Después de las monjas, ahora le llega el turno a la organización femenina juvenil. ¿Los motivos? El alejamiento de la doctrina católica en materia de sexualidad, aborto y contracepción
MARIA TERESA PONTARA PEDERIVAROMA
Sor Viviana Ballarin lo había reiterado hacía solo una semana: las mujeres en la Iglesia aún constituyen un problema no resuelto. En una entrevista realizada por Il Messaggero, la presidente de la USMI —el organismo que reúne a las superioras mayores italianas a cargo de más de 70 000 religiosas en Italia—, había declarado: «El llamado genio femenino es una riqueza para lo sociedad y también para la Iglesia; pero, a menudo, se le tiene miedo a lo diferente. Aquello que es diferente representa para muchos no tanto una riqueza, sino una amenaza, y creo que, en gran parte, es por este motivo también en los ambientes eclesiásticos se prefiere evitar el enfrentamiento con lo diferente». Y si don Armando Matteo titula su último libro La fuga delle quarantenni [La fuga de las cuarentonas] (Rubettino, 2012), tal vez dentro de no muchos años las mujeres en la Iglesia —y no solo las consagradas— podrían convertirse en una rareza.
La última señal llegó anteayer: la intervención de la organización estadounidense paralela a la USMI, la LCWR, por parte de la Congregación Vaticana para la Doctrina guiada por el cardenal Levada, ya arzobispo de San Francisco. En casi todo Estados Unidos se alzaron voces de protesta de parte de quienes conocen la actividad de las monjas en los campos más variados. «Yo estoy del lado de las monjas», declaró el conocido jesuita y periodista James Martin, y su grito ya se ha convertido en bandera
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