Hace unos meses, un grupo de profesionales de la educación iniciamos un grupo de trabajo para ofrecer a la comunidad educativa nuestras investigaciones sobre el valor del ajedrez en la era digital. Quienes piensan que se trata de un juego individualista que solo entrena para la guerra, la lucha, el cálculo y la estrategia están muy equivocados. Ciertamente capacita para el ejercicio del cálculo estratégico, pero también para un tipo de inteligencia práctica que está desapareciendo en la era digital.
Con el juego del ajedrez aprendemos a calcular y decidir sometidos por la tiranía de un reloj que nos recuerda que todos estamos sometidos al veredicto implacable y despiadado del tiempo. Pero también aprendemos a calcular en un horizonte de resultados simplificados donde una victoria, una derrota o unas tablas condicionan estratégicamente todos los movimientos tácticos de la partida. Aprendemos a calcular en un horizonte que integra la idea de sacrificio en el juego y permite evaluar las consecuencias de nuestras acciones. Además, aprendemos a tomar la iniciativa, a evaluar cursos de acción y, sobre todo, a entrenarnos solidariamente en una racionalidad compartida donde el contrincante es un único adversario. Una persona que no sé si “piensa como yo” pero que, en todo caso, “piensa frente a mí”. Con el ajedrez salimos de nuestro solipsismo e individualismo intelectivo para pensar con otro, no sólo junto a él sino frente a él y compartiendo reglas, prácticas e iniciativas con él. Con el ajedrez adquirimos la paradójica experiencia de conocer al otro casi sin contactar físicamente con él.
La era digital está transformando de tal forma nuestras escuelas que en las aulas que a veces no hay espacio para el silencio, la concentración, el entrenamiento en el respeto, la articulación responsable de reglas y, sobre todo, para capacitar en la atención. Cada vez es mayor el número de problemas educativos relacionados con los déficits de atención, la hiperactividad y las adicciones. Si a ello añadimos que las últimas reformas educativas y los decretos autonómicos que los desarrollan han suprimido categorías tan básicas como la atención, el sacrificio, la vulnerabilidad o la cortesía, nos encontramos con un horizonte educativo antropológicamente empobrecido.
Un horizonte educativo en el que, paradójicamente, las diferentes fuerzas políticas están promoviendo su práctica en las aulas. Aún no sabemos si se instalará como asignatura porque está claro que el ajedrez, como ya advirtiera Unamuno, es mucho más que un juego y algo menos que una ciencia. Tampoco sabemos si formará parte de la filosofía, el arte o la educación para la ciudadanía virtual. Lo que sí parece claro es que puede ser una potente metáfora con la que pensar la razón vital, como nos recordaba Ortega y Gasset en 1951: “Nos ayuda a mirar las cosas por todos los lados, procura descubrir sus límites y anticipar las consecuencias”.
Su relación con el silencio está resultando importante más allá de las escuelas. Cada vez es mayor el número de educadores sociales que lo utilizan en programas que reciben el nombre de “ajedrez terapéutico”. Está comprobado que es una herramienta muy útil para el tratamiento de enfermedades relacionadas con las funciones ejecutivas del cerebro. Es una de las mejores gimnasias cerebrales para el tratamiento de déficits de atención en pacientes. Es una importante herramienta para la rehabilitación cognitiva y el abordaje de problemas relacionados con adicciones, autismo, Parkinson o Alzheimer.
Además del ajedrez educativo y terapéutico hoy contamos con interesantes programas de ajedrez social. En programas de inserción e integración social está convirtiéndose en una herramienta de gran utilidad. Su aplicación con internos que están en prisión o jóvenes sometidos a medidas judiciales de internamiento, está dando interesantes resultados. Sus promotores están comprobando cómo la práctica programada del ajedrez ayuda a controlar los impulsos, inhibir conductas, calcular a largo plazo, respetar las reglas, ordenar las iniciativas antes de emprender una jugada, entrenar la cortesía, respetar al adversario y, sobre todo, prestar atención o estar en silencio mientras se juega.
En definitiva, un juego interesante para aprender y desaprender, para reconstruir la inteligencia humana en tiempos de ruido, saturación de información y descontrol en las funciones ejecutivas de nuestro cerebro. Además, ayuda de manera decisiva para entrenar el lóbulo central del cerebro o lo que llamamos en neuroética “centro de mando”. Por eso se trata de un recurso importante no sólo para calcular o promover una inteligencia instrumental sino para cuidar nuestra plástica, frágil y vulnerable capacidad de “Juzgar” con mayúsculas. Algo que parece disolverse diariamente cuando la actualidad informativa disuelve nuestra capacidad para la reflexión y la memoria, de manera parecida a como las olas borran las huellas de los últimos caminantes en la orilla de la mar.
Agustín Domingo Moratalla
pastoralsj
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