Jesús desenmascaró el engaño de su tiempo: la falsía religiosa. Esta no soportó su insolencia. Lo mató. ¿Murió?
Se dice que Jesús logró huir al Tíbet, que murió de viejo, que se lo comió el Yeti… ¿Sí? No, ¡leseras!
En el Israel de esa época dos grandes instituciones regían la vida de las personas. La Ley y el Templo. Ambas vías hacían accesible a Dios. Ambas eran exigentes al pedir amor a Dios y al prójimo. Pero el cumplimiento de la Ley demandado por los fariseos se había vuelto agobiante. Nadie habría sido capaz de observar los innumerables preceptos generados por ellos para cumplirla. Cumpliéndola, eso sí, se obtenía ubicación y prestigio social.
El Templo, a su vez, estaba en manos de los sacerdotes pertenecientes a la clase de los saduceos, la aristocracia de Jerusalén. De estos dependía la realización de los sacrificios gratos a Dios. Pero –este era el problema- habían convertido a Dios en su “producto”. El mercadeo se hacía en los atrios del Templo. Los sacerdotes, a través de sub-contratados, vendían a los peregrinos los animales para los sacrificios. Estos debían ser puros. Pero solo ellos vendían animales puros. Había además intermediarios que cambiaban monedas romanas por judías. Pero, ya que en el lugar sacro no se podía pagar con dinero pagano, ellos autorizaban a los cambistas a hacer las conversiones a moneda judía y, por supuesto, cobraban una comisión. Este negocio, como vemos, también les pertenecía. Esto y aquello, sin contar los impuestos que cobraban los mismos sacerdotes.Así se constituía el polo económico más importante de Israel, al servicio del cual la religión sacrificial fungía de ideología. Si lo propio de la ideología es generar una mentalidad que naturaliza prácticas indebidas, el Templo operaba bien porque normalizaba todo un mundo de autores, cómplices, encubridores, y de víctimas inocentes, obligadas también estas a hacer funcionar el mercado religioso. María y José no pudieron no ofrecer en el Templo dos pichones en agradecimiento a Dios por el nacimiento de Jesús.
Hoy no sucede así. Sin embargo, pueden darse semejanzas. Porque la tentación de usar a Dios, de vender “dios” en rezos, ceremonias o ritos, es tan antigua como los ídolos y siempre tendrá futuro. La lógica mercantil del “pasando y pasando” –válida en el campo de los negocios- puede infiltrarse en la fe de la gente: “me porto bien, Dios no me castiga; me va mal, es que algo hice”. Pero la lógica mercantil es exactamente contraria a la lógica del Dios del judeo-cristianismo. Si el Dios de Jesús ama a los pobres que no tienen con qué comprar y perdona a los pecadores que no tienen buenas obras de las que jactarse, el cristianismo debiera ser “gratis”.
Jesús, dicen las Escrituras, sacó a latigazos a los comerciantes del Templo. Arruinaba así el monopolio de los potentados de Jerusalén. No atacaba tan fuertemente a los vendedores de palomas como al sistema y la mentalidad mercantil que había traicionado la fe de Israel. Se sabe que esta fue la gota que rebalsó el vaso. Lo mataron. ¿Lo mataron?
Dicen también las Escrituras que su última expresión en la cruz fue un grito. Gritando, pensamos, se hizo diputado de los que claman agobiados por deudas monetarias o por deudas morales. A Dios nadie le debe nada. Tampoco Él debe nada a nadie. Por esto la Iglesia ha de acoger en primer lugar a quienes no tienen con qué intercambiar; y ha de atacar sin miramientos a los causantes de todo tipo de exclusiones. Cuando lo hace, cuando sufre las consecuencias por hacerlo, otra vez se entiende por qué mataron a Jesús.
¿Lo mataron? Sí. Pero vive. No en el Tíbet, tampoco se deja ver en las prácticas religiosas hueras, sino entre quienes mueren unos por otros. El cristianismo es cosa de mártires por el prójimo.
Jorge Costadoat sj
Cristianismo en Constrcción
RD
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