jueves, 11 de diciembre de 2014

El Sínodo pide más participación por Jorge Costadoat S.J.



Entre el primer sínodo y el segundo hay mucho en juego



Debe destacarse como una de las mayores novedades del pontificado de Francisco, la de haber dado participación a los católicos en una decisión crucial de su gobierno de la Iglesia. No se está en vía de sustituir el régimen actual de gobierno por el de una democracia directa. Sería absurdo esperarlo. Sin embargo, el modo como el Papa ha querido abordar el tema del último Sínodo está despertando a un Pueblo de Dios que parecía morir de no ser tomado en cuenta. De no ser considerados prácticamente para nada, los laicos, y también los sacerdotes e incluso los obispos, son ahora exigidos a pronunciarse sobre materias decisivas para la transmisión de la fe.
Nuevamente el Papa larga al Pueblo de Dios un cuestionario con preguntas (traducción del original en italiano: www.sinodofamilia2015.wordpress.com) para trabajar el documento final del Sínodo sobre la familia (Relatio Synodi). De aquí al Sínodo de octubre del año próximo, las conferencias episcopales tendrán que reflexionar sobre el tema, hacer llegar sus conclusiones a la comisión correspondiente y elegir al obispo que representará a la iglesia local.
¿Qué puede suceder en este tiempo? Dependerá evidentemente de las conferencias y de los obispos de cada diócesis. Sería lamentable que, como ocurrió en muchas partes con ocasión de las preguntas enviadas a fines de 2013, las nuevas preguntas no lleguen a los fieles y no se dé ocasión a conversaciones y debates a fondo. Probablemente hubo poco tiempo para abrir un proceso de escucha y de síntesis. Esta vez sí lo habrá. Y, por lo mismo, es deseable que las conferencias y los obispos colaboren y emulen al Papa en su modo de conducir un proceso de discernimiento espiritual que debe involucrar a toda la Iglesia.
Es muy importante que las autoridades creen instancias nacionales y diocesanas de conversación y discusión, y que motiven una discusión libre y atenta a la opinión de los demás –tal como lo ha realizado el Papa en el Sínodo-. Esto por tres razones: debe salvaguardarse la comunión, la Iglesia necesita que los pastores recuperen autoridad y urge un nuevo planteamiento de la moral sexual y familiar.
El Sínodo ha despertado pasiones. Hace mucho, para tantos, no había ocurrido que se viera a cardenales y obispos discutir en público y con pasión sobre temas que hasta hace poco se consideraban intocables. En los laicos el interés es creciente. En ellos emergen a la conciencia temas dolorosos, sentimientos de culpa soterrados por años, rabias contra el magisterio o el despotismo clerical. Si realmente se quiere que el Sínodo arroje resultados positivos, es indispensable que el proceso sea conducido con fe y con sabiduría. De los pastores, más que respuestas, se espera que salvaguarden la comunión.
Segundo, si cumplen esta misión recuperarán la autoridad perdida. En esta materia la distancia diagnosticada entre lo que la jerarquía enseña y lo que los católicos practican, es enorme. El magisterio, en este campo, está descreditado. Los católicos en un alto número no practican la moral sexual católica ni tampoco les parece razonable. La evaluación es diversa y en extremo compleja ya que no se trata solamente de dificultades de comprensión. El mensaje de la Iglesia sobre estos temas parece no estar respondiendo a los desafíos actuales. El magisterio recobrará autoridad si revisa la pertinencia de su enseñanza y hace los ajustes necesarios para apelar realmente a la conciencias.
Por último, al cabo de este proceso de aggiornamento la Iglesia podrá contar con nuevas ideas y nuevas expresiones del Evangelio. De esto se trata: hacer vivo el Evangelio en este ámbito del amor humano. Si hace vivir, será posible transmitirlo. Entre el primer sínodo y el segundo hay mucho en juego. Si hay participación real, dialogada y conducida, será posible una buena recepción de sus resultados. Si no la hay, pueden suceder varias cosas: polarización de las posiciones, celebración de un triunfo sobre los adversarios o desprendimiento definitivo del cuerpo de la Iglesia. La participación, por el contrario, repondrá al Pueblo de Dios en los rieles sobre los que lo puso el Concilio Vaticano II.
Jorge Costadoat S.J.
Cristianismo en construcción
RD

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