza y la humanidad. Recuerdo ese día, cuando supimos que era latinoamericano, que pidió que recemos por él, que era jesuita, y no sólo eso, sino que se iba a llamar Francisco.
Hace unos días volví a leer una noticia sobre el Papa donde se había reunido con la Fundación Centesimus Annus, una fundación que se crea en el pontificado del Papa Juan Pablo II para promover ideas y valores católicos dentro del mundo del liderazgo empresarial ¿Irónico, eh? Pero no menos desafiante en estos tiempos de cambio. El titular de esta noticia hablaba del desempleo y la pobreza (ver aquí)
Siempre que escucho hablar del desempleo me da la misma sensación que cuando escucho hablar de la deserción escolar. Como si tuvieran un cuerpo, fueran una persona o un monstruo que nos viene a atacar. Como si tuvieran motus propio y motivos para destruir la humanidad. Es como si estos factores hubieran sido humanizados y encarnados (como el mismo Cristo) y nos pudieran hacer daño en persona. Como si tuvieran ojos, boca, manos, cuerpo. ¿Qué olor tendría entonces el desempleo? ¿Qué ropas vestiría? Y para muchos la respuesta es siempre la misma: es el pobre. ¿Y qué imagen hay del pobre? Sucio, feo, mal vestido, depresivo, con hambre, violento. Le ponemos carne y cuerpo al desempleo y a la deserción escolar: una pobreza miserable que ni si quiera sabemos si existe. Y le ponemos nombre porque podemos ponerle nombre, porque tenemos la oportunidad, porque tenemos voz y voto, porque no tenemos que trabajar 14 horas al día, porque podemos estudiar.
Y para muchos, esto es un alivio, porque nos aleja de la responsabilidad de ser personas parte de una humanidad donde todos somos todos, cada uno es uno y todos al mismo tiempo. Poner al desempleo y a la pobreza en un cuerpo, nos aleja de ser responsables de estos. Oportunidad y responsabilidad se alejan.
Pero, como muchos sociólogos y filósofos han estado insistiendo hace muchos años, Francisco también nos habla de una pobreza integral. No sólo basta con leer esta noticia, sino también podemos encontrarlo en el Laudato SI repetidas veces.
Que podamos decir que el otro es “pobre”, quiere decir que tenemos el poder de decir que hay alguien que es algo, y que, al mismo tiempo es algo-que-yo-no-soy. Por ende, el otro se convierte en un objeto, un juguete al que puedo vestir: sucio, feo, mal vestido, depresivo, con hambre, violento. Y yo, en mi comunidad, estoy fuera de eso, protegido: puedo reflexionar sobre él, e incluso, si soy más arriesgado, hacer un apostolado que nos acerque al otro como si fueran un pueblo, una etnia perdida en medio de una selva de cemento.
Nunca pensamos que el desempleo, como la deserción escolar, es una ayuda para entender que el sistema en el que vivimos es el que se desadapta cada vez más y no son “los desempleados”, o “los desertores” los que no están adaptados al mundo. Si estos factores van en aumento, entonces existe algo en la complejidad del sistema que no estamos construyendo bien. Y entonces, mientras el desempleo tiene una cara y ojos (los ojos del pobre) ya nada hacemos por cambiar ese sistema desde mi responsabilidad.
La cita bíblica con la que arrancamos este texto siempre me pareció desesperanzadora y desgarradora, pero hoy entendemos que se trata de esto mismo. Jesús comprendía a “los pobres”, como parte de la humanidad misma, como hijos de Dios igual que Él.
Como CVX, creemos en un estilo de vida integral, sirviendo ahí donde nos llamen. La invitación a las nuevas comunidades (y a las viejas también) es pasar de la famosa responsabilidad social a ser responsables y punto. A hacernos responsables de la desaptabilidad del sistema, de la objetivización del pobre, de lo neutras y herméticas que son nuestras comunidades frente al mundo. Que nos atraviese el desempleo, que nos atraviese la deserción, y más importante aún, que nos atraviese la pobreza como algo de lo que no podemos escapar, de lo que también somos responsables y de lo que es lógico que quiebre todos nuestros esquemas y barreras comunitarias.
Nico Iglesias Mills
CVX Jóvenes en Valdivia
CVX Jóvenes en Valdivia
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