La Universidad de Georgetown es el buque insignia de los Jesuitas enEstados Unidos y la imagen de marca de la merecida reputación de laCompañía de Jesús en la promoción de la excelencia académica. En Georgetown estudiaron, entre otros, Bill Clinton y el rey Felipe VI cuando era príncipe, y el centro figura en la elite de las veinte mejores universidades del mundo. Pero Georgetown tiene un pasado que pesa sobre su conciencia y sus propios alumnos han decidido denunciarlo, revisarlo y exigen repararlo. Georgetown forma parte de legado esclavistade los jesuitas.
Hace 178 años, los apuros financieros amenazaban la existencia de la universidad y para salvarla el rector fundador, Thomas F. Mulledy, decidió vender los esclavos que la Compañía tenía trabajando en sus plantaciones de Maryland. Por el equivalente a lo que hoy serían algo más de tres millones de dólares, el padre Mulledy firmó el 19 de junio de 1838 el contrato de venta de 272 esclavos negros a Jesse Johnson, miembro de la Cámara de Representantes y Henry Beaty, un terrateniente de Luisiana. La transacción permitió salvar in extremis la universidad. Mulledy y su sucesor, William McSherry, que también participó en el negocio, fueron reconocidos bautizando con sus nombres sendos edificios nobles de la Universidad.
Los esclavos procedían de donaciones de familias ricas. Entre los 272 esclavos vendidos había hombres, mujeres y niños y está documentado que había una madre joven con un bebé de dos meses. La expedición fue dramática. Los esclavos fueron forzados a subir al barco mientras muchos de ellos rezaban el rosario rogando a Dios por su liberación. Uno de los que más se resistió contaba 13 años, de nombre Cornelius Hawkins.
El debate sobre indemnizaciones o compensaciones a que deberían tener derecho los descendientes de los esclavos en Estados Unidos suele derivar en preguntas imposibles como el valor de los abusos y la difícil demostración de la identidad de los descendientes. Sin embargo, en el caso de Georgetown , los nombres de los esclavos vendidos figuran en sus archivos y ahora una coalición de profesores, alumnos y exalumnos de Georgetown, haciendo honor a los valores que se enseñan en las aulas, ha decidido seguir la pista de los esclavos que, aún sin su consentimiento, hicieron posible que la Universidad siguiera existiendo. Buscan a los descendientes de los que sufrieron la tragedia y exigen para ellos una reparación.
De momento, algo están consiguiendo. Con una sentada de protesta los estudiantes lograron en noviembre que el centro eliminara los nombres de Mulledy y McSherry de los edificios. Richard J. Cellini, director de una empresa tecnológica y ex alumno de Georgetown, lidera la iniciativa Georgetown Memory Project, que ya ha contratado a ocho genealogistas para localizar a descendientes de la ominosa venta de 1838. Cellini ya ha recaudado para la causa miles de dólares entre ex alumnos. Es posible que Clinton y Felipe VI reciban una invitación a contribuir. “Aquellos esclavos eran personas reales, con nombres y apellidos, tienen descendientes conocidos y no puedo dejar de pensar en ellos”, declaró Cellini a The New York Times. En paralelo, Adam Rothman, historiador de Georgetown, dirige a un grupo de alumnos con el mismo objetivo. “La propia universidad debe su existencia a esta historia”, sostiene
El rosario no le salvó a Cornelius Hawkins de la esclavitud, pero su fe católica , que le llevó a casarse por la Iglesia, ha permitido seguir su pista genealógica hasta su tataranieta, Maxin Crump, que ha guiado a los genealogistas hasta la tumba de Cornelius.
Este fin de semana, Georgetown ha celebrado la ceremonia de graduación del presente curso, el mismo día que The New York Times, publicaba las historias personales de los descendientes de los esclavos. “Georgetown está moralmente obligada a tomar medidas de reparación que deben incluir un fondo de becas para los descendientes de los esclavos vendidos para salvar la institución”, editorializó el Times. Pero el legado de la esclavitud es siniestro. A una pregunta le sucede inmediatamente otra: ¿Por qué a los de Georgetown, sí y a los otros, no? ¿Acaso fueron menos esclavos?
La Vanguardia
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