Se nos mezclan en la imaginación la ternura y la pobreza, el frío y la calidez, la emoción y el miedo. Todo depende de dónde ponga uno el acento, si en una contemplación realista de la escena (un parto poco menos que a la intemperie), o en una mirada espiritual a la buena noticia escondida tras la miseria (el Dios niño que viene a darle la vuelta a la lógica del mundo). Y es que algo de todo esto hay en el pesebre: el dolor y la dicha, la cruz y la cara.
En el pesebre… - La cruz
«Y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado sitio en la posada.» (Lc 2, 7)
Que ya desde el Nacimiento se apunta esa cruz de la historia, de la vida, de la encarnación. Dios que se hace muy pequeño, y no elige para nacer los salones de gala, las clínicas modernas o los hospitales llenos de seguridades de nuestros tiempos; elige un tiempo de pobreza, y un lugar al margen del imperio. Elige una familia humilde. Elige la incertidumbre frente a tenerlo todo asegurado. Porque sabe que solo ahí, en la cuneta de los caminos, tendrán acceso a él los desheredados de la historia. Y esa ser, una y otra vez, su manera de estar en la vida y en el mundo. En los márgenes. En el pesebre…
Piensa, por un instante, en la dificultad, la sombra, la «cruz» de la Navidad… Para no caer en una visión edulcorada del compromiso de Dios con nosotros.
El dolor
No he venido a cantar
No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra.
No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente
para que me canonicen cuando muera.
He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar,
por el río
y por la nube...
y en las lágrimas que se esconden
en el pozo,
en la noche
y en la sangre...
He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo.
Y también a poner una gota de azogue, de llanto,
una gota siquiera de mi llanto
en la gran luna de este espejo sin límites, donde
me miren y se reconozcan los que vengan.
He venido a escuchar otra vez esta vieja sentencia en las tinieblas:
Ganarás el pan con el sudor de tu frente
«y la luz con el dolor de tus ojos».
Tus ojos son las fuentes del llanto y de la luz
No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra.
No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente
para que me canonicen cuando muera.
He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar,
por el río
y por la nube...
y en las lágrimas que se esconden
en el pozo,
en la noche
y en la sangre...
He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo.
Y también a poner una gota de azogue, de llanto,
una gota siquiera de mi llanto
en la gran luna de este espejo sin límites, donde
me miren y se reconozcan los que vengan.
He venido a escuchar otra vez esta vieja sentencia en las tinieblas:
Ganarás el pan con el sudor de tu frente
«y la luz con el dolor de tus ojos».
Tus ojos son las fuentes del llanto y de la luz
León Felipe
En el pesebre… - La cara
«El ángel les dijo: No temáis. Mirad, os doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor.» (Lc 2, 10-11)
Pero Jesús no nace en soledad. Nace rodeado de gente buena. Gente que comprende lo que es el compromiso, la pasión, la entrega, el amor. Porque al final de eso se trata todo esto, del Amor. Así, con mayúsculas. El amor que es Dios mismo. El amor que viene a anunciar a un mundo que se ha atascado en odios, rivalidades, opresión y rencores. Como en tantas épocas. El anuncio sigue siendo necesario. Como necesario es el amor. Y resulta que al final de eso va la Navidad. No de fiestas, risas de lata, zambombas o comilonas. Va de amor. Amor que es capaz de apostarlo todo por los suyos. Amor incondicional, definitivo, eterno. Amor que no deja de creer en nosotros. Ese es el mayor milagro.
¿Qué es para ti la «cara» de la Navidad? ¿Qué buena noticia vives? |
Amor
Todos los que amo
están en ti
y tú
en todo lo que amo.
están en ti
y tú
en todo lo que amo.
Claribel Alegría
pastoralsj
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