Si pensamos en el silencio en nuestras vidas, parece que no siempre resulta tranquilizador porque también puede ser amenazante. Así hay como dos noches, también hay dos silencios: uno asusta, mientras que el otro pacifica. A veces el silencio resulta amenazante porque no se sabe qué hacer con él.
Si se deja atrás el ruido de la ciudad y de la música y de la actividad diaria, a veces uno se siente desencantado y desorientado por el silencio; uno se siente como un pez tirado en tierra seca. La ausencia del ruido diario puede provoicar en nosotros un silencio amenazante. Hubo una épca en que el silencio era lo normal y mucho ruido molestaba, pero hoy en día lo normal es el ruido (la radio, la televisión, los autos, la actividad, etc.) y el silencio se ha transformado en la molestia.
La ficultad frente al silencio significa también temor frente a la oración.
Pero aún más difícil que deshacerse de estos ruidos externos es el logro del silencio interior, un silencio del corazón. La persona que se encuentra atrapada por el ruido gradualmente contacto con su ser interior y las preguntas que se formulan desde dentro quedan sin respuesta. Los sentimientos inseguros no se van, los deseos no se ordenan y las emociones confusas no se entienden. Todo lo que queda es un tumulto de sentimientos que nunca tuvieron la oportunidad de ser enfrentados y ordenados.
Entrar en una habitación en la que reina el silencio no trae automáticamente el silencio interior. Cuando no hay alguien con quien hablar o cuando no se puede distraerse, puede surgir un debate interior que resulta más ruidoso del que se acaba de escapar. Muchos problemas que no han sido resueltos reclaman atención y uno se queda sin fuerzas frente a muchos sentimientos retorcidos que no se pueden desenredar.
Vale la pena preguntarse si la distracción y el ruido que buscamos en las numerosas actividades que realizamos no son, en el fondo, un intento de evitar una confrontación con aquello que se encuentra dentro de nosotros. ¿Qué debo hacer? ¿Tiene sentido mi vida? ... son preguntas que llevan a huir de uno mismo para aferrarse a cualquier cantidad de actividades que nos hacen sentir como si todavía estuviéramos ocupados.
Estar en el silencio no es lo mismo que dormir. Por el contrario, implica estar totalmente despierto y seguir con atención cada movimiento que se produce en mi interior. El silencio brinda la oportunidad de pasear por el propio patio interior. sacar las hojas y limpiar el camino, para poder encontrar sin dificultad la senda hacia el propio corazón.
El reconocer el propio patio interior implica reconocer los entimientos de amor y de odio, de ternura y de dolor, de claridad y de confusión, de coherencia y de contradicción. Se requiere la mano del jardinero que, con mucho cuidado, hace lugar para que crezca una nueva planta, sin sacar la mala hierba en forma demasiado de prisa sino que solo arranca aquella que puede sofocar la vida joven.
Sólo de esta manera podemos transformarnos en dueños de nuestra interioridad. Si no evitamos el silencio, todo esto se torna posible, pero no sencillo. El ruido proveniente de fiuera sigue demandando nuestra atención y el desasosiego proveniente de adentro sigue fomentando nuestra ansiedad. Pero la promesa del silencio hace nacer la posibilidad de que nazca nueva vida. Es éste el silencio de la paz y de la oración porque vuelve a conducir hacia Aquel que te guía, que es tu Creador, tu Padre.
Es el silencio del pobre de espíritu, en el cual se aprende a ver la propia vida en una perspectiva auténtica y veraz, sin mentiras. En este silencio las falsas pretensiones se esfuman y se puede volver a ver el mundo con una cierta distancia, pero sobre todo un silencio donde hay una Presencia. No es el silencio del estar solo sino aquel de estar acompañado por Aquel que me conoce más que yo a mi mismo.
Tony Mifsud sj
Encontrame frente al otro:
camino ignaciano
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